8 de Junio, 1982

El Comodoro Figueira se acercó a mi habitación en la base de Río Gallegos para advertirme que pronto volveríamos a casa, solo debíamos cumplir una última misión el día 8 de junio que definiría el final de la guerra. Junto con esta información fuí reclutado para volver a la escuadrilla número 5 como Teniente del Capitán Suarez. Volvería a los cielos hostiles con mi equipo de siempre, pero esta vez, sin mi querido hermano. Cuando la orden de despegue llegó, el rugido ensordecedor del motor inundó el espacio. Al día de hoy reconozco que en aquella misión, la escuadrilla estaba más completa que nunca, ya que una vez en los cielos de las Islas Malvinas, el majestuoso ave se unió a la formación que manteníamos en forma de rombo, posicionándose justo en medio, como si fuera un Skyhawk más. En ese preciso instante esperé unos segundos para ser testigo de la reacción de mis compañeros al contemplar la danza de la increíble águila guerrera que nos acompañaba. Pero a mis oídos no llegó nada más que el constante sonido blanco de la cabina y el viento. _ ¿Capitán, está todo en orden? _ pregunté ansioso, esperando despertar la curiosidad de mis compañeros y confirmar si realmente podían ver el águila o solo era yo. _ Todo en orden, Haro. ¿Algo para informar? _ contestó a mis oídos Suarez. _ No capitán, mantengo posición _ dije de inmediato, observando como mis compañeros giraban su cabeza para corroborar que la posición que manteníamos era prolija. Rendido, confirmé que aquella ave, que se mantenía su vuelo a reducida distancia de la punta de mi Skyhawk en suma concentración, sólo era visible ante mis ojos. Habíamos llegado al punto final, al último capítulo de esta historia de lucha y sacrificio. La batalla llegó en un instante y sin previo aviso. La tensión en el aire era palpable. Mi dedo reposaba sobre el gatillo, listo para responder al enemigo. Guiado una vez más por el águila y a medida que el combate se desarrollaba, mis disparos encontraron su blanco en varios adversarios. Sin embargo, noté que el majestuoso ave comenzaba a tomar decisiones y maneras de volar que nos alejaban del conflicto. Cuestioné internamente sus elecciones. ¿Por qué estábamos evitando el enfrentamiento directo? ¿No era esta nuestra última oportunidad para cambiar el rumbo de la guerra? La respuesta llegó a mí de manera repentina, como un destello de claridad. Mientras luchábamos por mantenernos en el cielo, la oportunidad de dejar caer uno de mis proyectiles sobre un enorme barco HMS británico era clara y única. Pero el águila decidió evitarla sin dudarlo en lo más mínimo. Pues me di cuenta de que estaba tratando de protegerme, de alejarme del peligro. En un momento de revelación, entendí que había un avión enemigo siguiéndonos, esperando el momento adecuado para atacar. El águila había detectado la amenaza que yo no pude ver. Un Siddeley Harrier estaba acorralandome y sin piedad, lanzaba sus proyectiles hacia mi aeronave. El águila descendió brutalmente dirigiéndose a pocos metros del océano. Conociendo a mi hermano, sabía exactamente lo que estábamos a punto de hacer, pues la situación era más que complicada y en nuestra experiencia solo existía una manera de salir ileso de una situación como esta. Permanecimos a pocos metros del agua y el Harrier se acercaba a gran velocidad. La distancia era sumamente peligrosa y el águila cada vez descendía más. Mi corazón volvió a latir con una fuerza impresionante, era la primera vez que iba a cometer aquella locura. Una maniobra de evasión sumamente compleja que solo la había visto en un solo piloto en mi vida. Un piloto que para mi fortuna, era mi maestro y guía en aquel enfrentamiento. El Harrier estaba a pocos segundos de volver a atacarnos y recuerdo presionar la palanca de navegación con todas las fuerzas que mis manos podían proporcionar. Sumamente concentrado en el águila, como si nada más importara, esperaba el momento exacto para realizar la maniobra. Fue entonces cuando vi que lentamente y de manera muy prolija comenzaba a inclinarse hacia la izquierda y en un brutal movimiento tomó la decisión de virar hacia la izquierda. Viré con ella y con todas mis fuerzas mantenía la estabilidad del Skyhawk. Observaba como el majestuoso ave giraba aún más y con la respiración sumamente agitada, seguí sus pasos. Por inercia natural, giré lentamente mi cabeza hacia mi ala izquerda y allí estaba, con su punta sumergida en el agua del océano dibujando una maravillosa línea en el agua como un pincel en un lienzo. Lo había logrado, un movimiento elegante, prolijo y brutal, justo como lo hacía mi hermano menor. No solo había escapado de mi enemigo, sino que para mi sorpresa, él mismo quiso intentar seguirme el ritmo y sin éxito, su Harrier se sumergía en las profundidades del océano. Estabilicé mi avión teniendo un mejor panorama de todo y logré observar el ambiente hostil que se vivió aquel día. El humo que emanaba de la tierra, la adrenalina que nos consumía a cada uno de nosotros y las llamas que devoraban los buques de guerra de ambos países. Me dejé llevar por el vuelo del águila guerrera y la comprensión me golpeó como un rayo. La batalla ya estaba perdida, y esta última misión solo nos llevaría a la derrota final. El águila, con su sabiduría silenciosa, intentaba abrir mis ojos a esta dura realidad. A través de sus decisiones en el aire, estaba tratando de hacerme entender que la retirada era la única opción sensata. _ ¡Escuadrilla 5, retirada a base de inmediato! _ emitió por radio el Capitán Suarez, afirmando que no fuí el único espectador de aquel infierno. Sentí un nudo en mi garganta mientras el capitán pronunciaba las palabras que marcaban el fin de una lucha que nunca debió haber ocurrido. La retirada fue un camino sombrío de vuelta a la base, con el peso de la realidad pesando sobre mis hombros. Entrenamos para volar en hermosos cielos azules, no en el aire del infierno. Observé al águila, que volaba junto a mí. Con una sonrisa, las lágrimas caían de mis ojos mientras desprendía una hermosa luz dorada incandescente. Ella simplemente desapareció a pocos minutos del aterrizaje. Al salir de mi avión, miré al cielo una vez más, buscando a mi guía. Ya no estaba allí, pero su presencia seguía grabada en mi memoria. La guerra había terminado, y aunque había perdido a mi pequeño primo y a mi hermano en el camino, me di cuenta de que también había ganado una valiosa lección. La verdadera victoria no estaba en la destrucción, sino en la sabiduría de reconocer cuándo era hora de retirarse y buscar la paz. El capítulo final de esta historia de guerra estaba escrito, pero yo seguía siendo el narrador de mi propio destino. A partir de ese momento, mi camino estaba claro: honrar la memoria de mi hermano y del águila, buscando la paz y la reconciliación en medio de dos países que habían sido sacudidos por la violencia.


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