Misión De Reconocimiento

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Los brazos me temblaron cuando la espada de la extraña mujer chocó con la mía. Me impresionó un poco; bueno, me impresionó muchísimo la forma en que blandió su espada. Fue tal la fuerza del impacto que perdí el equilibrio por un instante. El golpe me dejó sin aliento, y retrocedí mis brazos hasta mi pecho. Por fuera, estaba muy seguro y sonreía, aunque por dentro tenía miedo, mucho miedo. Se me había olvidado que esta vez sí me podían matar; ella no era Jack, que me iba a perdonar la vida. Sin embargo, mi lado impulsivo no pudo contenerse y salió a flote de la forma más imprudente posible.

Era una buena espadachina, una increíble luchadora; los movimientos que hacía eran espléndidos, impecables y pulcros. Era un verdadero deleite ver y participar en esta lucha contra ella. Pude seguirle el paso, pero de un momento a otro, ella mostró en sus ojos una profunda tristeza.

Después de un rato de lucha, parecía agotada; sin embargo, no podía bajar la guardia. Luke y Lobo estaban a la expectativa de lo que estaba ocurriendo. Todos los demás parecían sorprendidos por recibir un ataque tan repentino, pero Hope no pudo contenerse más y, sin más, simplemente atacó.

Parecía una psicópata; corrió hacia esta extraña mujer y gritó mi nombre con todas sus fuerzas.

—¡LEONEL!—

La extraña atacante estaba cubierta de sangre, pero no estaba herida. Tenía el cabello suelto y un poco descuidado. En la región donde estábamos era bastante frío, así que llevaba una capa que la abrigaba, botas de cuero que le sobrepasaban por encima de la rodilla, un vestido de lana gruesa y una pequeña placa de acero que solo servía para cubrir su pecho. En su cintura tenía dos cinturones: del lado izquierdo colgaba un hacha y del lado derecho, la funda de la espada con la que me había atacado.

La sangre se le había secado y parecía manchar su piel. Por la ropa desgastada y rota, se notaba que había estado en batallas; su cuerpo temblaba, pero no era por miedo, sino por cansancio. Sus ojos, aunque éramos nueve contra uno, mantenían un fuerte vigor y una gran entereza. La firmeza y determinación que mostraba eran tan palpables que intimidaron a Hope, quien dio un paso atrás y dudó. En ella no había sed de sangre; de hecho, se notaba que quería que todo se acabara.

Cuando se dispuso a atacar nuevamente, al dar un paso al frente, cayó de rodillas y se desmayó. Bajé la guardia y me acerqué. Steven corrió hacia ella y la reconoció; era la líder de la aldea.

—Es Gabriela—, dijo Steven sin apartar la mirada de ella. Parecía triste, pero no como el día anterior; esta vez sí era nuestro Steven, porque parecía querer ocultar sus sentimientos. La tomó en sus brazos y la llevó al carruaje.

Cuando íbamos de regreso al carruaje, Miguel se me acercó y se detuvo a mi lado.

—¿Cómo sigue la herida de la cabeza?— Lo observé y me la revisé con algo de miedo a lastimarme de nuevo, pero para mi sorpresa estaba completamente cerrada.

—Ya no está—, dije con asombro, y Miguel me miró con la misma expresión.

—Déjame ver.— Me revisó y, efectivamente, la herida ya estaba curada.

Subimos a los carruajes y Miguel les comentó a todos sobre la herida, y todos estaban sorprendidos.

—¿Cómo es eso posible?— dijo Hope.

—Si no han pasado ni veinticuatro horas, y el Médomai dijo que tu herida iba a sanar en un mínimo de setenta y dos horas—.

—Pues yo tampoco sé la razón—, le repliqué. Mientras estábamos en esa conversación sobre lo que me había sucedido, uno de los guardias que nos acompañaban nos llamó para que viéramos lo que había ocurrido en la ciudad.

El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora