Nueve (inicio)

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Minho. 18 años de edad.

-¡Vamos, no lo pierdan de vista!

Se volvió por un segundo, su corazón latía con desesperación, el dolor en su pecho y la falta de aire eran como golpes en sus pulmones. Como si destrozaran su tórax con pinzas, y dejaran a la vista todos sus órganos. Sus botas estaban cubiertas de barro y su uniforme apestaba a sudor, sentía como se pegaba a su cuerpo mojado, las gotas caían con rapidez y su boca no paraba de tragar aire para salvar sus pulmones casi muertos. Sentía como cada corte en su piel ardía, como cada mordida era bañada por el salado sudor de su cuerpo. Su cuerpo sangraba en heridas y su cabeza quería explotar por encontrar una salida.

-¡Corre como un maldito animal! ¡Corre como una maldita liebre, pero te atraparemos desgraciado!

Sus piernas se movieron con más rapidez, sentía como si fuera a volar por la velocidad que había tomado. Oía sus gritos a distancia, sin embargo el mundo daba vueltas para sus ojos, desde hacia días no lograba dormir, las ojeras en su rostro estaban tan marcadas que su piel parecía muerta.

Sentía las gotas frías de sudor sobre su espalda, el uniforme pobre y desgastado que le habían otorgado se encontraba sucio y desordenado. La mayoría de las veces lo tenía así, y es que estar presente entre tantos monstruos conllevaba conocer sus sucias manos. Sus asquerosas garras rasgando sus prendas, su piel. Su rostro reflejaba toda desesperación nata, todo llanto, todo sufrimiento que ocultó bajo su corazón. No quedaba lugar para sus muros, no quedaba lugar para defenderse. No ahí.

Porque con cada respiración agitada perdía una porción de su alma, con cada toque, su inocencia. Con cada corte, rasguño, cachetada, con cada tipo de violencia él perdía la cabeza. Sus huesos dolían, su piel, la velocidad de sus movimientos le eran tan irreales que agradeció a Dios por eso.

Sentía como cada árbol se repetía, como si fuera a dar vueltas y volver al mismo lugar siempre, el suelo estaba tan húmedo que casi se patinó. Su cuerpo fue impulsado contra el barro y el agua sucia y marrón salpicó todo su rostro y uniforme. Rápidamente buscó levantarse cuando sintió que le golpeaban la espalda con fuerza. El gran estruendo lo dejó sin respiración, atónito, el barro pegado a su rostro le interesó poco cuando sintió que tiraban de su cabello con fuerza.

-¡Lo tengo! -gritaron, intentó levantar la cabeza, sentía como la mano de su compañero sostenía su cráneo contra el barro, no podía respirar, no se podía mover y sus pulmones ardían, su pecho ardía, sentía como si una gran llamarada se prendiera fuego en su corazón y se extendiera por todo su cuerpo dañado. Su corazón se aceleró cuando escuchó los pasos y las risas de los otros cinco hombres atrás suyo.

Estaba tan aterrado que las lágrimas no quisieron salir de sus ojos.

-¡Maldita puta! -rugió una voz y rápidamente sintió la patada sobre sus costillas, gritó con dolor, horrorizado y traumado por todos los pensamientos que recaían en su mente-. Te haré sufrir por esto asquerosa escoria. Maldito animal.

-Ya, Eunwoo, sólo es una cortada en la boca, si tan sólo piensas en asesinar a esta bonita liebre nuestro Teniente te arrancará la lengua con pinzas. -farfulló otro asomando sus dedos a su rostro. Lo levantó con brutalidad, el peso de otro hombre se subió a sus caderas y su corazón se sentía oprimido, los dedos cubiertos de barro y sangre se metieron dentro de su boca. Frunció el ceño, sintiendo las lágrimas, los sollozos, el gusto a tierra y hierro explotó en sus papilas gustativas, las uñas lastimaban su garganta. Pronto sintió cómo la sangre caía por su lengua.

-¿Quieres chuparme el pene, bonito? -susurró uno asomándose cerca de su rostro. Rápidamente apartó el rostro, escuchó risas sobre él. Le ardía la espalda, las cortadas le picaban-. Me encanta verte llorar. Me gusta.

Escuchó susurros detrás suyo, su corazón se aceleró como nunca cuando otro hombre se asomó con rapidez.

-Verás, pequeña porquería, los animales como tú no deben escapar de casa. No deben protestar ni pedir misericordia a nadie. ¿Cómo mierda te atreves a utilizar una estúpida navaja en uno de tus dueños? -gruñó con fuerza, golpeando cruelmente la cabeza del chico bajo él, la navaja que tenía en su mano relució como un relámpago a los ojos del chico, su filo acarició su piel mugrienta-. Tan asustado, tan imbécil y lindo.

-Córtale los dedos del pie para que aprenda.

-¡No! ¡Métele la navaja por el culo!

-¡Qué sucio, por favor! ¡Mejor sigamos marcando su espalda! ¡Aún no he puesto mi firma!

-Quítale los zapatos -oyó y rápidamente sintió que el calor de sus botas desaparecía de su tacto. Sus pies quedaron descubiertos y se mancharon con el agua sucia y el barro húmedo. Pronto sintió el frío pinchazo de aquella navaja moribunda y terrible-. ¿Podrás seguir corriendo si corto aquí, mi animal?

-S-sí.-susurró entre dientes, su garganta vibró de dolor, del grito que no dejó salir cuando el corte se dio en sus dos pies. Sintió como el peso salía de su cintura y como las manos lo soltaban. Sus extremidades temblaban, sin embargo, intentó levantarse.

-Corre, pequeño. Esta vez no te perseguiremos. Puedes irte, ¿Lo ves verdad? Allá lejos están tu familia, allá está tu libertad. Pero si caes, si caes eres nuestro. Y pasarás a ser mi animal. Yo marqué tu cuerpo, y tú marcaste tus uñas en mi espalda. Eres mi animal, mi pequeña liebre, mi hembra.

Luchó por levantarse.

Las lágrimas buscaban salir de sus ojos, tan traicioneras que su corazón se oprimió en su interior. Sus pies lo mantuvieron derecho, escuchaba las risas detrás suyo, y su mente explotó ante eso, dio el primer paso, dos, tres, cuatro, y sintió cómo el barro entraba en su carne, como las piedras abrían más la herida. Su cuerpo cayó al suelo y apretó los puños en el barro, tanta rabia, tanto rencor. Su cuerpo estaba débil, sin alimento ni descanso. ¿Cuánta maldad podían tener?

-¡Pero no tenías porqué hacer tanto drama! ¡Si tanto querías quedarte solo tenías que decirlo mi amor! -escuchó las risotadas, y las lágrimas cayeron de sus ojos, sintió como las manos ajenas lo alzaban, como aquél mugroso animal lo levantaba y lo ponía sobre él. Lo miraba, lo miraba y no veía humanidad alguna, veía a una fiera. A un lobo enorme con colmillos como dagas que todas las noches lo marcaba con brutalidad. No veía manos, no veía dedos en aquellas personas, sus ojos veían garras sucias y ensangrentadas.

-Te quedarás junto a mí por siempre, ¿Verdad mi amor? ¿Verdad? -le susurró, mientras él sentía como su ropa era rasgada a jirones-. Haz olvidado tu identidad, puedo notarlo en tus ojos. Puedo notar cómo tu nombre se escapa de tu persona, cómo tu conciencia repite y repite lo mismo... "¡Es un insensible, es un monstruo, una total bestia!"

-Eres... -susurró, apretando las uñas en la carne de aquél hombre, haciéndolo sangrar-. Eres un animal. Eres un animal.

Lo vio sonreír, con aquellos feos y puntiagudos colmillos que tanto odiaba su piel, su cuerpo, que tanto odiaba él.

-Y tú eres mi cazador.

Violencia Animal (adaptación 2min)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora