23. Horrocruxes

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Mientras caminaba lentamente en dirección al castillo, Harry notaba cómo se le iba pasando el efecto del Felix Felicis. La puerta de entrada había permanecido abierta para él, pero en el tercer piso encontró a Peeves y tuvo que tomar un atajo para evitar que el poltergeist lo detectara. Cuando llegó ante el retrato de la Señora Gorda y se quitó la capa invisible, no le sorprendió que ella no se mostrara dispuesta a ayudarlo.

—¿Qué horas son éstas de llegar?

—Lo siento. Tuve que salir a hacer un recado muy importante.

—Pues mira, la contraseña cambió a medianoche, así que tendrás que dormir en el pasillo. ¿Qué te parece?

—No lo dirá en serio, ¿verdad? ¿A santo de qué ha cambiado la contraseña a medianoche?

—Esto es lo que hay —repuso la Señora Gorda—. Si no te gusta, ve y cuéntaselo al director. El es quien ha endurecido las medidas de seguridad.

—Fantástico —dijo Harry mirando el duro suelo del pasillo—. Genial, de verdad. Y por supuesto que iría a contárselo a Dumbledore si estuviera en su despacho, porque él fue quien quiso que yo...

—Está aquí —confirmó una voz a su espalda—. El profesor Dumbledore regresó al colegio hace una hora.

Nick Casi Decapitado se deslizaba hacia Harry mientras la cabeza le bamboleaba sobre la gorguera, como de costumbre.

—Lo sé por el Barón Sanguinario, que lo vio llegar —añadió—. Según me dijo, parecía de buen humor aunque un poco cansado.

—¿Dónde está? —preguntó Harry con el corazón acelerado.

—Pues gimiendo y haciendo ruido de cadenas en la torre de Astronomía. Es su pasatiempo favorito.

—¡Dónde está Dumbledore, no el Barón Sanguinario!

—Ah... En su despacho. Por lo que dijo el Barón, creo que tenía unos asuntos que atender antes de acostarse.

—Sí, ya lo creo —dijo Harry, emocionado ante la perspectiva de contarle al director que había conseguido el bendito recuerdo. Se dio la vuelta y salió a todo correr ignorando a la Señora Gorda, que le gritó:

—¡Vuelve! ¡Está bien, era mentira! ¡Me ha fastidiado que me despertaras! ¡La contraseña sigue siendo «Lombriz intestinal»!

Pero Harry ya corría por el pasillo y pocos minutos más tarde decía «¡Bombas de tofee!» ante la gárgola de Dumbledore, que se apartó y dejó que se montara en la escalera de caracol.

—Adelante —dijo el director cuando Harry llamó a la puerta. Su voz denotaba agotamiento.

Harry entró en el despacho, que estaba igual que siempre, aunque con un cielo negro y salpicado de estrellas detrás de las ventanas.

—Caramba, Harry —se sorprendió Dumbledore—. ¿A qué debo el honor de esta tardía visita?

—¡Lo tengo, señor! Tengo el recuerdo de Slughorn.

Sacó la botellita de cristal y se la mostró al anciano profesor, que por un instante se quedó atónito, pero enseguida esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Qué gran noticia, Harry! ¡Te felicito, muchacho! ¡Sabía que lo lograrías!

Y, olvidándose de la hora que era, el director de Hogwarts bordeó su escritorio, cogió la botellita con la mano ilesa y fue derecho hacia el armario donde guardaba el pensadero.

—Por fin podremos verlo —se regocijó mientras colocaba la vasija de piedra encima de su mesa y vaciaba en ella el contenido de la botella—. Rápido, Harry...

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