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Año 2079

Seguridad nacional. Suguru odiaba esa palabra, sobre todo cuando estaba postrado en una cama de hospital.

No sabía cuántos días habían pasado desde la catástrofe. Le habían sacado una bala del vientre después de encontrarlo inconsciente por la pérdida de sangre, en el laboratorio. ¿Y Satoru? Ni rastro de él.

—Ha saltado en el tiempo, esa es la única explicación —eso era lo que habían dicho —. Tu amigo ya no está en esta época.

Nadie sabía cómo había ocurrido, ni por qué. Reconstruir los hechos del laboratorio era difícil teniendo en cuenta que Suguru había pasado un par de días inconsciente y que el jodido científico había sido encontrado muerto, de un tiro en la cabeza, en mitad de un descampado.

Estaban tratándolo como un objeto, otra vez. Trataban a Satoru como su pequeña fantasía científica, hablaban de él y de su desaparición como si no fuera más que un sujeto de experimentos, una rata de laboratorio, todo mientras que él se limitaba a llorar en silencio, todavía en negación.

Había sido visitado por familiares, científicos y filósofos interesados en el caso. Se había logrado correr el rumor entre un pequeño círculo de gente privilegiada de la sociedad, intelectuales a los que su familia había acudido, también, en busca de una explicación.

¿Se suponía que tenía que aceptar que Satoru estaba en otro tiempo? ¿Así como así? ¿El mismo Satoru que le pedía que lo sacara de apuros y le comprara dulces? ¿Ese?

No sería capaz de sobrevivir por sí mismo. Suguru pensaba en las guerras mundiales, en hambrunas, en desastres naturales. Pensaba en que podría haber sido mandado a Japón o a otro país, solo y sin ayuda, sin amigos, quizá sin tecnología.

El pitido que marcaba los latidos de su corazón era frustrante y molesto. Se acompasaba a los pasos que venían por el pasillo y que conocía a la perfección.

Su padre entró a la habitación acompañado de un guardaespaldas. El señor Getō miró a su hijo con preocupación.

—¿Qué quieres? —preguntó Suguru, antes de que el mayor pudiera decir nada.

—Decirte que no tiene solución —suspiró su padre, pasándose una mano por el pelo. Ambos tenían un pelo largo y precioso, negro como el azabache —. No hay forma de traer a tu amigo de vuelta, lo siento.

Suguru permaneció en silencio un instante. Podría permanecer así una eternidad y no terminaría jamás de asumirlo.

—Una parte de mí ya lo sabía —musitó, mirando al techo.

—He venido a traerte esto, Suguru. No sabemos los efectos de los viajes en el tiempo, pero esto es...

Su padre sostenía una fotografía, enseñándosela. Una expresión de horror se abrió paso en el rostro de Suguru, que se intentó incorporar, con el pulso acelerado en la garganta.

—¿Qué...?

Era la fotografía que tenía puesta en el escritorio de su habitación. Los mostraba a él y a Satoru en el día de su graduación del instituto, vestidos de traje el uno junto al otro y sonrientes. Había sido una noche genial, y conservaba muchas como esa con otros compañeros.

Pero, Satoru se estaba desvaneciendo de la fotografía.

La tomó en sus manos con un quejido. La figura de su amigo se había vuelto borrosa, como si no fuera más que un fantasma. Lágrimas de confusión se acumularon en sus ojos, un nudo atrapó sus palabras y las volvió un gimoteo ilegible.

Koi no Yokan || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora