Después de los lunes, Darya odiaba los miércoles. Ni al principio ni al final de la semana, aún muy lejos del sábado, sin ninguna energía particular. Los miércoles eran tibios y perezosos, y Darya los odiaba porque eran un reflejo de las cosas que menos le gustaban de su propia personalidad.
—Eres demasiado dura contigo misma —le había dicho Salmah una vez, en un miércoles particularmente vago y gris—. Sí tienes proyectos. Tus novelas, por ejemplo. ¿Por qué no cuentas eso? Encontraste una profesión que te gusta desde muy joven, no todo el mundo puede decir eso. ¿Y qué si te gusta quedarte cómoda y calentita en la seguridad de tu casa? No hay nada de malo con eso, eres un bicho de ciudad.
En su momento Darya se limitó a asentir y darle la razón a su amiga, pero luego de esa conversación pasó varias horas luchando contra un pensamiento que no quería terminar de formular. La asustaba pensar que quizá escribía sus historias solo para escapar de otra cosa, de una vida insulsa, de algo que no encajaba. La confundía porque, en el fondo, tal vez no sentía una pasión real por la escritura, pero era la única manera que había encontrado de tapar un agujero por el que no se atrevía a mirar. Y en cuanto a lo de compararse con un bicho, Darya creía que era más bien un tábano, volando sin rumbo aparente y chocando varias veces con las mismas cosas.
Aquel miércoles era diferente. Faltó a la escuela para acompañar a su madre a hacerse un análisis de sangre, y luego ambas pasaron por una pastelería que todos los miércoles ponía postres de la gastronomía brasilera. Así que, a las diez y media de la mañana, Darya y su madre estaban sentadas en la mesa de la cocina con varios paquetes delante de ellas: trufas de chocolate negro, pastel de coco y leche condensada y pan de maíz. Llevaban mucho tiempo sin pasar una mañana juntas y, por una vez, a Darya le sentó bien que su día se saliera de la rutina.
—¿Tienes algún plan para hoy? —dijo Gail mientras cortaba un pastelito de guayaba por la mitad.
—Rayan me recordó que debo entregar un trabajo de Francés. Ya está hecho, pero debo ir y entregarlo.
Gail levantó ambas cejas. Darya no supo interpretar si su gesto se debía a la sorpresa o si el pastelito estaba demasiado dulce.
—Creí que te permitían entregar todo por un aula virtual o algo así —se limpió la boca con una servilleta—. Es una lástima, si lo hubieras recordado más temprano podríamos haber pasado por la escuela con el coche.
—No importa, tengo tiempo de sobra. Iré después de desayunar.
Pasaron unos minutos en silencio mientras ambas comían y Darya miraba las noticias en Twitter. Gail le agregó leche a su taza de té y reanudó la conversación.
—Ya que no voy a ir a trabajar, continuaré con la limpieza del altillo. Tenemos muchas cosas guardadas en el mueble ahí arriba.
—¿Encontraste algo interesante mientras limpiabas?
—Ah, sí, varias cosas. Había mucha mugre y baratijas, pero algunas cajas eran valiosas. Olvidé decírtelo, pero encontré una caja con objetos tuyos de cuando eras pequeña. Cosas que nos dieron en la agencia.
Gail usaba la palabra "agencia" para referirse a los trámites que ella y Colin habían tenido que realizar para adoptar a Darya, como si el proceso de adopción fuera algo innombrable, siempre a medias pero nunca explícito en las conversaciones.
—¿Cosas de cuando era bebé?
—No exactamente —Gail apretó su taza para calentarse las manos—. Cuando viniste a vivir con nosotros estabas a punto de cumplir cinco años, así que ya no tenías cosas de bebé. Pero hay unos zapatos y algunos juguetes. La dejé sobre la mesa ratona, si quieres ir a revisar.

ESTÁS LEYENDO
Reino de huesos de dragón
FantasySi sientes que no encuentras tu lugar en el mundo, quizá se debe a que no estás en el mundo correcto. Quizá hay un mundo mágico esperándote, lleno de dragones poderosos y otras míticas criaturas. Y quizá ese mundo está a punto de entrar en la guerra...