Capitulo 5

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El lugar olía a whisky y a humo. A Astrid no le resultó desagradable, era parte del ambiente del local. Un ambiente de luz tenue que iluminaba el escaso escenario. Las mesas redondas y poco más grandes que un plato de postre abarrotaban la sala y, aunque la mayoría estaban ocupadas, apenas había ruido.

Astrid llegó a la conclusión de que en sitios como aquél la gente hablaba susurrando; planeaban romances o disfrutaban de los ya existentes.

Sentados a una barra de robusta madera, otros clientes bebían sus copas y las protegían con los brazos como si alguien fuera a robárselas.

Era un lugar propio de una película de los años cuarenta. Una de esas historias en las que la heroína llevaba vestidos largos y estrechos, los labios pintados y el cabello rubio cayéndole sobre la cara, mientras cantaba canciones que hablaban de todos los hombres que le habían hecho daño.

Mientras ella cantaba, el hombre que la deseaba, y que le había hecho daño, hundía su mirada pensativa en un whisky.

En otras palabras, pensó Astrid con una sonrisa, era un lugar perfecto.

Esforzándose en no llamar la atención, ocupó una mesa junto a la pared del fondo del local y lo observó entre el humo y los vapores del whisky.

Iba vestido de negro. Vaqueros y camiseta metida por dentro del pantalón. Se había quitado la chaqueta de cuero con la que se había protegido del frío. Estaba hablando con una mujer guapísima ataviada con un estrecho vestido rojo, que marcaba las curvas de su cuerpo. Su risa retumbó en toda la sala con enorme sensualidad.

Fue entonces cuando Astrid lo vio sonreír por primera vez. Aunque el modo en que sus labios se curvaron e iluminaron su rostro no podía describirse como una simple sonrisa. Era un gesto lleno de diversión, afecto y sentido del humor. Un gesto que hizo que Astrid sonriera también.

Supuso que la bella amazona debía de ser su amante. Y tuvo la completa certeza de que así era cuando ella le agarró el rostro entre ambas manos y lo besó. Por supuesto, pensó Astrid, un hombre así, lleno de secretos y misterios, tenía que tener una amante exótica con la que se encontraba en un lugar oscuro y lleno de humo, ambientado por música triste y sensual.

La escena le pareció tan romántica que de sus labios salió un suspiro.

Ya en el escenario, Delta le dio un cariñoso pellizco en la mejilla a Hiccup.

—¿Ahora te siguen las mujeres?

—Es una lunática.

—¿Quieres que pida que la echen?

—No —no se volvió a mirarla, pero podía sentir sus enormes ojos azules clavados en él—. Me parece que es inofensiva.

Los ojos verdes de Delta se llenaron de un brillo malévolo.

—Entonces tendré que fijarme bien en ella. Tengo que ver cómo es la mujer que acosa a mi querido labios de azúcar. ¿No crees, André?

El tipo delgado que se sentaba al piano levantó la mirada de las teclas y sonrió levemente.

—Pero no le hagas daño, Delta. Es muy jovencita. ¿Preparado? —le preguntó Hiccup.

—Empieza tú, yo te sigo.

Mientras Delta abandonaba el escenario, los dedos largos y finos de André comenzaron a hacer magia con las teclas del piano. Hiccup se dejó llevar por las notas y, con los ojos cerrados, dejó que la música fluyera.

La melodía lo arrastró. Conseguía hacer desaparecer de su mente las palabras, la gente y las escenas que a menudo lo aturdían. Cuando tocaba no existía nada más que la música y el placer de producirla.

Una vez le había dicho a Delta que era como el sexo; te vaciaba por dentro y a la vez te daba algo nuevo. Y siempre se hacía demasiado corto.

Al fondo del local, Astrid se sumergió en la música, se dejó llevar por el melancólico blues. Se dio cuenta entonces de que era muy diferente verlo tocar a simplemente escucharlo al otro lado de las paredes. La música unida a la imagen tenía mucho más poder, era más conmovedora y mucho más sexy.

Era una música para llorar. Para hacer el amor. Para soñar.

Estaba tan absorta en el escenario, que no vio acercarse a Delta.

—Tú dirás, guapa.

—Mm —Astrid levantó la mirada, distraída, y sonrió levemente—. Es maravilloso. Esta música llega al corazón.

Delta enarcó una ceja. La muchacha tenía un rostro hermoso; con esa nariz respingona y esos ojos grandes, no parecía una lunática.

—¿Vas a tomar algo o sólo vas a ocupar una mesa?

—Ah —claro, pensó Astrid, en un lugar así había que consumir—. Es música de whisky —dijo con otra sonrisa—. Quiero un whisky.

Delta levantó la ceja un poco más.

—No tienes pinta de tener edad suficiente para pedir un whisky.

Astrid ni siquiera se molestó en suspirar; estaba demasiado acostumbrada a aquella situación. Se limitó a sacar el carné de conducir del bolso y mostrárselo.

Delta lo observó detenidamente.

—Muy bien, Astrid Hofferson, te traeré tu whisky.

—Gracias —satisfecha, Astrid apoyó la barbilla en las manos y volvió a concentrarse en la música.

Unos segundos después se sorprendió cuando Delta volvió con dos vasos en lugar de uno y se sentó junto a ella.

—¿Y qué haces en un sitio como éste, joven Astrid?

Astrid abrió la boca, pero enseguida se dio cuenta de que no podía decirle que había ido siguiendo a su misterioso vecino por todo el Soho.

—Vivo muy cerca de aquí. Supongo que seguí un impulso —levantó el vaso y señaló con él el escenario—. Me alegro de haberlo hecho —dijo antes de beber.

Delta la observó detenidamente. Tenía aspecto de animadora de instituto, pero había que reconocer que bebía whisky como un hombre.

—Vas por ahí a estas horas de la noche tú sola, alguien podría hacerte algo, pequeña.

Astrid la miró por encima del borde del vaso.

—No lo creo, grande.

Delta asintió.

—Soy Delta Pardue —se presentó chocando su vaso con el de Astrid—. Soy la propietaria del local.

—Pues me gusta mucho, Delta.

—Puede ser —dijo con una carcajada—. De lo que estoy segura es de que te gusta mucho mi hombre —añadió mirando al escenario—. No le has quitado los ojos de encima desde que has entrado.

Astrid dio otro trago con gesto pensativo, tenía que meditar bien cómo actuar. No tenía la menor duda de que sabía cuidarse en las calles de Oslo o de cualquier otro lugar, pero Delta era mucho más grande que ella y, como muy bien le había recordado, se trataba de su local y de su hombre. Sería mejor no hacerla enfadar.

·La chica perfecta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora