Alter Ego

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¿Por qué hay tanta oscuridad a mi alrededor? No veo nada, no siento nada, no oigo nada, aunque tampoco recuerdo nada. ¿Será que... estoy muerto?

Escuché un quejido de dolor a lo lejos; no sabía de quién era ni de dónde venía, hasta que me di cuenta de que provenía de mí mismo. Aún no había abierto los ojos, pero cuando lo hice, desearía no haberlo hecho.

Encima de mí estaba el cuerpo de Jack, decapitado, inerte, y toda su sangre había caído sobre mí. Entré en un estado de pánico; el terror comenzó a apoderarse de mí. No me había dado cuenta, pero había comenzado a gritar, cada vez con más fuerza, mientras veía mis manos totalmente ensangrentadas.

Me estaba hiperventilando, estaba perdiendo el conocimiento, pero antes de eso dejé salir una lágrima amarga y escuché de mi propia boca un muy leve susurro.

—Me he convertido en un asesino—.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde ese momento, pero cuando volví a reaccionar, la cabeza me daba vueltas y veía doble. No escuchaba lo que me decían; seguía aturdido, no reconocía en lo más mínimo a quien me hablaba. Todo era confuso; nadie sabía con exactitud qué había sucedido.

Pero lo que sí era seguro es que en mí todo había cambiado, para siempre.

—¿Qué le sucedió? ¿Está bien? Esto es malo, muy malo. Está sangrando demasiado. ¡Rápido, debemos llevarlo con el Médomai! ¡Busquen ayuda, rápido!—

Se escuchaban voces frenéticas. Pasos desenfrenados retumbaban en el calabozo, pero era todo lo que se escuchaba. De hecho, era lo único que podía entender. De todas las voces, solo lograba identificar una voz femenina en particular, llena de angustia y desespero.

Pero a pesar de todo esto, lo único que sabía era que había matado a una persona, y eso era algo que me iba a perseguir toda la vida. Aunque creo que esto es solo el comienzo.

De un momento a otro, todo se volvió oscuro y silencioso, hasta que reaccioné por unos fuertes tirones de brazos que me zarandeaban y que también contenían terror. Con mis ojos aún nublados y la cabeza adolorida, y los oídos con un fuerte zumbido, reconocí la silueta del cuerpo de la reina Arling, mi madre. Pasó un rato hasta que me di cuenta de que estaba en sus brazos; dicho sea de paso, estaba rota en llanto. Cuando logré sentarme, me revisé y entendí por qué me retumbaba la cabeza y la angustia de mi madre: me la había roto, imagino que fue al caer al piso.

Pero esperen un momento; ahora que lo pienso mejor, algo no encajaba...

¿Cómo me había roto la cabeza? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Acaso él me alcanzó? Es más... ¿En qué momento me desmayé? ¡Rayos! ¿Qué estaba pasando?

Justo en ese momento lo recordé.

—¿Y Steven? ¿Dónde está Steven?—

Por lo visto, nadie sabía de él. De hecho, me dijeron que él nunca estuvo en la habitación; solo estábamos Jack y yo, y, por supuesto, los soldados que Jack había matado. Pero fuera de nosotros, nadie más había entrado en el calabozo.

Pero entonces, exactamente, ¿qué había sucedido? Falta una pieza muy importante de este enredo, y lo voy a averiguar.

Mamá seguía llorando, de rodillas a mi lado, mientras veía la sangre que me recorría el rostro. Desconsolada, intentaba limpiarme y detener la hemorragia. No podía culparla; ya había perdido a una hija, dudo mucho que pueda soportar la pérdida de un segundo hijo, el único que le quedaba.

Le puse la mano en el hombro; fue en ese momento que ella reaccionó y me miró a los ojos. No paró de llorar, pero se echó al cuello y me abrazó muy fuerte. Parecía que había vuelto en sí, porque antes, por lo visto, estaba en shock.

El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora