Veinticuatro

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No. No podía recordarlo.
Estaba tildado, de pie. Su mirada se clavaba en la deshilachada manga de su camisa. Sus ojos estaban puestos en un suelo de madera oscurecido por la mugre, tan fermentada en olor por la humedad que podía notar las manchas tenues de algunos líquidos. Incluso podía notar el contorno perfecto de la sangre seca.
Su sangre.
Sus lágrimas.
Una larga línea atravesaba la madera húmeda, rasgada, rota. Eran tantas que su mente y sus ojos no podían dejar de contarlas una por una. Su cabello húmedo, el frío del aire. Todo su cuerpo estaba paralizado por el miedo. Temblando, adolorido.
Leves gotas de sangre cayeron al suelo. Su nariz volvía a chorrear, sus pómulos, mordidos hasta sangrar no dejaban de ser bañados por las pequeñas lágrimas que caían por sus ojos.
Estaba tan aterrado, tan asustado y cubierto por el dolor que sólo quería irse a casa. Su cuerpo entero había sido sometido a sucesos asquerosos, tan inolvidables para él que su mente lo repetía una y otra vez.
Escuchó un ruido, tan despacio, tan chiquitito. Sus reflejos lo llevaron a volverse con rapidez, sus ojos negros se agrandaron con fuerza y su corazón destrozado bombeó su sangre impura con velocidad. Su cuerpo delgado, su piel joven, estaba tan destruida que un jadeo se tuvo que tragar con fuerza.
-Minsuk -escuchó una voz detrás de la puerta. Su cuerpo se encogió, sus piernas temblaron y su garganta vibraba de ansiedad y terror. Sus dedos volvieron a rascar los suelos, la carne viva de estos resaltó un dolor agudo en él. Escondió la cabeza entre sus piernas, cortadas, mordidas, cubiertas de sangre, moratones. Y aquella sucia evidencia que le gritaba mil veces por segundo que no duraría ni un mes ahí.
La puerta de metal se abrió y sus manos temblorosas se asomaron a su cabeza, cubriéndose con fuerza y terror. La suela de las botas militares retumbaba en sus oídos, cada paso hacía que los latidos de su corazón se acelerara con fuerza. Podía oír aquella respiración. La odiaba. La odiaba tanto que su sangre pútrida y enferma hirvió de ira.
-Pequeña liebre -susurró, su cuerpo se petrificó ante el apodo-. ¿Jugaron contigo de nuevo?
Quiso llorar. Quiso llorar veneno, quiso llorar su sangre negra, odiosa y asquerosa. Quiso ser veneno para ser la causa de sus muertes si se atrevían a volver a abusar de él. Su mirada negra se levantó de su escondite, de su refugio. Sus ojos se conectaron con aquellos grises, tan siniestros y cínicos que tuvo que fingir ser fuerte.
No contestó.
-Disculpa, ¿Sí? -le mencionó, observó la mano que se acercó a su mejilla. Cubierta de venas marcadas, una grande mano que lo golpeó numerosas veces-. Mis animales no suelen controlarse con los nuevos, ellos quieren entrar en este bonito negocio. Mira, yo no puedo hacer nada para controlarlos, cosita. Todos ellos son dueños de sus destinos.
Se quedó quieto. Los ojos grises del teniente eran viejos, de un color gastado, y de mucha experiencia adquirida. Sin embargo, su rostro era definido, su barbilla estaba bien afeitada. No pudo evitar mirar las mordidas cicatrizadas en su cuello.
-Minsuk... ¿Quieres volver a casa?
Sus ojos negros lo miraron petrificado. Su mente recordó a su familia, tan borroso y escaso era el recuerdo que el rostro de su madre no lo notó. Sus hermanos sólo eran una mancha gris en su mente. Y su padre, su padre.
Era el rostro que jamás olvidaría.
No respondió. No lo hizo por el miedo que aún conservaba en su corazón. Aún podía notar cómo su piel se erizaba de sólo recordar aquél suceso, podía sentir el ardor de su piel, aquella donde fue golpeado. Podía sentir el sollozo de su madre. Tan vivo. Tan culpable.
Y tan inocente a la vez.
Apartó la mirada, apoyó su mejilla en sus manos y fijó su vista hacia la ventana. Pensando.
El teniente se quedó quieto en su lugar. Se levantó y le tiró una sábana al suelo.
-Sé que a veces se es acusado injustamente, cosita. Pero la familia no se puede cambiar -comentó-. Y, sé que tu padre te trajo aquí porque se dice que hiciste eso, pero créeme cuando te digo que esto no es para que tú olvides. Si no para él. Es para él. Para limpiar su conciencia de la culpa.
-¿No podré recordar lo que pasó? Nada de lo que me hicieron, ¿Lo recordaré?
-Es tu decisión olvidarlo todo, animal. Pero tú ya viniste con un trauma mucho mayor, lo recordarás, lo recordarás. Pero no formarás parte de él. Tendrás que cazar tu pasado. O puedes darte una nueva oportunidad, Minsuk.
-Si no olvido nada. Si yo no lo olvido... ¿Podré irme de aquí? No serviría, no serviría.
-Si no lo olvidas estarás por siempre aquí. Tienes una mente muy fuerte. Créeme, animal. Pero si no olvidas te matarán, tendrás más dueños de los que deberías. Serás el animal de muchas personas, y ellas sólo tratarán de destruirte. Y si no hay caso... -susurró, el adolescente lo miró con intensidad-. Tendrás que ser uno de los míos. Mi animal.
Se quedó callado, tragó saliva y bajó la mirada.
-No podré hacerlo. -susurró, se atragantó con fuerza. Apenas su cuerpo aguantó a la persona que lo sometía actualmente-. ¿Y tú no? Verdad... ¿Verdad?
-Yo podría darte una nueva oportunidad. Pero conoces el proceso. Lo sabes, y lo vives en carne propia. Podría convertirte en todo lo contrario a lo que eres. Minsuk, yo podría transformar todo lo que eres, alguien fuerte. Sin perdón ni sentimientos de sobra. Sin pena. Después de todo, por eso terminaste aquí.
-Yo... Yo no quiero olvidarme. No quiero olvidar lo que soy. Por favor, si aguanto. Si aguanto hasta llegar a ti... Podrías, yo podría fingir. Podría hacerlo. Pero te lo ruego, no dejes que olvide. No quiero ser alguien más.
Abrió los ojos, se quedó quieto un segundo. El húmedo suelo lo abrazaba con el frío por todos lados. Se levantó con lentitud, su cabello se despegó de la sangre coagulada y casi seca. Se tocó la cabeza y su mano se cubrió del líquido carmesí, su pecho y brazos estaban cubiertos de ella. Sus ojos se quedaron quietos en el suelo.
Había soñado muchas cosas relacionada a aquellos tiempos. Todo el maltrato, todo el abuso que sufrió. Su cuerpo se levantó y su mirada se clavó en el espejo roto, su vista distorsionada. Su ira.
Lo notaba, se marcaba en sus ojos con fuerza.
Más de cinco dueños tuvo en su juventud. Más de diez manos tocaron su cuerpo, más de todas esas voces lo reclamaron como suyo. Y el único que lo cambió por completo fue ese monstruo que se encontraba marcado en su alma artificial. Había soportado miles de mordidas en su cuerpo, cientos de golpes, cientos de cortadas, cientos de insultos. Miles de sollozos y llantos, súplicas, gritos de dolor. Habían abusado de él cuantas veces quisieron. Y él creía que llegando a ese hombre conseguiría su libertad.
Y sin embargo, terminó como está ahora.
Si bien Minsuk vivía en él, no lo sentía como parte más de su alma. No se sentía dueño de sus recuerdos, nada. Nada. Todo lo que tenía eran recuerdos, una nueva identidad, y la sed de venganza en su interior. Y se vengaría, lo destruiría. Lo destruiría a través de lo que más quería. Su estúpido hijo.
Y no se privaría de nada. Marcaría el nombre de Minsuk y el suyo en todo su cuerpo. Con una navaja, lo dejaría a carne viva, que se infecte, que se pudra y se muera. Dejaría su identidad en aquella alma, se adentraría en su mente y dejaría toda la mierda que quisiera con él. Todo. Todo.
Pero quería que recordara a su padre, quería que lo recordara y cuando lo viera. Lo mire a él. A su antiguo animal. Y al chico que mató a través de miles de hombres.
Apartó la mirada y se percató de la sangre que chorreaba por su cabello. La imagen de Taemin se presentó en su mente. Se volvió, con el rostro fruncido y observando todo.
Su cuerpo no estaba.
Miró la sangre en el suelo, había un camino marcado por el pasillo, su cuerpo se impulsó y caminó hasta seguirla. Sus ojos se detuvieron en la puerta, abierta y dejando entrar la nieve blanca hacia la casa. Sus pies lentamente se acercaron a esta, la sangre manchaba la nieve formando un camino largo, era tanta. Era tanta que su mente recordó la primera vez que él escapó de aquél lugar. Cubierto de sangre, obligando a su cuerpo muerto de frío a tirarse al lago para limpiar sus heridas. Sus pies lentamente se acercaron y sus ojos divisaron una pequeña silueta a lo lejos. Rápidamente empezó a correr por él.
-¡Taemin! ¡Taemin!-gritó, se acercaba con rapidez y, sin embargo, pudo notar cómo este se volvía con la mirada aterrada y empezaba a correr.
Su cuerpo se detuvo un segundo, quedándose con la imagen del rostro de su cachorro bañado en sangre. De su frente siendo recorrida por un gran corte, lo veía correr, tan agitado por su pierna coja. Asustado.
Se quedó quieto en su lugar y bajó la mirada. Sin entender, tan confundido. No debería correr por él, lo había golpeado por no entender algo que él tampoco entendía. Pero aún era su animal. Aún era su animal.
Y si Taemin quería ser libre debía entregarle su identidad, debía devolver aquél nombre que lo hacía engreído, maleducado y muy gritón.
No quería quedarse con ella, no quería ser dueño de un pasado que no le pertenecía.
Levantó la mirada y lo vio en el suelo. Agachado y tan pequeño, podía oír sus sollozos desde su lugar. Podía notar su desesperación, sus pies se movieron inconscientemente hasta llegar y se detuvo justo detrás de él.
-Taemin... -susurró y este se volvió con rapidez, como un felino se volvió velozmente. Parecía cómo el miedo se apoderaba de su alma.
-N-no... No te acerques... Por favor no lo hagas. -susurró, una mueca se presentó en su rostro ensangrentado, las lágrimas lavaron la sangre y sus manos echas puños limpiaron el rostro-. Yo... Yo... No quiero volver. No quiero volver ahí.
Tragó saliva, sin saber qué decir.
-Si quieres... Si quieres irte -mencionó, recordando su rostro cuando rogó por libertad. Y lo único que recibió fue una bofetada dolorosa. Su imagen se vio reflejada en aquél chico. En aquél cachorro-. Puedes hacerlo. Yo... Perdono tu pecado, animal. Estás limpio. Tú... -las palabras se le trababan, bajó la mirada, tratando de recordar-. Eres libre de ser quién quieras.
Taemin lo miró por unos minutos callado. Sus ojos resaltaban con la sangre roja alrededor, abrió los labios y susurró.
-Y-yo... Quiero estar contigo -susurró apartando la mirada, varias lágrimas cayeron por sus mejillas-. Yo quiero estar contigo. Pero perdí todo lo que era. Yo... Y-yo ya no te sirvo porque p-perdí mi identidad.
-Taemin...
- ¡No! ¡No te acerques! -gritó-. Me iré. Me iré porque quiero, me iré y recuperaré todo lo que tenía, todo lo que yo fui volveré a tenerlo. Y cuando recupere todo eso voy a decidir si querer morir siendo sometido nuevamente por ti. Porque no me importa, Minho, a mí no me importaría volver a recuperar mi identidad y perderla en tus manos nuevamente. Y podremos estar juntos, podremos estar juntos y prometo no preguntar nada que no deba.
Minho lo miró confundido. Sin entender, sin comprender la locura que pasaba por la mente de aquél animal. ¿Qué caso tenía? ¿Volver a pasar todo eso? Metió sus manos en los bolsillos y pudo tocar aquél regalo que había hecho. Aquella marca. Sus dedos lo rodearon y su vista pudo deleitarse del pequeño cachorro de madera. Estaba sucio, viejo y arañado.
-¿Volverás cuando la recuperes? -preguntó y apretó con fuerza al cachorro.
-Sí... Volveré por ti.
Minho lo miró a los ojos. Serio, sin expresión alguna en su rostro.
-No volverás Cachorro. Sé que no volverás como yo te conocí -mencionó-. Tal vez mueras. Te destruirán como a una ramita. Piensa bien. Piensa bien todo.
Taemin miró hacia atrás, su piel lastimada resaltaba en la blancura del clima. Sus piernas temblaban, la sangre que lo bañaba por completo se adhería a su piel. Minho quiso acercarse y, sin embargo, se quedó en su lugar.
Pudo notar como su pequeño cachorro le daba la espalda y le entregaba una última mirada. Aquél rostro cubierto de sangre, aquellos ojos dilatados, asustados, temiendo por todo. Se volvió y caminó como pudo entre la fría nieve. Dejando las gotas de sangre caer por el suelo. Su animal. Su cachorrito.
Le había dado la espalda y se alejó de él.
Su rostro fruncido bajó la mirada y, extrañado, se quedó petrificado viendo la nieve blanca. Sus ojos negros se entrecerraron, cansados, tan débil. Observaron cómo pequeñas gotas teñían los finos copos de nieve. Abrió su mano y notó cómo la sangre caía de sus dedos.
Cortado. La herida dejaba caer la sangre limpia. Pura. Manchando aquél cachorro de madera. La conciencia de su cachorrito. Su libertad.
Ya no era su animal.

Violencia Animal (adaptación 2min)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora