17 de Mayo, 1982

Nos encontramos dentro de un vehículo que avanzaba lentamente hacia la entrada de la Base de Río Gallegos, ubicada en la provincia de Santa Cruz. Un aire de tensión flotaba en el ambiente, sumiéndonos en un inquietante silencio mientras observábamos con aguda atención la pequeña cabina de control que permitía el acceso a la imponente pista de aterrizaje.

_ Parece estar vacía _ dijo el Comodoro Mayor Oscar Figueira, quien ocupaba el asiento del acompañante.

_ ¿Vacía? Qué raro _ dije.

_ ¿Deberíamos ingresar de todas maneras Comodoro?_ preguntó Maximiliano.

_ Y...teóricamente debería haber alguien esperándonos, así que no veo otra alternativa. Ingrese chofer. _ ordenó el Comodoro Figueira.

Maximiliano descendió del vehículo y, con decisión, alzó la valla de entrada de la base, permitiendo que pudiéramos ingresar. Luego, todos avanzamos juntos sumidos en un ambiente inquietantemente abandonado y misterioso.

_ Esto es muy extraño, juro que nunca ví algo igual _ expresó incómodo el el señor Figueira.

_ Comodoro, veo estelas de humo sobre la pista de aterrizaje _ advertí, mientras observaba como la bruma negra levitaba sobre el pavimento de la amplia pista.

_ Allá hay un vehículo _ señaló hacia el frente el chofer, donde a lo lejos se acercó a toda velocidad una camioneta idéntica a la que permanecíamos.

Ambos vehículos se encontraron en el punto medio y un hombre de avanzada edad, con lentes redondos, bajó su ventanilla mirándonos fijamente.

_ ¡Comodoro, avancen con nosotros, estamos en alerta roja! _ gritó aquel hombre desde el vehículo en movimiento, que retomó su rumbo a gran velocidad.

_ Sígalos chofer, rápido _ reaccionó impaciente el Comodoro Figueira.

Los dos vehículos avanzaron a toda velocidad por la amplia pista de aterrizaje. Mientras tanto, inquietos y preocupados, no nos esperábamos que la situación se volviera alarmante tan rápidamente. Apenas habían pasado cinco minutos desde nuestra llegada y ya nos habían advertido sobre una peligrosa alerta roja, indicando un posible ataque inminente a la base aérea argentina

Apreté con firmeza el brazo de mi hermano menor en cuanto escuché un estruendo progresivo que poco a poco comenzó a dominar el ambiente.

_ Avión... _ dije nervioso.

_ Si, ¿dónde está? _ contestó mi hermano.

_ Al frente, acelere chofer _ aportó el Comodoro Figueira al conductor del vehículo, quien sumamente concentrado en su labor, parecía no poder articular palabras para intentar explicar que ya íbamos tan rápido como podíamos.

En el cielo, avanzaba a una velocidad impresionante un avión en dirección a la pista de aterrizaje. Una vez allí, liberó un pequeño proyectil desde su parte inferior, el cual se precipitó verticalmente hacia el pavimento. Al impactar, una enorme cantidad de escombros se elevó del suelo, acompañado de un sonido ensordecedor. Aunque la bomba había detonado a una considerable distancia de ambos vehículos, no dejó de cumplir su objetivo de atemorizarnos.

_ Dios santo, ¿era un Blackburn? _ dije quitándome las manos de los oídos y observando como el aeroplano se alejaba rápidamente.

_ Un Harrier _ me corrigió Maximiliano, con la mirada concentrada hacia el frente, donde nuestro terrorífico viaje llegaba a su fin.

Ambos vehículos se estacionaron en un amplio galpón. Todos descendimos y caminamos hasta el interior de la base. En un largo pasillo, el Comodoro saludaba a varios de los mecánicos y vicedirectores presentes, mientras nosotros nos adelantamos directamente hacia la sala de pilotos.
Al llegar, observamos a nuestros compañeros sentados, compartiendo mate y unos bizcochos salados. Instantáneamente, nuestros corazones latieron con suavidad y respiramos cálidamente. Después de largas horas de tensión, era la primera vez que ambos podíamos llenar nuestros pulmones de alivio y, a pesar de las terribles circunstancias, dibujar una pequeña sonrisa en nuestros rostros hacia el gran grupo de compañeros.

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