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Un encapuchado registraba las alforjas de su caballo.

—Quítales todo lo que tengan —ordenó uno de ellos, el que había atizado a Toji con la vara —. Rápido.

Satoru respiró con fuerza, notando el cuchillo en el cuello. De rodillas, Toji se tambaleaba, un hilo de sangre se deslizaba por su nuca. Sus ojos se encontraron, un chispazo sutil en el aire.

La adrenalina corrió por sus venas, despertó la parte animal de su cabeza que le decía que peleara. Satoru apretó los dientes y pegó un codazo hacia atrás, asestando un golpe a su atacante en pleno rostro.

—¡Joder! —el bandido se cubrió la cara. Un río de sangre bajaba por su nariz rota.

La herida de su abdomen se resintió, las lágrimas de dolor llegaron a sus ojos en el instante en que separó las muñecas con violencia, aflojando más la cuerda de la atadura. Se echó a un lado cuando el encapuchado agarró el cuchillo, que había caído al suelo, e intentó atacarle de nuevo.

Se arrancó la cuerda con los dientes. El filo del arma le rozó la mejilla, levantando su piel. Satoru siseó, libre de ataduras, y detuvo el cuchillo con su antebrazo. El hombre lo miró como si estuviera loco, al tiempo que Satoru aprovechaba la confusión para lanzar un puñetazo a su pómulo, girando su cabeza con un sonoro clac de sus vértebras.

—Te metiste con la persona equivocada —silbó, agarrando los hombros del bandido y hundiendo la rodilla en su estómago. El arma cayó al suelo junto a su portador.

Satoru se miró el brazo ensangrentado, jadeando de dolor. Pero el orgullo en su pecho le infló la cabeza de gloria.

Los otros dos los miraban estupefactos. El encapuchado que registraba sus alforjas agarró lo primero que encontró, la bolsa con comida, y se quedó al margen, preguntándose si debería correr.

Toji rio. Salió de su garganta una carcajada ronca y áspera, observando a Satoru. Cabello de blanco invierno e iris azules, rasgos suaves en contraste con una sonrisa maníaca. El chico pateó la cabeza del bandido, noqueándolo, y se volvió para mirarle. Toji asintió, orgulloso. Así que el principito sabe pelear, pensó, incorporándose con dificultad.

Le ardía el cuerpo de dolor, le palpitaba la cabeza. Se apartó con torpeza cuando el bandido alzó la vara para pegarle, y desenvainó la katana con un movimiento grácil. La hoja reflejó la luz del Sol, cegando las intenciones de su oponente.

Atravesó su pecho con la katana. La expresión del tipo se contrajo, escupiendo sangre, con los ojos desorbitados. Toji levantó la pierna y usó el cuerpo del muy hijo de puta para hacer palanca y sacar la hoja del arma. Alzó la katana y, limpiamente, cortó la cabeza del bandido con un tajo feroz.

La sangre salpicó la hierba. El tercer bandido huyó con la bolsa de comida, arrojándose al bosque desesperadamente.

Toji se sostuvo el costado. Se le habían saltado algunos puntos, mierda. Se lamentó por lo bajo, acercándose a Satoru.

—Está inconsciente —Satoru tocó con el pie el cuerpo del hombre, que yacía tirado en el suelo —. ¿Qué hacemos con él?

—Matarlo.

La katana rompió el corazón del tipo. Satoru lo miró, mientras Toji iba a revisar las alforjas del caballo. Observó la cabeza cortada, el hueso blanquecino, un corte perfecto. De repente, le pesaban las piernas, le dolía el cuerpo.

Satoru se apartó de los cadáveres, cohibido.

—Nos han robado la comida —Toji chasqueó la lengua. Sintió la presencia del chico detrás—. ¿Cómo estás?

Koi no Yokan || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora