Diecinueve

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Escuchó el sonido de la puerta al cerrarse.

Los ojos de Taemin se abrieron de inmediato ante la presencia de alguien más en la casa, sus oídos auditivos notaban cada acción melódica que había en la cabaña. Su mente viajaba en un sinfín de confusiones que lo mareaban, y tras el arte sonoro de Mozart, Vivaldi y Bach se desorientaba en su entorno. Cerró los ojos y dejó descansar la cabeza palpitante. Estaba tan débil, juraba que no le quedaba más energía que solo para unas palabras, la música se volvía insoportable. Esa melodía. Esa odiosa melodía le quemaba las neuronas y no lo dejaba pensar.

Taemin había perdido el hilo de las horas cuando Minho salió de casa.

Repetía una y otra vez su nombre, lo tarareaba de tantas formas y el rugido del lobo aún estaba aullando en su oído. El gusto de la sangre permanecía en su lengua, disgustaba la carne entre sus dientes, mientras su mente confundía su identidad personal con la del pobre animal que había asesinado.

El sudor en su sucia y destrozada piel era insoportable, el hedor de su cuerpo lo mareaba más de lo que ya estaba. Podía notar la costra al borde de su piel abierta, las mordidas con los caninos del lobo, la piel hinchada. Su cuerpo temblaba ante la impresión, sus uñas se clavaban en su piel aguantando las ganas de rascar esa carne infectada hasta que solo quedara articulaciones y sangre.

Las lágrimas pegajosas caían por sus mejillas, la picazón, la desesperación por arrancarse la piel mugrosa en costra, sangre y mordidas. Todo. Todo lo estaba enloqueciendo.

Escuchó las pisadas pesadas de Minho dirigirse a la habitación pútrida donde yacía, el aroma a sangre descompuesta aún permanecía, las larvas y los gusanos vivos y pisados se retorcían en el suelo. El ambiente era asqueroso.

Quería bañarse. Quería comer. Quería dormir en una cama y que la causa de sus heridas sean besos y mordidas placenteras. Pero lo único que tenía ahora era la infección de la mordida de un lobo, el estómago vacío y la piel ardiente y desesperada por tocar agua. Taemin rascaba la madera de la silla con fuerza, su desesperación y ansiedad lo mantenía inconsciente de las astillas que se clavaban en su piel, en la sangre de las uñas rotas y las huellas de sus dedos destruidas. Taemin no era consciente del daño que él mismo se causaba.

Y sus ojos brillaron cuando lo vio entrar por aquella puerta, su cuerpo se impulsó sin energía, queriendo llegar hasta esos brazos. Sin embargo, Taemin cayó al suelo de rodillas y manos, temblando y abriendo aquellas heridas que antes se había hecho. Pero no le importaba. Su cabeza se levantó, desde el suelo pudo ver los ojos negros de Minho apagados.

Su boca tembló.

-¿Q... Qué... Pasa? -susurró bajito, el cuerpo de Taemin temblaba desesperado.

-Animal... -habló Minho y pareció que iba a decir algo, cuando su boca calló.

Taemin tragó saliva, su mentón temblaba como si el mismo frío insensible lo abrazara por completo. Minho estaba enojado. Lo podía notar en aquellos ojos, meses a su lado, y era lo único que podía saber de él a través de gestos. Se miró los dedos, las uñas estaban violetas en sangre, no se había dado cuenta de lo reventadas que estaban. Las botas militares de Minho estaban viejas, su olfato detectó el aroma a sangre que emanaban.

Volvió a levantar la mirada.

Las lágrimas de Taemin descendían a voluntad propia, lavaba la sangre seca de las mejillas y resaltaba el color violáceo de los golpes. Minho lo observaba desde arriba, tan poco predecible, Taemin lloraba de tristeza y angustia al no saber qué esperaba de ellos. No sabía qué pensamientos habían en aquella mente.

Porque Minho lo manejaba como a una marioneta, lo llevaba de aquí para allá, lo golpeaba si quería, lo humillaba si quería, lo besaba sólo si él quería. Porque le dio a entender que él no tenía derecho alguno a reclamar. Si Minho quería, dejaría que miles de perros salvajes lo despedazaran a mordidas, y sólo se reiría al verlo sangrar.

Violencia Animal (adaptación 2min)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora