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Había una belleza en Satoru que escapaba a su comprensión. Parecía tocado por los dioses, acariciado por el privilegio del invierno, pero hermosamente mortal.

Mechones blanquecinos se derramaban por su frente nívea, escarcha en las pestañas. Labios esponjosos se entreabrían como un tulipán sonrojado para suspirar en sueños.

Toji lo miró, apreciando la curvatura de su nariz, facciones suaves de inigualable singularidad tintadas por un dulce rayo de Luna.

Consternado, se atrevió a mover su mano para tocar el pelo de Satoru, que dormía profundamente apoyando la mejilla en su hombro. Sentía su calor cercano, la calma que emanaba de su cuerpo y se derramaba por las mantas.

Su cabeza se sentía tibia en su palma. Cabello blanquecino se removió bajo su torpe y curioso roce mientras reposaba su mano ahí y respiraba con fuerza.

El amanecer aún aguardaba a su turno y la madrugada se deslizaba lentamente por un reloj de arena. Toji sabía que debería despertar ya a Satoru para continuar su viaje y hacer el máximo de recorrido posible, pero no podía evitar dejarlo descansar un poco más. Había notado en sus posturas que le dolía un poco el hombro, quizá debido a la forma en que lo había arrojado al suelo durante su pelea.

Permitió que descansara. Era la tercera vez que se decía que sería la última vez que lo consentía de esa forma. Supuso que aquello de que era un principito se había vuelto verdad.

Toji arrastraba una angustia inexplicable desde la noche anterior que se había prolongado a su despertar. Estaba nervioso, preocupado, no se veía capaz de conciliar el sueño de nuevo. Así que se quedó escuchando la armonía del bosque y la respiración del albino.

Entonces, Satoru se encogía a su lado, moviendo perezosamente una mano a su pecho, restregando la mejilla en su hombro. Dedos finos se crispaban en la tela de su kendogi, y un gimoteo escapaba de su boca. Sus ojos se humedecían y de ellos huía una solitaria lágrima, cristal templado bajando por el azúcar de su rostro.

Toji apartó la mano y miró a otro lado, alcanzando a apreciar el ritmo de su respiración cambiando abruptamente.

Un par de ojitos azules lo miraron con somnolencia, partidos por el beso del astro nocturno. Surcos húmedos en mejillas de porcelana.

—Perdón —murmuró Satoru, apartándose de él y dándole la espalda, asumiendo que estaba molestando.

Toji cerró los ojos, ahogando la necesidad de pegar la espalda a la suya para compartir calor, tal y como había hecho con anterioridad. Estaba seguro de que aún tenía frío.

Para cuando el amanecer comenzaba a romper el cielo, ya llevaban casi una hora andando

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Para cuando el amanecer comenzaba a romper el cielo, ya llevaban casi una hora andando.

Satoru no dejaba de bostezar, adormilado. Brisa helada le revolvía el cabello, metiéndose bajo su ropa. De vez en cuando se abrazaba, frotándose los brazos en vanos intentos de guardar calor.

Koi no Yokan || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora