Capítulo II (parte 1)

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Cuando el viento de la madrugada irrumpe sobre La Perla, empujando la neblina hacia el mar ydisolviéndola, y el recinto del Colegio Militar Leoncio Prado se aclara como una habitación colmada dehumo cuyas ventanas acaban de abrirse, un soldado anónimo aparece bostezando en el umbral delgalpón y avanza restregándose los ojos hacia las cuadras de los cadetes. La corneta que lleva en lamano se balancea con el movimiento de su cuerpo y, en la difusa claridad, brilla. Al llegar al tercer año, se detiene en el centro del patio, a igual distancia de los cuatro ángulos del edificio que lo cerca.

Enfundado en su uniforme verduzco, desdibujado por los últimos residuos de la neblina, el soldadoparece un fantasma. Lentamente, pierde su inmovilidad, se anima, se frota las manos, escupe. Luegosopla. Escucha el eco de su propia corneta y, segundos después, las injurias de los perros que desfogan contra él la cólera que les causa el final de la noche. Escoltado por carajos lejanos, el corneta se dirige alas cuadras de cuarto año. Algunos imaginarias del último turno han salido a las puertas, anunciados de  su llegada por la diana de los perros: se burlan de él, lo insultan y a veces le tiran piedras. 

El soldadocamina hacia quinto. Ya está completamente despierto y su paso es más vivo. Allí no hay reacción; losveteranos saben que desde el toque de diana hasta el silbato llamando a filas tienen quince minutos, lamitad de los cuales pueden aprovechar todavía en el lecho. El soldado regresa al galpón, frotándose lasmanos y escupiendo. No lo asustan la indignación de los perros, el malhumor de los cadetes de cuarto: apenas los percibe. Salvo los sábados. Ese día, como hay ejercicios de campaña, la diana se toca unahora antes y los soldados temen estar de servicio. A las cinco todavía es noche cerrada y los cadetes,borrachos de sueño y de ira, bombardean al corneta desde las ventanas con toda clase de proyectiles. Por eso, los sábados, los cornetas violan el reglamento: tocan la diana lejos de los patios, desde la pista, de desfile, y muy rápido.

El sábado, los de quinto pueden continuar en las literas sólo dos o tres minutos, pues en lugar de quince tienen apenas ocho minutos para lavarse, vestirse, tender las camas y formar. Pero este sábado esexcepcional. La campaña ha sido suprimida para el quinto año debido al examen de Química; cuando los veteranos escuchan la diana, a las seis, los perros y los de cuarto están desfilando ya por la puerta del colegio hacia el despoblado que une La Perla al Callao.

Unos instantes después del toque de diana, Alberto, sin abrir los ojos todavía, piensa: "hoy es la salida". Alguien dice: "son las seis menos cuarto. Hay que apedrear a ese maldito". La cuadra queda de nuevoen silencio. Abre los ojos: por las ventanas entra a la habitación una luz indecisa, gris. "Los sábadosdebía salir sol". Se abre la puerta del baño. Alberto ve la cara pálida del Esclavo: las literas lo degüellan a medida que avanza. Está peinado y afeitado. "Se levanta antes de la diana para llegar primero a la fila", piensa Alberto. Cierra los ojos. Siente que el Esclavo se detiene junto a su cama y le toca el hombro. Entreabre los ojos: la cabeza del Esclavo culmina un cuerpo esquelético, devorado por el pijama azul. 

- Está de turno el teniente Gamboa. 

- Ya sé - responde Alberto- Tengo tiempo. 

- Bueno - dice el Esclavo- Creí que estabas durmiendo.

Esboza una sonrisa y se aleja. "Quiere ser mi amigo", piensa Alberto. Vuelve a cerrar los ojos y quedatenso: el pavimento de la calle Diego Ferré brilla por la humedad; las aceras de Porta y Ocharán estáncubiertas de hojas desprendidas de los árboles por el viento nocturno; un joven elegante camina por allí, fumando un Chesterfield. "juro que hoy iré donde las polillas." 

- ¡Siete minutos! - grita Vallano, a voz en cuello, desde la puerta de la cuadra. 

Hay una conmoción. Lasliteras están oxidadas y chirrían; las puertas de los armarios crujen; los tacones de los botines martillanla loza; al rozarse o chocar, los cuerpos despiden un rumor sordo; pero las blasfemias y los juramentosprevalecen sobre cualquier otro ruido, como lenguas de fuego entre el humo. Sucesivos, ametralladospor una garganta colectiva, los insultos no son, sin embargo, precisos: apuntan a blancos abstractoscomo Dios, el oficial y la madre y los cadetes parecen recurrir a ellos más por su música que susignificado.

La ciudad y los perrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora