Despertar

37 5 10
                                    

—Es hora de despertar, mi príncipe. —

Escuché que se abrían las cortinas y que, al mismo tiempo, me llamaban, sacándome del sueño en el que me encontraba. Traté de reconocer a la persona, pero aún estaba un poco somnoliento.

Hasta que logré identificar su voz, repleta de ternura, dulzura y delicadeza, la cual también reflejaba una gran cantidad de amor, paciencia y mucha compasión. (Eso lo había heredado de mamá, sin duda alguna). Sin un gran esfuerzo, ese gesto logró sacarme una leve sonrisa de satisfacción.

Ella, al notar que no me iba a levantar tan fácilmente, me volvió a llamar. Podía escuchar sus pasos por toda la habitación; sus zapatos hacían mucho ruido, y eso me incomodaba porque no podía volver a conciliar el sueño, y bueno, eso era lo que ella quería.

—Leo, el desayuno ya está servido. —

Dijo ella, y yo, aun con mis ojos cerrados, intenté ignorarla, haciendo un pequeño gemido de fastidio para que entendiera que no me quería levantar. Pero el resplandor que entraba por mi ventana y me daba en la cara me lo impidió. Quise darme la vuelta y cubrirme con las sábanas.

—Despierta, dormilón, tienes muchas cosas que hacer hoy. —

Sin embargo, me las quitó de un tirón. Al abrir mis ojos, aun con la visión un poco nublada, logré ver su bella sonrisa. Los volví a cerrar y la escuché una vez más.

Un poco más severa y autoritaria, como normalmente es ella cuando no le prestan atención, o no la toman en serio, o simplemente cuando quiere hacer las cosas a su modo. (Eso lo había heredado de papá). Aunque a pesar de todo, aún mantenía su ternura, pero eso no le restaba imponencia a su voz.

— ¡Ya es tarde, Leonel! ¡Levántate!—

O eso creí...

Cuando abrí mis ojos de golpe, me sorprendí muchísimo al ver que no había nadie en mi habitación. Me froté los ojos mientras analizaba la situación y recorría la habitación de arriba abajo. Al darme cuenta de que nada era real, me entristecí un poco. Como ya había sucedido anteriormente, no estaba en mi cama, sino en el sillón, y mucho menos había alguien en mi habitación. Estaba solo, sin compañía; simplemente había sido mi imaginación jugando una muy pesada broma.

Me preparé para ir a desayunar: me bañé, luego me vestí y bajé al comedor, donde estaban mi padre y mi madre esperándome para comer. Mientras comía, me di cuenta de que me encontraba un poco tenso luego de aquella experiencia que constantemente se repetía una y otra vez. Traté de buscar la mejor manera de iniciar esta conversación de nuevo con mi padre, pero no la encontré. Así que, después de un rato, simplemente lo solté.

—Ya es la séptima vez que me pasa, por lo menos en esta semana—dije, casi en un susurro, mientras aún desayunábamos sin levantar el rostro, viendo todavía mi plato un tanto cabizbajo. Que, dicho sea de paso, se veía bastante apetitoso, pero yo no tenía nada de apetito. Esa carne tierna con ensalada y pan estaba muy tentadora, pero yo, por otro lado, no tenía deseo de comer nada en ese momento.

Mi madre me miró con una cara de sorpresa, pero al mismo tiempo de lamento, pues mi tono era de molestia. Yo esperaba alguna respuesta de parte de mi padre; sin embargo, no tenía muchas esperanzas. Pues, por lo visto, como ya era costumbre, no me estaba prestando atención. Su rostro no reflejaba ningún tipo de asombro o preocupación, mucho menos interés. En realidad, daba la impresión de que le estaba molestando que hablara de eso, o simplemente le molestaba que yo estuviera hablando, pues de pronto frunció el ceño. Sin embargo, creo que no me escuchaba.

Había ocasiones en las que parecía que él no estaba ahí, en su cuerpo; su mente parecía estar en otro lugar, en otro tiempo, con otra familia que ya no existía.

El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora