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24 de enero de 1965

Cinco días en los que Wilbur no se había despegado de su lado.

Cinco días en los que Quackity había pensado bien las cosas.

Cinco días en los que había tenido dificultad para comunicarse con el mayor, he incluso tocarlo.

Cinco días en los que se habían dado cuenta que era el final para ambos.

Porque Wilbur le había dado la paz que tanto necesitaba.

Porque había muerto con el pensamiento de que nadie jamás lo amaría.

Y entonces Wilbur lo amo...

Lo amo más de lo que se amaba a él mismo.

Y a Quackity solo le hacía falta ser amado.

Era lo que más anhelaba, y ya lo tenía.

Era momento de decir adiós.

—De verdad te agradezco esto, Wilbur...— murmuro el pelinegro, frotando su naricita con la del mayor en una clara despedida.

El castaño rápidamente se alteró.

—No... Quackity, no, ya hablamos de esto— intento convencerle, tomando fuertemente sus mejillas para que le mirara fijamente —no me dejes...

—Te amo tanto...

—¡No puedes dejarme!

—Gracias por haberme amado como nadie lo hizo...

—¡Te lo ruego!

—Lastimosamente no puedo quedarme mucho más...— tomo con cuidado la mano del castaño, pero aquello no duró demasiado, pues pareció atravesarlo en cuestión de segundos.

Wilbur observó aquello con miedo.

Ya no podía tocar a Quackity como antes. Él tenía razón.

Era un adiós.

—Debe haber una solución...— dijo más para si mismo que para el contrario, dudoso de aquello.

El pelinegro suspiro, negando varias veces con la cabeza, su cuerpo cada vez se volvía más y más transparente. Demasiado rápido para su gusto.

—Me diste la paz que estuve buscando por años...— se acercó para dejar un corto beso sobre sus labios, el último de hecho —ahora te toca ser feliz... con alguien vivo...

Wilbur negó con la cabeza también, rehusándose a lo dicho por Quackity. Él no quería a nadie más.

Trato de volver a abrazar al pelinegro, pero un fuerte chillido de conmoción escapó de sus labios cuando lo único que lo recibió fue el frío aire, haciéndolo entrar en pánico.

—¡Quackity!

—¿Que pasa, mi ángel...?

—¡Ya no puedo tocarte!

—Ya no puedes tocarme...

Wilbur sollozó con fuerza ante su confirmación, limpiando sus lágrimas de forma brusca, negándose a seguir llorando. No quería hacer sentir mal a su amado.

¿Acaso no merecían un final feliz después de tanto sufrimiento?

¡Claro que si!

Quackity soltó un suspiro lleno de pesadez, tenía que calmarlo de alguna manera antes de marcharse.

Quizás en otra vida...

Quizás ellos sí podrían ser felices.

—Wilbur... yo no quería ser la razón de que tu luz se apagara...— le aclaro de inmediato, llamando la atención del castaño, quien aún seguía hipando entre llanto, aunque ya más calmado que antes.

Sus palabras eran sinceras. Se sentía culpable por haber extinguido a su rayito de luz, y en su lugar haber dejado un precioso chico lloroso y roto.

—No es tu culpa...— murmuro Wilbur, dejándose caer al suelo frío de senton, resignándose a que lo perdería.

Quackity era todo lo que le quedaba. Perderlo era perderlo todo.

Y eso lo tenía deshecho.

—Te amo...— susurro Quackity, retrocediendo un poco, sin recibir respuesta de Wilbur.

Comprendió porque, así que se apresuró a darse la vuelta para caminar rápidamente hacia la puerta, saliendo del sótano y cerrándola de un portazo.

Aquel fuerte sonido pareció hacer reaccionar al castaño, quien pegó un brinco y se levantó para arrastrarse hasta la salida también.

—¡Quackity, te amo!— grito, abriendo la puerta de nuevo, pero ya no había nadie del otro lado.

Un sollozo lastimero escapó de sus labios, manteniéndose arrodillado en aquel pasillo que casi nadie pisaba, con el corazón roto.

—Te amo...

Y una confesión a medias.

Diary of... [Quackbur]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora