Tarde Carmesí

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—¡AQUÍ VIENEN!—

El grito de Miguel me trajo de vuelta a la realidad, y me di cuenta de que se había cometido un grave error, o mejor dicho, yo lo había cometido.

No me había percatado de la cantidad de soldados enemigos que nos perseguían; ese pequeño detalle no había entrado en mis planes. Creo que fui muy ingenuo en ese sentido; a lo mejor no saldremos de esta vivos.

Subí a uno de los carruajes intentando contar a nuestros enemigos y pude ver que eran alrededor de quinientos soldados. Nosotros apenas llegábamos a cincuenta; posiblemente, nos iban a asesinar, pero lo importante es que todos iban a llegar sanos y salvos al reino.

Miraba a mi alrededor y los demás soldados de la aldea de Gabriela tenían mucho miedo. Ellos tenían esposas e hijos, y no quería que murieran, así que, sin pensarlo más, tomé una nueva decisión muy arriesgada.

—Gabriela, envía todos tus soldados, ¡RÁPIDO!—

—¿A dónde los envío?— me respondió ella tajantemente.

—Envíalos adelante y que lleguen al reino; nosotros nos quedaremos.

—Lo siento, majestad— me respondió uno de los soldados que estaban con Gabriela. —Pero no vamos a abandonar a nuestra aliada; nos quedaremos y, si es necesario, moriremos con ella.

Vi cómo esos soldados que nos perseguían hacían lo mismo que imaginé que harían; es como si les hubiese dicho qué hacer. Comenzaron a atacar la caravana de civiles que iban adelante con flechas. Pude verlo; había muchos muertos, y eso en lo más mínimo era aceptable.

Los soldados que iban con las caravanas intentaban proteger a todos con los escudos, pero era inútil; igual había muchos muertos.

Me concentré tanto en mis pensamientos de frustración y molestia por todo lo que estaba ocurriendo que había olvidado todo a mi alrededor. Sin darme cuenta, nosotros y el enemigo estábamos frente a frente. Hope soltó un grito desgarrador, pero ya era tarde; tenía la espada de uno de los soldados en mi cuello.

De pronto, escuché el ladrido de Luke. Como si hubiese sido controlado, atacó de forma precipitada al soldado que me quería asesinar. Cuando por fin reaccioné, estábamos en una lucha sin cuartel: Hope, Miguel, Gabriela, Sombra, Lobo, los soldados de Gabriela, Luke y yo enfrentándonos a alrededor de quinientos soldados enemigos.

Esos soldados no tenían estandarte, ni escudo, ni bandera; nada que los representase. Únicamente tenían una armadura color plata, totalmente cubiertos; ni los ojos se les alcanzaba a ver, y eso era frustrante: el no saber a qué o a quién te enfrentas.

Teníamos alrededor de unos diez o quince minutos en esta carnicería; ninguno de los dos bandos cedía. Creo que habíamos acabado con unos cien soldados, quizás, y era por mucho lo más cercano que pudimos hacer nosotros solos contra tantos, y ellos habían acabado con más de la mitad de nuestros hombres.

Yo estaba mal herido en mis piernas y mis brazos; no podía ya caminar. Lobo y Luke me estaban defendiendo. Sin embargo, hubo un momento particular en el cual ocurrió un cambio muy drástico en mí.

Un soldado atacó a Luke por la espalda y lo golpeó en la placa protectora que él tiene en su lomo. Fue tal la magnitud del golpe que él aulló del dolor y cayó al piso.

De pronto, un fuerte ardor corrió desde mi estómago y poco a poco se fue expandiendo por mi torrente sanguíneo. Los ojos se me tiñeron de rojo sangre y mis venas se empezaron a notar por la presión que corría por ellas.

Las uniones de mi armadura se comenzaron a desprender por culpa del inmenso calor que salía de mí, dejando al descubierto todo mi cuerpo lleno de heridas, golpes y moretones. Me levanté con algo de dificultad, pero sentía cómo la energía corría por mi cuerpo. Me di cuenta de que mi musculatura había crecido; las heridas se sanaron, los moretones desaparecieron.

El Juego De Los Caídos: Guerra De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora