Una lentísima garúa mecía las hojas de los árboles de la calle Alcanfores. Alberto entró al almacén de la esquina, compró un paquete de cigarrillos, caminó hacia la avenida Larco: pasaban muchos automóviles, algunos último modelo, capotas de colores vivos que contrastaban con el aire ceniza. Había gran número de transeúntes. Estuvo contemplando a una muchacha de pantalones negros, alta y elástica, hasta que se perdió de vista. El Expreso demoraba. Alberto divisó a dos muchachos sonrientes. Tardó unos segundos en reconocerlos. Se ruborizó, murmuró "hola", los muchachos se lanzaron sobre él con los brazos abiertos.
-¿Dónde te has metido todo este tiempo? - dijo uno; llevaba un traje sport, la onda que remataba sus cabellos sugería la cresta de un gallo- ¡parece mentira!
-Creíamos que ya no vivías en Miraflores - dijo el otro; era bajito y grueso; usaba mocasines y medias de colores. Hace siglos que no vas al barrio.
-Ahora vivo en Alcanfores - dijo Alberto- Estoy interno en el Leoncio Prado. Sólo salgo los sábados.
-¿En el Colegio Militar? - dijo el de la onda- ¿Qué hiciste para que te metieran ahí? Debe ser horrible.
-No tanto. Uno se acostumbra. Y no se pasa tan mal.
Llegó el Expreso. Estaba lleno. Quedaron de pie, cogidos del pasamano. Alberto pensó en la gente que encontraba los sábados en los autobuses de la Perla o los tranvías Lima-Callao: corbatas chillonas, olor a transpiración y a suciedad; en el Expreso se veían ropas limpias, rostros discretos, sonrisas.
-¿Y tu carro? -preguntó Alberto.
-¿Mi carro? - dijo el de los mocasines- De mi padre. Ya no me lo presta. Lo choqué.
-¿Cómo? ¿No sabías? - dijo el otro, muy excitado ¿No supiste la carrera del Malecón?
-No, no sé nada.
-¿Dónde vives, hombre? Tico es una Fiera - el otro comenzó a sonreír, complacido- Apostó con el loco julio, el de la calle Francia, ¿te acuerdas?, una carrera hasta la Quebrada, por los malecones. Y había llovido, qué tal par de brutos. Yo iba de copiloto de éste. Al loco lo cogieron los patrulleros, pero nosotros escapamos. Veníamos de una fiesta, ya te imaginas.
-¿Y el choque? -preguntó Alberto.
-Fue después. A Tico se le ocurrió dar curvas en marcha atrás por Atocongo. Se tiró contra un poste. ¿Ves esta cicatriz? Y él no se hizo nada, no es justo. ¡Tiene una leche!
Tico sonreía a sus anchas, feliz.
-Eres una fiera -dijo Alberto- ¿Cómo están en el barrio?
-Bien -dijo Tico- Ahora no nos reunimos durante la semana, las chicas están en exámenes, sólo salen los sábados y domingos. Las cosas han cambiado, ya las dejan salir con nosotros, al cine, a las fiestas. Las viejas se civilizan, les permiten tener enamorado. Pluto está con Helena, ¿sabías?
-¿Tú estás con Helena? -preguntó Alberto.
-Mañana cumpliremos un mes -dijo el de la onda, ruborizado.
-¿Y la dejan salir contigo?
-Claro, hombre. A veces su madre me invita a almorzar. Oye, de veras, a ti te gustaba.
-¿A mí? -dijo Alberto- Nunca.
-¡Claro! -dijo Pluto- Claro que sí. Estabas loco por ella. ¿No te acuerdas esa vez que te estuvimos enseñando a bailar en la casa de Emilio? Te dijimos cómo tenías que declararte.
-¡Qué tiempos! -dijo Tico.
-Cuentos -dijo Alberto- Completamente falso.
-Oye -dijo Pluto, atraído por algo que se hallaba al fondo del Expreso -. ¿Ven lo que estoy viendo, lagartijas?
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La ciudad y los perros
Ficción GeneralLa ciudad y los perros es la primera novela del célebre escritor peruano Mario Vargas Llosa. Ganadora del Premio Biblioteca Breve en 1962, fue publicada al año siguiente y obtuvo el Premio de la Crítica Española. La novela abrió un ciclo de modernid...