_¿Nunca volvió a verla? _ preguntó el joven Andrea Di Aurelio.
_ Jamás volví a verla _ contestó con angustia Ezequiel.
_ Señor Haro, le agradezco desde lo más profundo de mi corazón que haya compartido esta maravillosa historia conmigo _ dijo el joven.
_ Ah, no hay problema, estoy seguro que vas a tener un excelente proyecto de investigación _ dijo el hombre, que se puso de pie y alzó su mano hacia el joven.
_ Le prometo que así será _ dijo Andrea, estrechando su mano.
Ambos caminaron hacia la salida de la casa de Ezequiel en la ciudad de Buenos Aires. Andrea se despidió, agradeció nuevamente y se retiró.
El joven caminó algunas cuadras y llegó a una plaza para descansar un poco del sonido de la ciudad de Buenos Aires, que parecía transmitir una furia incontrolable. Pensativo dudó de cómo seguiría su camino, pues había seguido todos los pasos de su búsqueda. ¿Qué le faltaba? ¿Había hecho algo mal? Fue entonces cuando escuchó un hermoso aullido que resonó con fuerza en el ambiente. Sorprendido alzó su cabeza y llevó su mirada a una hermosa escultura de lo que parecía ser un marinero y una sirena, mirándose fijamente. Sobre esta, el majestuoso águila blanca de alas azules, reposaba con una presencia y elegancia alucinante. El ave lo observaba moviendo su cabeza mientras que Andrea la apreciaba con una sonrisa.
_ ¡Maximiliano! ¡Es un placer conocerte! Creo que podrías ayudarme _ gritó el joven mientras era observado por un reducido grupo de gente que se encontraba descansando en la plaza y lo miraba con curiosidad, ya que parecía estar hablándole a la nada misma.
El águila dió un aullido y alzó sus alas iniciando su vuelo. Pasando por encima de Andrea, desprendió un destello dorado que parecía marcarle al joven explorador, el camino hacia su próxima aventura.


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⏰ Última actualización: Sep 08, 2023 ⏰

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