"Ojos ámbar"

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Capitulo 1

Salió como todas las mañanas a su trabajo. Tomo un café, se despidió de su familia y fue a hacer negocios en la ciudad próxima. Su objetivo primario era conseguir que la familia Petrocci hiciera alianzas con ellos y que se pactara un acuerdo de no agresión. La guerra entre familias los había desgastado, ya no podían conseguir armas fácilmente y la droga escaseaba por lo bajos barrios, el negocio se tambaleaba por el miedo y la muerte reinaba en aquella época. Anthony Russo era un mafioso que trabajaba para su padre y era él quien tenía el poder de pactar aquel trato. Era elocuente, carismático y hacia caer a todos ante su sonrisa. Su padre no se cuestionaba sus métodos, estaba orgulloso de su hijo y le tenía la suficiente confianza para poder realizar aquel trabajo. El hermano mayor, Andrew hervía en celos y lo único que quería era destruir a su hermano, pero jamás se le daba la oportunidad. Decidió seguirlo, decidió esperar paciente hasta ver algo para incriminarlo, sabía que el rubio tenía comportamiento extraños solo que era muy reservado con su actitud. Pero en aquella oportunidad no consiguió nada en claro. Vio como el rubio fue hasta el domicilio de los Petrocci, entraba con una confianza única y hasta ahí llegó su investigación. La mansión estaba rodeada de guardias y el no era un imbécil, no se iba a acercar al territorio enemigo, encendió un cigarro y espero a que su hermano saliera del lugar. Horas más tarde vió al de ojos color zafiro salir junto a un joven de cabello negro, ojos color ámbar y buen porte, estrechando se las manos y sonriendo mirándose directamente a los ojos, le dijo algo en secreto y se subió al auto para volver a su casa. Andrew había tenido una tarde infructífera pero no sé daría por vencido.

**

Anthony había sentido un flechazo por el jefe de la familia Petrocci, Husk. Un hombre alto, corpulento, con mirada tosca de color ámbar, fumaba como chimenea y decía groserías como marinero. Conversaron, lograron pactar un alto al fuego y que las dos familias fueran aliadas, pero el rubio no quedo paz, necesitaba ver a Husk una y otra vez. Al principio se aborreció y para quitarse ese mal sabor de boca se metió con cuánta mujer pudo, pero había un pequeño problema, su pequeño amigo no lo acompañaba. Estaba con una morena despampanante, figura soñada, pechos abundantes, la tocaba y besaba con hambre, pero su miembro no le hacía caso, no se levantaba, tocaba por allí y por allá y nada. Incluso ella le hizo una felación y ni aquello funcionó. Solo al imaginarse la rudeza del pelinegro, su sonrisa vulgar y su olor masculino logro sentir el placer que tanto había anhelado. Se dio cuenta entonces, que era homosexual. Cayó en depresión, no podía ser que justo el fuera el “raro” de la familia. Empezo a beber en exceso y robarse mercancía de su padre. Allí probó su perdición, el polvo de ángel, el más grande elixir hecho por el hombre, le hicieron consumirse como nunca pero mantenía aún el secreto para si mismo y ni su familia ni su organización se fueron cuenta. En uno de aquellos bar al que frecuentaba, se encontró al jefe de los Petrocci, bebiendo como si no hubiera un mañana, pero su semblante estaba serio, imperturbable.

-Vaya, vaya, así que aquí es donde evades tus responsabilidades, gatito—sonrió sentándose al lado. Llevaba un modesto bastón de épocas pasadas, se veía extremadamente guapo a la luz tenue del local.

-Solo para no recordar los malditos negocios—levantó el vaso en señal de brindis y se trago al seco su contenido.

-Te entiendo, el olor a muerte queda en nuestras manos—por primera vez le hablaba sincero, sin sarcasmo de por medio.

-Así que tú eres ese tal sicario. Entiendo—se quedaron en silencio, solo con la compañía del contrario, tomando un trago amargo que les quemaba las entrañas. Lo  que siguió fueron besos desenfrenados detrás del local en algún callejón perdido, se fueron a un motel de mala muerte, sucio a más no poder pero que no les importaba en lo más mínimo. Husk tenía experiencia, se lo había comentado, aunque era un secreto a voces, nadie se atrevería de denunciarlo o de dictaminar cualquier sentencia. Tenía el poder necesario para destruir a quien se le cruzase en su camino. Al principio Anthony actuaba tímido, besaba delicado, a penas exploraba el cuerpo fibroso del contrario, pero cuando el placer y la emoción le nublaron el cerebro, empezó a despertar en el alguien sensual, atractivo, osado. Tocó todo el pecho, estómago y pelvis del contrario. Beso cada rincón de aquel grueso cuello, bajo sus manos por la ropa interior ajena encontrándose con aquel falo duro y dispuesto que no temió en besar y lamer cuál caramelo. Husk le daba indicaciones, lo trataba de manera gentil, casi caballerosa. El seguía hundiendo su rostro, aspirando el aroma viril que le hacía enloquecer. Llegó el turno de mostrar su experiencia, Husk tomo el delicado cuerpo níveo y lo acaricio haciéndolo temblar y enloquecer como nunca. Lo besaba en los lugares exactos, le tocaba los botones en flor haciéndolos endurecer, se estremecía con aquellas yemas que recorrían sus curvas, lloraba y gemía al sentir la mano intrusa alrededor de su miembro, frotando de arriba y abajo, introduciendo los dedos de manera amable en su cavidad, sintiéndolo incómodo, doloroso, hasta acostumbrarse.

-¿Te duele?—le susurro al oído, aquel aliento fresco, aquella voz profunda, no podía más de todo el placer que estaba experimentando.

-Sigue, quiero sentirlo todo—poco a poco el pelinegro se hundió en esos glúteos, espero a que su huésped lo recibiera, sintió el válido espacio, la humedad que lo envolvía y lo hacía enloquecer. Lo beso sensual, lamiendo aquellos labios de cereza. Tomó aquellas caderas delgadas, aquellas piernas firmes. No pudo soportar, empezó aquel vaivén, aquella danza amatoria que todos conocían tan bien. Lo envolvió con su cuerpo, queriendo rozar la piel con la suya, tan suave y buen cuidada. Se amaron toda la noche, jugaron y bebieron el elixir contrario, jamás nunca el rubio se había sentido tan lleno, tan completo, su mente se iluminó, su cerebro se aclaró. Esto era él, este era su lugar, entre los brazos morenos, fuertes y musculosos. Se aferró a aquella ilusión, soñaba despierto con una vida junto a él, a pesar del trabajo que desempeñaban. Jamás espero que su hermano supiera de aquel encuentro, que lo acusara en frente de su padre, que este lo repudiara y lo metiera en un manicomio. Aún cerrando los ojos podía sentir el cuerpo del pelinegro encima suyo, moviendo aquella pelvis, frotándose contra la suya, un estremecimiento le sobrevino en la espina dorsal. Lo extrañaba como la vida misma y nada podía hacer ya que estaba encerrado en esas cuatro paredes. Husk debe haberlo sabido, más nada pudo hacer para interceder sin el quedar mal. Eso sí, limpió su imagen casándose con una fulana que por supuesto, no estaba a su altura. Todo eso deprimía al rubio que los primeros tres días y noches paso en su cama, sin levantarse ni comer casi nada que le ofrecían. Se lamentaba entre el blanco impoluto de las paredes y sus sábanas, añoraba estrecharse junto al cuerpo del moreno, sentirse completo y vivo. Su compañero de celda lo miraba con una sonrisa aterradora pero no interfería en su depresión, quería hablar con su hermana, su única aliada dentro de la familia. Una rubia despampanante, con ojos de color azul destellantes, buenas curvas y un porte adorable. Pero ella estaba apagada en el juicio, desviaba la mirada y aguantaba las lágrimas que amenazaban con salir ¿Había estado de acuerdo con su encarcelamiento? ¿Lo aborrecía como todos en su familia? A su padre poco y nada le importó todo el esfuerzo y el trabajo que había realizado a lo largo de sus años al servicio de los Russo ¿Tan poco le importaba? ¿Cómo había tenido tanta sangre fría para encerrarlo en aquella pocilga? Sentía que nada podía animarlo y que solo podía morir, pero le quitaron hasta los cordones de los zapatos al internarlo, no tenía nada, lloraba a más no poder deseando acabar con su vida. A la tercera noche,  su compañero de celda saco de su manga un objeto, era arcaico, insalubre pero era la plegaria a sus rezos al cielo o al infierno.

- Es lo que deseabas, una navaja para afeitar, solo así podrás terminar con tu patética existencia—se la tiró a la cama. El rubio la miro, resplandecían bajo la luz de la luna que se filtraba por la pequeña ventana que poseia la celda. Sus ojos no pudieron aguantar las lágrimas amargas que brotaban cuál manantial.

-Es un escape—susurro agarrando el objeto. Lo admiraba cuál tesoro, pensando en la fuerte posibilidad que se le abría ante si.

-Si, pero también es cobardía. Lo único que importa en este mundo eres tú. Tu tienes la posibilidad de vivir y salir de este nefasto lugar o pudrirte bajo dos metros de tierra, tu elijes –en ningún momento le bacilo la sonrisa. Era sádico, crudo pero le dijo una verdad infalible. Solo uno tenía la posibilidad de avanzar o estancarse. Anthony por primera vez lo miro a los ojos. Eran hermosos, brillantes rubíes en un rostro angulado, trigueño y masculino. No vacilaban, estaban vacíos, sin emoción mientras lo contemplaba de arriba abajo. Anthony tomo la hoja y la tiró hacia afuera, por la ventana. Había tomado la decisión de salir de ahí, de superar aquella prueba y olvidarse de su familia. Al fin y al cabo su compañero tenía razón, de una manera totalmente retorcida le había dado el consuelo que había necesitado aquellos primeros días—Te has vuelto fuerte querido ángel—sonrió más ampliamente contemplando el menudo cuerpo que se había levantado, estirado y dirigido al baño para lavarse el rostro. Ya había tenido bastante de auto lamentaciones. Alastor pensó que iba a ser entretenido ver cómo evolucionaba aquella pobre alma patética y destrozada, sentía el poder influenciar sobre las decisiones del rubio. Noto un alma débil en un cuerpo frágil y esbelto. Su anterior compañero fue una gran perdida de tiempo, predecible, sosa y sin gracia. ¿Será Anthony la entretención que tanto estaba buscando?

-¿Ángel?—pregunto levemente sonrojado.

-Es un apodo, asumo que probaste la nueva droga que se está distribuyendo por el condado ¿O me equivoco?—varios adictos terminaban tras las rejas.

-Eres muy perspicaz, ni si quiera sabes el porqué estoy aquí—

-Oh, habrá mucho tiempo para averiguarlo todo—el ambiente se puso tétrico—por ahora hay que dormir, mañana será un glorioso día—se acostó en su litera y cerró los ojos aún sonriente. Anthony quedó descolocado pero prefirió callar y subir a su cama, prontamente se fue a los brazos de Morfeo, no soñando nada, por primera vez en mucho tiempo.

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