Tres

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-¿Te duele?-preguntó en tono lento, casi burlón
-¿Te duele?-preguntó en tono lento, casi burlón. Tenía en sus manos una pequeña taza con hojas de menta cortadas, tomó la pava de aluminio con agua hirviendo y vertió un poco en la taza. El agua se fue tiñendo de un color verde clarito. El humeante aroma lo embriagó por completo-. ¿Quieres un poco, cariño?
-¡Para! ¡Haz que se detenga! ¡Por favor! ¡Por favor!-gritó con desesperación, sus manos temblaban y se encontraban fuertemente sujetadas por un alambre, las púas rasgaban su carne con fuerza y lo aprisionaban a un estado de total calma. Su cuello se encontraba de igual forma, con ese acero fino, delgado y puntiagudo recorriendo su piel, bajando de forma vil por su pecho hasta su cintura, la carne rasgada e irritada no era nada a comparación de su pierna-. ¡¡Lo ruego, detente!! ¡Lo siento! ¡Yo lo siento!
El otro empezó a tararear. Parecía una canción infantil, tal como la de un circo en un asombroso acto primero, sólo que viniendo de aquellos labios que recorrieron su cuerpo por completo sonaba macabro. Las lágrimas estaban ya de sobra, los hípicos gemidos de dolor y los gritos desgarraban su garganta. Sentía la carne abierta siendo recorrida por aquellos malditos insectos. Las picaduras le ardían y se veía mal. El pie estaba de por sí ya separado de su cuerpo, se encontraba de un color violáceo, de carne putrefacta mientras las hormigas rojas se comían y picaban la extremidad ensangrentada. La carne y la piel fue lo único que evitó que se separara de su cuerpo, cuando fue alzado juró desmayarse al ver el pie colgando de la piel, abierta mientras el hueso roto y puntiagudo goteaba sangre, las articulaciones y las venas estaban destruidas.
-¿Qué hago, mi gran amor?-susurró con una intriga fingida. La maldad formaba parte de aquellos ojos para el joven que agonizaba-. Te ves muy bien el día de hoy. ¿Te haz hecho algo?
Sintió la impotencia en sus venas, el dolor y la ira que le generaba aquel lunático. El odio estaba de sobra, pero era dominado como todo una fiera por el miedo. Respiró profundo.
-Por favor...
-De acuerdo, de acuerdo-susurró de manera vil, bebió de su taza humeante, y la separó de sus labios suspirando, como si lo que viera fuera lo más normal del mundo-. ¿Si te quito eso, prometes quedarte?
Tardó un rato en contestar, su cuerpo temblaba y necesitaba un baño para quitarse la mugre y los posibles huevos que pusieron las hormigas en su carne viva. Abrió los labios, y se condenó en voz baja.
-Lo... Prometo-apretó los puños, y la sangre resbaló por sus muñecas. Lo vio inclinarse y con una sonrisa bebió el último sorbo de su taza.
-Está bien... -rió suavemente, lentamente vertió el líquido humeante e hirviendo sobre la carne. El grito que salió de los labios del chico resonó de forma dolorosa, su cuerpo se retorció mientras su piel se abría a causa del alambre de púas que lo aprisionaba. Las hormigas cayeron al suelo, y la carne de la pierna quedó humeante y rojiza. El joven temblaba de manera descomunal, hasta que se detuvo de dolor. Se había desmayado.
Lo miró sobre la cama, sangrando y sin un pie. Se separó, prendió la radio y los oídos del más grande escucharon la música clásica, le gustaba en verdad escucharla. Tomó su tijera de trabajo y un trapo sucio, se acercó a su pequeño ciervo herido sobre la cama.
-Esto me servirá de excusa para desnudarte ¿Sabes?-susurró tocando el rostro del joven, lo golpeó suavemente en la mejilla, ladeando la cabeza del chico. Empezó a cortar los alambres de las muñecas y las dejó descansar. Siguió hasta que el cuerpo dejó de estar aprisionado. La sangre manchaba toda la piel. Su mirada oscura recorrió el cuerpo del chico, era delgado, con poca musculatura y bonitas manos. Observó el pie mutilado, cubierto de tierra y sangre seca, las larvas blancas de removían en los cortes. Era un caso perdido-¿No te importa que tome esto, verdad?
Tomó el pie moribundo y putrefacto, las hormigas rojas aún dejaban los huevos blancos. Lo miró unos segundos, era un pie bastante lindo. Sin embargo, agarró la tijera y empezó a cortar la piel que lo unía al chico, el hombre tarareaba lentamente, concentrado, cuando finalmente terminó de cortar la piel abrió la puerta y lo tiró a la basura. Entró a la cabaña y dejó la tijera de trabajo sobre la mesa, tomó el hacha y la limpió cuidadosamente. Lentamente se acercó al chico y tomó la pierna mutilada, seguido de un estruendo corte en la carne infectada de huevos blancos. No escuchó ningún grito, y vio el corte limpio. Vertió agua tibia para limpiar la herida y vendarla con telas viejas y limpias. Lavó las piernas rasguñadas de sangre, rompió el pantalón para curar la parte de la pelvis y tiró la tela sucia y rota. Las heridas no sanaban, la carne rasgada de la pelvis seguía irritada y rojiza. La limpió y la dejó secar, desnudó el cuerpo entero y empezó a lavar todas las heridas.
-Cariño, sí que estás radiante el día de hoy. Pareces todo un Lucifer.
Lo dejó lentamente sobre la cama vieja, el colchón sin sábanas estaba húmedo en agua y sangre, y sospechaba que, tal vez, aquél joven lo había manchado con un poco de orina. Su cuerpo desnudo quedó a toda vista, no era tan pequeño pero tampoco grande, medía casi un metro setenta y su piel había sido aperlada alguna vez. Lentamente asomó el tacto de sus dedos a los muslos. El vello era casi transparente, finito, al igual que el púbico. Sus ojos negros se detuvieron en las partes íntimas, tenía una hombría normal, ni grande, ni pequeña, supuso, de igual manera hacía un poco de frío. Tomó una camiseta vieja color cremita que estaba degastada y cortó tiras y tiras para vendar las heridas más grandes. Rodeó sus muñecas, sus tobillos, también su cuello. Verdaderamente le gustaba sus clavículas.
-Tan bonito... -susurró y se levantó para tirar el agua sucia y los trapos con sangre treinta minutos después. Sintió la rígida sensación de su mirada sobre la espalda. No supo en qué momento despertó.
-Eres un monstruo... Un monstruo... Un bestia.
Oyó y su piel se erizó por completo. Miró sus manos, grandes, venosas y llenas de cicatrices, tenía sangre debajo de sus uñas. Las marcas de mordidas en su antebrazo opacaron el brillo de sus ojos.
-Tú abriste las puertas del infierno, Animal -murmuró, sus ojos negros se volvieron al chico-. Y créeme, soy la versión más gentil que vas a conocer de un monstruo.

Violencia Animal (adaptación 2min)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora