Capítulo V (parte 3)

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La risa del Boa era, ahora, furiosa. Ladeando un poco la cabeza, Alberto podía ver sus grandes botines, sus gruesas piernas, su vientre apareciendo entre las puntas de la camisa caqui y el pantalón desabotonado, su cuello macizo, sus ojos sin luz. Algunos se bajaban los pantalones, otros los abrían solamente. Paulino daba vueltas en torno al abanico de cuerpos, con los labios húmedos; de una de sus manos colgaba la talega sonora y la otra sostenía la botella de pisco. "El Boa quiere que le traigan a la Malpapeada", dijo alguien y nadie se rió.

Alberto se desabotonaba lentamente, los ojos semicerrados, y trataba de evocar el rostro, el cuerpo, los cabellos de la Pies Dorados, pero la imagen era huidiza y se esfumaba para dar paso a otra, una muchacha morena, que también se fugaba y volvía, le mostraba una mano, una boca fina, y la garúa caía sobre ella, humedecía su ropa y la luz rojiza de Huatica estaba brillando en el fondo de esos ojos oscuros y él decía mierda y surgía el muslo blanco y carnoso de la Pies Dorados y desaparecía y la avenida Arequipa estaba repleta de vehículos que pasaban junto al paradero del Raimondi, donde esperaban él y la muchacha.

-¿Y tú, qué esperas? -dijo Paulino, indignado. El Esclavo se había tendido y permanecía inmóvil, la cabeza entre las manos. El injerto estaba de pie, ante él y parecía enorme. "Cómetelo, Paulino", gritó el Boa. "Cómete a la novia del poeta. Te juro que si el poeta se mueve, lo quiebro." Alberto miró al suelo: unos puntos negros surcaban la tierra castaña, pero no habla ninguna piedra. Endureció el cuerpo y cerró los puños. Paulino se había inclinado, con las rodillas separadas: las piernas del Esclavo pasaban bajo su cuerpo. 

-Si lo tocas, te rompo la cara -dijo Alberto. 

-Está enamorado del Esclavo -dijo el Boa, pero su voz revelaba que ya se había desinteresado de Paulino y Alberto; era una voz débil y congestionada, lejana. El injerto sonrió y abrió la boca: la lengua arrastraba una masa de saliva que mojó sus labios. 

-No le voy a hacer nada -dijo-. Sólo que es muy flojo. Lo voy a ayudar.

El Esclavo estaba inmóvil y, mientras Paulino abría su correa y desabotonaba su pantalón, siguiómirando al techo. Alberto volvió la cabeza; la calamina era blanca, el cielo era gris, en sus oídos habíauna música, el diálogo de las hormigas coloradas en sus laberintos subterráneos, laberintos con lucescoloradas, un resplandor rojizo en el que los objetos parecían oscuros y la piel de esa mujer devoradapor el fuego desde la punta de los pequeños pies adorables hasta la raíz de los cabellos pintados, había una gran mancha en la pared, el cadencioso balanceo de ese muchacho marcaba el tiempo como unpéndulo, fijaba el reducto a la tierra, impedía que se elevara por los aires y cayera en la espiral rojiza de Huatica, sobre ese muslo de miel y de leche, la muchacha caminaba bajo la garúa, liviana, graciosa,esbelta, pero esta vez el chorro volcánico estaba ahí, definitivamente instalado en algún punto de sualma, y comenzaba a crecer, a lanzar sus tentáculos por los pasadizos secretos de su cuerpo,expulsando a la muchacha de su memoria y de su sangre, y segregando un perfume, un licor, unaforma, bajo su vientre que sus manos acariciaban ahora y de pronto ascendía algo quemante yavasallador, y él podía ver, oír, sentir, el placer que avanzaba, humeante, desplegándose entre unamaraña de huesos y músculos y nervios, hacia el infinito, hacia el paraíso donde nunca entrarían lashormigas rojas, pero entonces se distrajo, porque Paulino acezaba y había caído a poca distancia, y elBoa decía palabras entrecortadas.

Sintió nuevamente la tierra en sus espaldas y al volverse a mirar, susojos ardieron como punzados por una aguja. Paulino estaba junto al Boa y éste lo dejaba manosear su cuerpo, indiferente. El injerto resollaba, emitía grititos destemplados. El Boa había cerrado los ojos y seretorcía. "Y ahora comenzará el olor, y la botella se vaciará en unos segundos y cantaremos, y alguiencontará chistes, y el injerto se pondrá triste, y sentiré la boca seca y los cigarrillos me darán ganas de vomitar y querré dormir, y la cabeza y algún día me volveré tísico, el doctor Guerra dijo que es como si uno se acostara siete veces seguidas con una mujer." 

Cuando escuchó el grito del Boa, no se movió: era un pequeño ser adormecido en el fondo de unaconcha rosada, y ni el viento ni el agua ni el fuego podían invadir su refugio. Luego volvió a la realidad: el Boa tenía a Paulino contra el suelo y lo abofeteaba, gritando, "me mordiste, cholo maldito, serrano, voy a matarte". Algunos se habían incorporado y contemplaban la escena con rostros lánguidos. Paulinono se defendía y después de un momento, el Boa lo soltó. El injerto se levantó pesadamente, se limpió la boca, recogió del suelo la talega de monedas y la botella de pisco. Dio el dinero al Boa. 

-Yo terminé segundo -dijo Cárdenas. 

Paulino avanzó hacia él con la botella. Pero lo detuvo el cojo Villa, que estaba junto a Alberto. 

-Mentira -dijo-. No fue él. 

-¿Quién entonces? -dijo Paulino. 

-El Esclavo. 

El Boa dejó de contar las monedas y sus ojos pequeñitos miraron al Esclavo. Éste permanecía deespaldas, las manos a lo largo de su cuerpo. 

-Quién lo hubiera dicho -dijo el Boa- Tiene una pinga de hombre. 

-Y tú una de burra -dijo Alberto- Ciérrate el pantalón, fenómeno. 

El Boa se rió a carcajadas y corrió por el reducto, sobre los cuerpos, con el sexo entre las manos,gritando "los orino a todos, me los como a todos, por algo me dicen Boa, puedo matar a una mujer de un polvo". Los otros se limpiaban y acomodaban la ropa. El Esclavo había abierto la botella de pisco, ydespués de tomar un trago largo y escupir, la pasó a Alberto. Todos bebían y fumaban. Paulino estabasentado en un rincón, con una expresión marchita y melancólica. "Y ahora saldremos y nos lavaremoslas manos, y después tocarán el silbato y formaremos y marcharemos al Comedor, un, dos, un, dos, ycomeremos y saldremos del comedor y entraremos a las cuadras y alguien gritará un concurso y alguiendirá ya estuvimos donde el injerto y ganó el Boa, y el Boa dirá también fue el Esclavo, lo llevó el poeta y no dejó que nos lo comiésemos e incluso salió segundo en el concurso, y tocarán silencio y dormiremosy mañana y el lunes y cuántas semanas.

La ciudad y los perrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora