Prologo

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— ¡CORRE, CORRE, RÁPIDO, CORRE! ¡LEONEL CO...!—

La desesperada voz de Miguel fue lo único que logré escuchar momentos antes de aquella explosión, la cual casi nos mató a todos. Luego de la explosión, solo hubo un terrorífico silencio; después, nada.

Cuando logré despertar, apenas podía moverme, adolorido y confundido, con mis oídos zumbando y mi cabeza a punto de estallar por el dolor. Intenté ponerme de pie, pero un punzante dolor me lo impedía. Al querer comprender lo que sucedía, solo se desataron miles de preguntas que me agobiaron.

— ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué la explosión? ¿Qué salió mal? Y lo más importante: ¿quién lo hizo?—

El dolor no disminuía. Mantenía mí vista en el corredor, aunque borrosa y confusa, por si algún enemigo nos atacaba. Sin embargo, al bajar la mirada, me di cuenta de la gran herida en mi pierna derecha. Sumado a eso, el pánico y el terror me invadieron, casi apoderándose de mí, ya que el castillo se derrumbaba. Estaba en una deplorable y complicada situación.

No veía bien a mí alrededor por el humo que había dejado la explosión y no procesaba lo que estaba sucediendo. Se me nubló la mente y perdí el juicio por el miedo. Muchos podían morir, y todo por mi gran descuido, o eso era lo que yo creía. Estaba perdiendo el control de mi mente y de mi cuerpo; había comenzado a temblar. En ese momento escuché su voz, tan tierna y delicada que parecía un agradable soplo de viento fresco en medio de un caluroso desierto. Me trajo una profunda paz, fue un rayo de esperanza en medio de tanta desesperación. A pesar del gran caos a mí alrededor, logró devolverme la confianza que había perdido.

—Descuida, es parte del plan. No hay de qué preocuparse, todo va a salir bien. —

En ese momento pude volver a ser totalmente cuerdo, razonable y calmado, que era lo que más me caracterizaba. Logré pensar y analizar mejor la situación. Cuando pude levantarme y volver a la pelea, me di cuenta de que el humo comenzaba a disiparse y eso me tranquilizó mucho, al ver que todos estaban bien.

Qué gran sorpresa me llevé cuando, entre tantos quejidos de dolor y suspiros de alivio, al fondo se escuchó una risa macabra y perturbadora, acompañada de pasos muy amenazantes. Jamás lo creí capaz de hacer tal cosa. Una gran ira me invadió; una traición como esta jamás iba a ser perdonada por el rey, y desde luego, tampoco por mí.

— ¿POR QUÉ?!—

Fue lo único que le pude preguntar, o mejor dicho, las únicas palabras que pude pronunciar por la gran ira y decepción que me arroparon. Pero de su parte solo recibí una muy leve muesca, casi imperceptible, que era tan característica de él. La cual, en esta ocasión, estaba repleta de maldad, odio y rencor, y por lo visto era hacia todos nosotros, pero en especial hacia mí. Aún desorientado por la explosión, traté de detener la hemorragia de mi pierna, aunque fue inútil, ya que la herida era muy profunda.

Solamente pude taparla con un trozo de tela de mi ropa. Me coloqué de pie y tomé mi espada, pero no podía alzarla; seguía débil. Solo pude mantenerla apoyada en el piso. A pesar de que intenté detenerlo, él solo me dio la espalda y desapareció.

—Te consideraba mi amigo. —

Dije, con una voz muy quebrada y un enorme nudo en la garganta. Entre lágrimas y una profunda tristeza, fue la última vez que pude verlo frente a frente, siendo aún amigos, siendo aún familia. Pero no podía distraerme; tenía una misión que cumplir. Sin perder más tiempo, sequé mis lágrimas y avancé por el corredor hasta el final. Me dirigía a los calabozos donde estaba mi gente apresada. Mientras caminaba, el dolor se incrementaba y la sangre no se detenía.

Con mucha dificultad logré llegar, pero fue totalmente en vano, porque fui emboscado y apresado; me estaban esperando, era una trampa. Al reaccionar, vi a todos los que vinieron conmigo encarcelados. No sé cuánto tiempo estuve dormido, pero todo iba de mal en peor.

— ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llegamos a esto? No debió salir así. —

Mientras me carcomía con mis propios pensamientos, volví a oír su voz, y solo bastó una frase para que todo en mí cambiara.

— ¡Leonel, NO TE RINDAS!—

Fue un poco extraño porque nadie me estaba hablando, y una vez más pude sentir que gracias a su voz hubo una nueva revolución en mi cuerpo. Pude sentir que una corriente de energía me recorrió, de la nada recuperé mis ánimos, mis fuerzas y traté de planear una forma de salir. Sin embargo, se me hacía casi imposible.

—No te rindas— me dije en un murmullo. —Aunque te cueste la vida, tienes que salvarlos a todos. —

Yo mismo me lo repetía; aún tenía aire en los pulmones y una verdadera voluntad de fuego completamente inquebrantable. Tenía que lograrlo sin importar el precio. Intenté romper las cadenas, zafarme de los grilletes. Como fuera, tenía que salir de ahí.

—No te rindas, no puedes morir aquí. Tienes que lograrlo; no puedes dejar que tu pueblo muera. Vamos, no te rindas, recuerda que pronto serás llamado ¡REY!—

El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora