Altas Temperatura

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Lágrimas, lágrimas y más lágrimas. Es todo lo que corría por mi rostro. ¿Pensar? ¿Para qué? Simplemente voy a encontrar un sinfín de preguntas a las que no conseguiré respuesta alguna. Esto es frustrante. ¿Cómo puede ser necesaria su muerte? ¿Qué clase de idiotez es esa? No entiendo, de verdad que no entiendo nada en lo más mínimo; me sigue pareciendo una pésima broma.

Trato de recomponerme, secarme las lágrimas, recobrar mi firmeza, pero me cuesta. Mis lágrimas solo salen y salen. Miro a Hope de reojo y ella está pensativa; quizás está tratando de encontrar una manera de hablarme, de cómo iniciar una conversación, o simplemente está expectante, esperando lo próximo que sucederá. Pues la verdad es que no lo sé.

Pero antes de que yo diga algo, ella misma rompe el silencio.

—No trates de hacerte el duro frente a mí. Te conozco bien y sé cuándo estás herido, en todos los sentidos. —

—No es eso. — Sorbo por la nariz. — Es que es un idiota, ¿Cómo me va a dejar esa carta sin explicación alguna? —

—Trata de controlarte, Leo, porque la verdad es que ni tú ni yo sabemos qué pensaba tu padre en ese momento. Además, solo has leído la carta. — Me entrega la llave y la caja. — Abre el cofre y ve si hay alguna respuesta. —

La miro por un momento. Lo estuve pensando; es que no quería abrirla, no quería más dolores de cabeza. Ella, al ver que yo no tomaba la caja, la dejó en mis piernas, junto a la llave. Mantuve mi vista fija en la caja sobre mis piernas por unos momentos, sin conseguir fuerzas ni ánimos para tomar una decisión.

Escuché que ella soltó un suspiro exasperado y tomó la caja en sus manos. Introdujo la llave en la cerradura, pero justo antes de que ella la abriera, la detuve tomándola de la muñeca.

La miré a los ojos y con eso bastó para que se diera cuenta de que yo iba a hacerlo. Me entregó el cofre, suspiré y le di vuelta a la llave en la cerradura. Comencé a abrirla poco a poco; no me había dado cuenta, pero había cerrado los ojos, quizás por los nervios, o por lo que creía que iba a encontrar en ese cofre.

Cuando abrí el cofre, lo primero que encontré fue un mapa que tenía varias zonas marcadas, pero no decía absolutamente nada. No explicaba si era para mí, para alguien más, o si era algo muy especial.

Lo dejé a un lado y seguí viendo las demás cosas. Hope, por su parte, estaba muy callada, observando todo, expectante, y eso me tranquilizaba, porque no interrumpía mis pensamientos en este momento tan crucial para mí.

Saqué varias cartas, algunas selladas que tenían mi nombre, y otras abiertas que no contenían nada. Cuando terminé de sacar las cartas, hubo algo que me llamó mucho la atención: una cadena de grafeno blanco, con un dije del mismo material, que tenía un ala y la mitad del cuerpo con un águila. Inconscientemente, llevé la mano al pecho y tomé la que yo tenía colgada en mi cuello, igual que la que saqué del cofre.

Una completaba a la otra; sin embargo, aún faltaba una parte de este dije para que estuviera completo: el escudo del reino. Era un dije que mi abuelo me había regalado cuando fuimos de viaje a su casa, donde había decidido pasar sus últimos días, hace varios años, antes de que ocurriera lo de Cleare.

Quedaban un par de cartas más y las saqué. En el fondo estaba una bolsa de cuero. La tomé en mis manos y pensé que estaba vacía, pero al abrirla pude notar algo en el fondo. Volteé la bolsa en mi mano y salió el complemento final del dije: el escudo de grafeno blanco, el legendario "Eleos". Pensé que lo había perdido.

Cuenta la leyenda que si un guerrero poseía a "Asteíos" y a "Eleos", era indestructible; nada ni nadie lo podía detener. Aunque existe otra historia, pero esa no me la sé muy bien.

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⏰ Última actualización: Jan 14 ⏰

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El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora