Siempre aparecía tan limpia, tan elegante, que yo pensaba: ¿cómo a las otras nunca se las ve así? Y no es que cambiara mucho de vestido, al contrario, tenía poca ropa. Cuando estábamos estudiando y se manchaba las manos con tinta, botaba los libros al suelo y se iba a lavar. Si caía al cuaderno aunque fuera un puntito de tinta, rompía la hoja y la hacía de nuevo. "Pero así pierdes mucho tiempo, le decía yo. Mejor la borras. Presta una 'Gillete' y verás, no se notará nada." Ella no aceptaba. Era lo único que la ponía furiosa. Sus sienes comenzaban a latir -se movían despacito, como un corazón, bajo sus cabellos negros-, su boca se fruncía. Pero al volver caño ya estaba sonriendo de nuevo.
Su uniforme de colegio era una falda azul y una blusa blanca. A veces yo la veía llegar del colegio y pensaba: "ni una arruga, ni una mancha". También tenía un vestido a cuadros que le cubría los hombros y se cerraba en el cuello con una cinta. Era sin mangas y ella se ponía encima una chompa color canela. Se abrochaba sólo el último botón y, al caminar, las dos puntas de la chompa volaban en el aire y qué bien se la veía. Ese era el vestido de los domingos, con el que iba a ver a sus parientes. Los domingos eran los peores días. Me levantaba temprano y salía a la Plaza Bellavista; me sentaba en una banca o veía las fotos del cine, pero sin dejar de espiar la casa, no fueran a salir sin que las viera.
Los otros días, Tere iba a comprar pan a la panadería del chino Tilau, la que está junto al cine. Yo le decía: "qué casualidad, siempre nos encontramos". Si había mucha gente, Tere se quedaba afuera y yo me abría paso y el chino Tilau, un buen amigo, me atendía primero. Una vez, Tilau dijo al vemos entrar: "ah, ya llegaron los novios. ¿Siempre lo mismo? ¿Dos chancay calientes para cada uno?". Los que estaban comprando se rieron, ella se puso colorada y yo dije: "ya, Tilau, déjate de bromas y atiende". Pero los domingos la panadería estaba cerrada. Desde el vestíbulo del cine Bellavista o desde una banca, yo me quedaba mirándolas. Esperaban el ómnibus que va por la Costanera. Algunas veces disimulaba; me metía las manos en los bolsillos y silbando y pateando una piedra o una tapa de botella, pasaba junto a ellas y, sin parar, las saludaba: "buenos días, señora; hola, Tere" y me seguía de frente, para entrar a mi casa o ir hasta Sáenz Peña, porque sí.
También se ponía el vestido a cuadros y la chompa los lunes en la noche, porque su tía la llevaba al femenino del cine Bellavista. Yo le decía a mi madre que tenía que prestarme un cuaderno y salía a la plaza a esperar que terminara la función y la veía pasar con su tía, comentando la película.
Los otros días se ponía una falda color marrón. Era una falda vieja, medio desteñida. A veces yo encontraba a la tía zurciendo la falda, y lo hacía bien, los parches casi no se notaban, para algo era costurera. Si era ella la que zurcía la falda, se quedaba después del colegio con el uniforme y para no mancharse ponía un periódico en la silla. Con la falda marrón se ponía una blusa blanca, con tres botones y sólo se abrochaba los dos primeros, así que su cuello quedaba al aire, un cuello moreno y largo. En invierno se ponía sobre la blusa blanca la chompa color canela y no se abrochaba ningún botón. Yo pensaba: "cuánta maña para arreglarse".
Sólo tenía dos pares de zapatos y ahí no le servían de mucho las mañas, aunque sí un poquito. Llevaba al colegio unos zapatos negros con cordones, que parecían de hombre, pero como tenía pies pequeños, disimulaba. Los tenía siempre brillando, sin polvo y sin manchas. Al volver a su casa seguramente se los quitaba para lustrarlos, porque yo la veía entrar con zapatos negros y poco después, cuando yo llegaba para estudiar, tenía puestos los zapatos blancos y los negros estaban en la puerta de la cocina, como espejos. No creo que les echara pomada todos los días, pero sí les pasaría un trapo.
Sus zapatos blancos estaban viejos. Cuando ella se distraía, cruzaba las piernas y tenía un pie en el aire, yo veía que las suelas estaban gastadas, comidas en varias partes y una vez que se golpeó contra la mesa y ella dio un grito y vino su tía y le quitó el zapato y empezó a sobarle el pie yo me fijé y dentro del zapato había un cartón doblado, así que pensé: "la suela tiene hueco". Una vez la vi limpiar sus zapatos blancos. Los iba pintando con una tiza por todas partes, con mucho cuidado, como cuando hacía las tareas del colegio. Así los tenía nuevecitos, pero sólo un momento, porque al rozar con algo la tiza se corría y se borraba y el zapato se llenaba de manchas. Una vez pensé: "si tuviera muchas tizas, tendría los zapatos limpios todo el tiempo. Puede llevar una tiza en el bolsillo y apenas se despinte una parte, saca la tiza y la pinta".
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La ciudad y los perros
Ficción GeneralLa ciudad y los perros es la primera novela del célebre escritor peruano Mario Vargas Llosa. Ganadora del Premio Biblioteca Breve en 1962, fue publicada al año siguiente y obtuvo el Premio de la Crítica Española. La novela abrió un ciclo de modernid...