5- Problemas de conciencia y corazón

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El caballo avanzaba a galope a través de la pradera, esquivando los obstáculos del camino.

"Vamos Rowena, aguanta, por favor. No te puedes morir ahora"

Severus guiaba al caballo, empujándolo al límite de su resistencia, con la esperanza de encontrar algún lugar donde poder atender a la mujer. Rowena iba delante de él, sentada con las piernas hacia un lado, y ya llevaba bastante tiempo sumida en un estado de semiinconsciencia, mientras que la sangre se le escapaba del cuerpo, escurriéndose entre sus piernas y manchando su ropa y la piel del caballo.

"Venga, resiste, no te rindas. No te mueras, por favor, no te mueras, aguanta. Sólo un poco más, un poco más"

A lo lejos, vio la silueta de un castillo, rodeado de campos de labranza y cabañas de campesinos, y espoleó al caballo para que corriera hacia allí.

Los señores del castillo acogieron a Rowena sin hacer preguntas acerca de su estado o de su ropa, sometidos bajo la maldición Imperius de Severus. Para evitar que luchasen contra el control de la maldición, el mago les dijo que Rowena era su esposa y que acababa de perder a su bebé. Confiaba que su mentira contribuyese a calmar la curiosidad subconsciente de los señores y tranquilizase sus mentes.

Acomodaron a Rowena en una habitación y llamaron a una vieja comadrona que se ocupaba de las mujeres del lugar. Esta desnudó a Rowena y comenzó a frotarle el vientre con una especie de aceite de su propia invención hasta que la mujer expulsó de su cuerpo una masa sanguinolenta que envolvieron en un paño de lino y se llevaron a enterrar, como era la costumbre.

Después de eso, Rowena comenzó a delirar y a sudar, debilitándose por momentos, hasta que los señores del castillo, viendo que no mejoraba, mandaron llamar a un médico. Este se empeñó en cortarle las venas a Rowena, porque creía que el mal de la mujer estaba en su sangre, y que había que purgarla para que mejorara.

Cuando Severus se enteró de eso, impuso su voluntad y expulsó al médico sin muchos miramientos, alegando que se ocuparía él mismo de cuidar de "su esposa". La única razón por la que se había resignado a aceptar la ayuda de la comadrona era porque él nunca había tratado un aborto, pero no estaba dispuesto a dejar que torturasen más a la mujer.

Rowena era su responsabilidad, y no permitiría que nadie interfiriese en la misión que Dumbledore le había asignado. Se encargaría de que la mujer llegase sana y salva a Hosmeade, a cualquier precio.

Severus se apresuró a curar las heridas de la mujer y la tapó para que no se enfriase, cosa que parecía imposible, porque su fiebre era tan alta que Severus podía notar su calor sin tener que tocarla.

Rowena estaba muy débil y pálida, a causa de la pérdida de sangre, y permanecía en un estado de semiinconsciencia del que apenas salía. Severus intentaba darle de beber cada pocas horas una poción que había fabricado para ella, y no se apartaba de su lado ni de día ni de noche, observando a la mujer y analizando cuidadosamente su salud. Llegó a dormir en una esquina de la cama o en un rincón, apoyado en la pared, para no separarse de ella.

Cuando Rowena recuperó un poco las fuerzas, comenzó a despertarse más a menudo, pero Severus le hizo dormir con otra de sus pociones, para que no se agotase. Sin embargo, nada pudo hacer contra las pesadillas que la acosaban. Rowena se despertaba en mitad de la noche, gritando, intentando levantarse de la cama, sin poder orientarse, y no se calmaba hasta que Severus llegaba hasta ella y la abrazaba con fuerza, hasta que ella se dormía de nuevo, vencida por el agotamiento y el efecto de la poción.

En esas ocasiones, Severus tardaba mucho tiempo en soltarla, incluso cuando ella ya respiraba tranquila. Se decía a sí mismo que Rowena no tenía tantas pesadillas si él estaba cerca, aunque en el fondo sabía que esa reticencia se debía a la extraña calidez que le invadía cada vez que la abrazaba.

Salvando a Ravenclaw (Severus x Rowena Ravenclaw)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora