Capítulo 5 || The Waltz

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Desde que se mudó no había asistido a una fiesta de cumpleaños, pero tenía que admitirlo, había olvidado lo pomposos que podían ser los eventos de los ricos. Eat the rich, pero no a sus propios padres.


Le era difícil entender por qué el príncipe además tenía tres celebraciones diferentes; una a la que no pudo entrar y aunque no le interesaba sentía cierta picazón mental, era extraño que fuera una reunión a la que nadie mas que los reyes y unos invitados anónimos pudieron asistir; una reunión pequeña del príncipe, un juglar muy conocido y miembros del personal; y un gran y ostentoso baile que marcaba la entrada del joven a los veinte años.

A los últimos dos tuvo que asistir forzosamente, pero el baile le provocaba cierto repelús. No sabía si era porque esta vez estaba trabajando en lugar de disfrutarlo, no sabía si era por los recuerdos que brotaban a la superficie, no sabía si era por el príncipe que iba de lado a... ¿Y Missa? Se le hundió el corazón al no verlo, su paga se esfumaría si algo le sucedía y no le alcanzaba el dinero para cometer tal error de dejar que el hiperactivo noble se dañara. En completa discreción inició una ardua búsqueda entre todos los presentes, pero cada vez que avanzaba y más rostros analizaba sus nervios crecían. No tenía ni la menor idea de a dónde se había ido el festejado y se suponía que era su única responsabilidad el estar con él.

Apretó los labios, escaneando un lugar lleno de gente a la que ahora consideraba un montón de hipócritas, ¿cómo podía seguir la fiesta si nadie tenía ni la menor idea del paradero de Missa? Su preocupación aumentó hasta que pasó por un ventanal que daba a una terraza, una silueta morada dándole la espalda a la entrada al gran salón de aquel castillo. Arrugó la nariz, si salía parecería un bobo cliché de algún libro que había leído alguna vez, comenzaba a considerar simplemente esperarlo ahí a que entrara. Aún así, un impulso de curiosidad lo llevó a aventurarse y salir, caminando silenciosamente hasta llegar a su lado. Si el príncipe había sentido su presencia llegar entonces no lo había demostrado. Spreen le lanzó una mirada de reojo hasta seguir la mirada del chico, era de noche y el paisaje pintaba montañas iluminadas por un cielo nocturno con muy poca contaminación lumínica. Era una vista sorprendentemente impresionante.

—¿No tenés un montón de gente con quienes hablar? Vos sos el centro de atención y estás en una banda de silencio que no te había visto.— No resistió la pregunta, ¿pero quién lo haría? El evento entero era para celebrar al chico que estaba completamente solo en esa terraza. Solo, al menos hasta que llegó Spreen.

—Wey, no te culpo por no darte cuenta, pero no soy un gran fan de tanta gente reunida.— El mexicano replicó con una sonrisa pequeña, pero se notaba cansado. No iba a hacerle ninguna pregunta al respecto, no le interesaba al caballero. Pero podía empatizar. Cruzó los brazos y se recargó contra la barda, quitándose los lentes para mirar mejor el paisaje.

Usualmente no se los quitaba porque era bastante consciente de sus ojos. Los lentes eran muy estorbosos en la noche, pero los mantenía porque aunque no era alguien inseguro si era impaciente. Se hartó de comentarios relacionados al color de los mismos o a sus abundantes pestañas, lo tachaban de cosas que a él lo hartaron rápidamente y prefirió usar los lentes a toda hora para que ya no lo molestaran más con ello, funcionó. Aunque con aquel chico que no le terminaba de agradar no sentía esa presión, el simple hecho de ya no despreciarlo irracionalmente era como un extraño paso a una creciente pero extremadamente limitada confianza. Había visto suficiente de él para saber que el ingenuo príncipe no se burlaría de su mirada, mucho menos ahora que estaba enajenado con el cielo estrellado que los cristales oscuros no le habían permitido ver con suficiente claridad antes. Incluso lo hizo sonreír.

—¿Sabías que la amatista brinda serenidad y alivia el estrés?— Miró de reojo al príncipe cuando lo escuchó, la pregunta era repentina y Missa ni siquiera lo estaba mirando a él, tenía la mirada aún fijada al horizonte. Debió sentir la confusión en su silencio, pues suspiró antes de volver a hablar. —Tus ojos, Spreen.— Y ahí se volvió hacia él, levantando ambas cejas de forma fugaz. Indicaba que recién le había hecho un cumplido. —Son de ese color.—

—Nah, esa es una de las boludeces que diría mi viejo. A él le gustaba un montón todo el asunto de las gemas y estrellas.— Pero no pudo evitar soltar una discreta risa, ya que la similitud a sus frases era casi adorable. Pudo escuchar al otro reír también, obviamente con más libertad y ánimos, apenas ahora que no lo detestaba se dio cuenta de lo contagiosa que podía ser la risa de aquel chico, comenzaba a comprender por qué la gente lo adoraba.

—Y tendría mucha razón, mi buen.— Pudo notar que iba a seguir hablando, pero se detuvo. Su mirada viajó hacia el interior del lugar a través del ventanal y él le imitó, el silencio entre ambos le hizo entender que el príncipe estaba prestando atención a la canción. El chico cerró los ojos, tomando unos latidos en reaccionar. —Grande Valse, el nombre del compositor es un dolor de pronunciar, pero es uno de mis favoritos.—

Lo contempló detenidamente, tratando de entender qué quería decir y por donde iba. Al menos hasta que el azabache le ofreció la mano. La sorpresa se vio instantáneamente reflejada en la mirada del oso, sabía que lo estaba invitando.

—Basta pibe, no sé bailar, posta.— Soltó rápidamente, cosa que hizo reír con fuerza a Missa, quien no bajó la mano. —Además, habrán muchas minas que querrán bailar con vos allá adentro, yo no soy una de ellas.— Se cruzó de brazos ante su propio argumento sólido, pero un error sería creer que había funcionado. El príncipe una vez más enfatizó la presencia de su mano extendida.

Pero no las conozco. Tú a duras penas me soportas, pero al menos a ti te veo a diario.— El oso no había esperado que genuinamente tuviera una buena respuesta. Eso no hacía que quisiera bailar, pero tampoco podía precisamente argumentar algo mejor que eso. —Será divertido, sígueme el paso. Un baile estrictamente platónico.— Aclaró dibujando un tache en su corazón como una promesa.

El caballero rodó los ojos, reconsiderando absolutamente todo. Pudo haberse negado y simplemente haberlo dejado ahí a su antigua soledad, pero no lo hizo. A pesar de su apática conducta y claro disgusto que, ahora al hablar con él, sabía que había notado, ese príncipe sin falta siempre fue plenamente amigable con él. Tal vez eso le dio un lapso de suavidad con él del que seguramente se arrepentiría más tarde.

—Dale, pero sólo esta vez.— Suspiró con pesadez, pero incluso a través de la máscara ajena pudo notar cómo se le iluminó el semblante. —Totalmente platónico.— Repitió a la vez a la que se acomodaban para bailar, o en realidad, dejaba que Missa acomodara a ambos. El mismo asintió con la cabeza.

Sólo déjate llevar, incluso si eres mas tieso que un bolillo de hace un mes podrás bailar si te dejas flojito.— Aclaró mientras se fijaba en que todo estuviera en orden. Estando frente a frente y recordando su propia altura se dio cuenta de que Missa era alto, al menos en contraste con sus guardianes, pero seguía siendo un poco más bajo que Spreen. —Aprenderle al bailongo hará más sencillo tu trabajo en eventos como este, si alguien bonito te saca a bailar no harás el oso... Sin ofender.—

Y aquel chiste, por más accidental y genuino que fuera, lo hizo reír con tal fuerza que se dobló brevemente hacia adelante. Lo entendía, conocía aquel chiste pero probablemente era la primera vez que alguien se lo decía con tal naturalidad que su risa pudo más que él. Negó con la cabeza mientras trataba de recuperar la compostura y enderezarse, pero escuchar al mexicano riendo con él por tan boba y genuina frase dificultaba el proceso.

Eventualmente lo logró, pero aún ambos con la cosquilla comenzaron moverse, torpemente tratando de seguir el ritmo de la música mientras trataban de dejar de reír. Daban lentas vueltas, a veces se detenían o soltaban algún balbuceo que le agregaba gracia al momento. Spreen nunca había sido una persona extrovertida que gustara de hacer un escándalo entre un montón de gente, así que si hubieran estado adentro jamás habría accedido, mucho menos se estaría riendo con tanto fervor como lo hacía ahí. Siendo sólo ellos dos, entes que lentamente construían cierta confianza en búsqueda de una amistad.

Tal vez Spreen simplemente había juzgado muy mal a Missa, ya sabía que no era detestable como inicialmente creyó, pero ese momento le hizo darse cuenta de que era genuinamente agradable pasar un rato con él, más allá de haber sido persuadido para bailar un waltz que pronto se rindieron en tratar de seguir o en estar ellos riéndose lejos de los demás como en un mal cuento de amor cliché.

Aún no estaba seguro de ello, pero estaba comenzando a considerar aceptar que Missa podría ser un buen amigo suyo.

The Only Exception || MisspreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora