08

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A Toji no le gustaba perder el tiempo, así que le prometió a Satoru que podrían pelear al atardecer, justo antes de cenar.

Hicieron recorrido durante toda la tarde, en silencio, o hablando de cosas triviales que no importaban mucho. La cabeza de Satoru estaba analizando la forma de moverse que el shinobi tenía, sus pisadas inaudibles, el color de esos ojos que analizaban con lentitud lo que les rodeaba.

Cuando el Sol bajó, eligieron un claro para su pequeña pelea. Una zona despejada, rodeada de árboles altísimos que subían y subían hasta acariciar el cielo con sus ramas. El caballo pastaba junto a uno de ellos, ajeno a lo que ocurriría.

—Regla número uno —Toji alzó un dedo —, usarás solamente tu tantō y tu cuerpo para intentar derrotarme. Yo no usaré armas.

—¿¡Por qué...!?

—Cierra la boca y escucha. No quieres que se acabe tan rápido —frunció el ceño ante la expresión de indignación del albino. Toji alzó otro dedo —. Regla número dos: dentro de ese límite, cualquier cosa es válida. Me da igual que uses trucos sucios o que me ataques por la espalda. Haz lo que quieras.

—Está bien.

—Regla número tres —otro dedo —: la pelea se acaba cuando me hieras con el filo de tu arma, o cuando logre inmovilizarte. En el caso de que llegara a quitarte el puñal, eres libre de seguir peleando o de intentar recuperarlo y continuar. La pelea no terminará si se te cae o lo pierdes, pero si piensas intentar ganar solamente con tu cuerpo deberás inmovilizarme.

Satoru observó cómo el hombre se quitaba la katana de encima y la dejaba en la hierba.

—Última regla —Toji suspiró, echándose el pelo hacia atrás —: puedes golpear mis heridas. Yo no golpearé las tuyas.

—Eso no es...

—Lo es —determinó.

Satoru no golpearía sus heridas. No estaba dispuesto a hacer algo así, pero, de todas formas, asintió.

—¿Estás de acuerdo con todo? —preguntó Toji, moviendo el cuello de lado a lado, estirando —. Es tu último momento para retirarte, si así lo deseas. No te juzgaré por ello.

—No me retiraré.

—Vale —Toji asintió. Luego, lo miró con los ojos entrecerrados, reflexionando —. No quiero que te contengas. Apuñálame.

Satoru tragó saliva. Hubo algo en el tono de su voz que le subió calor por las mejillas, precipitándose por su piel de forma vergonzosa. Sacudió la cabeza.

Desenvainó el puñal. Se miró en el filo y se prometió no apuntar a las suturas. No sería tan cruel.

Toji se colocó delante de él, a un par de metros. Ambos se miraron. Una ráfaga de aire les revolvió el cabello. Las mangas largas del kendogi de Satoru aletearon.

—Cuando quieras —anunció el mayor, dando inicio a la pelea.

Satoru se lo tomó con calma. Toji podría ser todo músculo, pero él tenía algo mucho más valioso: raciocinio.

Así que sonrió y se acercó a paso lento hacia él, sosteniendo su tantō con fuerza en su diestra. Se acercó, se acercó con confianza hasta que Toji pudo oler su aliento y contar cada color que ribeteaba sus iris de cielo.

Se relamió los labios, sosteniendo su mirada. Y se dejó caer de cuclillas delante de Toji.

Apuntó a su estómago con el tantō y se lanzó contra él, hacia arriba, con toda su fuerza. Toji no tardó un instante en reaccionar, clavó un talón en la tierra y le propinó un rodillazo en el rostro a Satoru al tiempo que lo agarraba de la muñeca que sostenía el arma.

Koi no Yokan || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora