Capitulo 10

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Mientras trabajaba, Astrid cantaba a dúo con Aretha Franklin. A su espalda, la brisa fresca de abril se colaba por la ventana abierta.
El día estaba tan radiante como su estado de ánimo.

Se volvió a mirarse al espejo e intentó poner cara de sorpresa para después poder plasmar esa misma expresión en el rostro de un personaje. Pero lo único que podía hacer era sonreír. Aquél no había sido su primer beso. La habían besado otros hombres y la habían abrazado. Pero comparar aquellos besos con lo sucedido el día anterior con su vecino de enfrente era como comparar un petardo con un ataque nuclear. Uno silbaba, explotaba y durante un momento resultaba entretenido. El otro estallaba y con ello cambiaba el paisaje durante siglos.

A ella la había dejado increíblemente atolondrada durante horas. Le encantaba sentirse así. ¿Había algo más maravilloso que sentirse débil y fuerte, tonta y sabia, confundida y alerta, todo al mismo tiempo?

Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar que su mente volviera de nuevo a aquel momento.

Se preguntaba qué pensaría él, qué sentiría. Nadie podría quedar impertérrito después de una experiencia de tal... magnitud. Él había estado junto a ella en el epicentro de aquel terremoto. Ningún hombre podía besar a una mujer de ese modo y no sufrir algún tipo de efecto secundario.

Volvió a cantar junto a Aretha y se centró de nuevo en el trabajo.

—¡Dios, Astrid , aquí hace muchísimo frío!

—Hola, Heather—saludó con alegría a su amiga al levantar la vista del papel—. Hola, pequeño Charlie.

El pequeño sonrió desde los brazos de su madre.

—No hace tanto calor como para sentarse frente a la ventana abierta —protestó al tiempo que cerraba.

—Tenía calor —explicó Astrid mientras acariciaba al pequeño—. ¿No te parece un milagro que los hombres empiecen así? Después crecen y se convierten en... otra cosa.

—Sí —Heather frunció el ceño y observó a su amiga—. ¿Estás bien? —le puso la mano en la frente—. No tienes fiebre. Saca la lengua.

Astrid obedeció.

—No estoy enferma. Estoy perfectamente.

Emily volvió a observarla sin el menor convencimiento.

—Voy a acostar a Charlie y después voy a preparar un café para que me cuentes qué está pasando.

—Muy bien —volvió a dejarse llevar por la ensoñación y comenzó a dibujar corazoncitos rojos sobre el papel.

Como le resultaba divertido, los hizo cada vez más grandes y después esbozó el rostro de Hiccup dentro de uno de ellos.

Tenía un bonito rostro. Boca firme, ojos fríos y rasgos marcados. Unos rasgos que se endulzaban ligeramente cuando sonreía. Y sus ojos dejaban de ser fríos cuando se reía.

Le gustaba hacerle reír; siempre le parecía que tenía poca práctica. En eso podría ayudarlo. Después de todo, uno de sus pequeños talentos era hacer reír a la gente.
Además, una vez lo hubiese ayudado a conseguir un empleo estable, ya no tendría tanto de lo que preocuparse.

Le encontraría trabajo, se aseguraría de que comía bien y estaba segura de que podría encontrar a alguien que quisiera deshacerse de un sofá viejo. Eso le haría sentir mejor. Pero eso no era entrometerse en su vida como hacía el abuelo; no, ella sólo estaría ayudando a un vecino.

A un vecino increíblemente sexy, cuyos besos eran capaces de llevar a una mujer al paraíso.

Pero no era ése el motivo por el que iba a ayudarlo. También había ayudado al señor Puebles a encontrar un buen pedicuro.

Sólo se comportaba como una buena vecina, pero si con ello obtenía otros beneficios, ¿qué tenía de malo?

Heather observó a su pequeño hasta que se le cerraron los ojitos y fue a preparar café. En la cocina de Astrid se movía con tanta libertad como en la suya propia. Lo cierto era que en los últimos años, Astrid y ella estaban tan unidas como dos hermanas, quizá más, corrigió Astrid . Sus dos hermanas siempre estaban presumiendo de sus maridos, de sus casas y de sus hijos... pero Heather pensaba que cualquiera pensaría que su Patrick y su Charlie eran mucho mejores que los maridos y los hijos de cualquiera de ellas dos.

A diferencia de sus hermanas, Astrid la escuchaba y había estado a su lado en el duro momento en el que había decidido dejar su trabajo para cuidar de Charlie. También había sido Astrid la que había estado ahí en los primeros días del niño, cuando Patrick y ella se aterraban cada vez que el bebé hacía el más leve ruido.

No había una amiga mejor en el mundo. Por eso era por lo que Heather estaba empeñada en ayudarla a ser tan feliz como lo era ella.

Subió la bandeja con los cafés al estudio.

—Gracias, Heather—le dijo Astrid cuando le dio su taza.

—La tira de esta mañana es genial. No puedo creer que Jane se enfundara una gabardina y un sombrero para seguir a don Misterioso por todo el Soho.

—Es una chica muy impulsiva —respondió, Astrid que se había acostumbrado a hablar de Jane y del resto de personajes como si fueran personas reales—. Y también muy curiosa. Tenía que averiguar algo más de él.

—¿Y tú? ¿Te has enterado de algo relacionado con nuestro don Misterioso?

—Sí —respondió con un suspiro—. Se apellida Haddock.

—Lo he oído —dijo Heather, automáticamente alerta—. Has suspirado.

—No, sólo he respirado hondo.

—De eso nada, has suspirado. ¿Qué quiere decir eso?

—Bueno, la verdad es que —se moría de ganas de contárselo—... anoche salimos juntos.

—¿Salisteis juntos? ¿Quieres decir que tuvisteis una cita? —Heather acercó una silla y se sentó junto a ella—. ¿Dónde, cómo, cuándo? Quiero detalles, Astrid.

—Está bien —Astrid se giró para mirar de frente a su amiga—. Ya sabes que la señora Wolinsky está empeñada en emparejarme con su sobrino.

—¿Aún sigue con eso? —preguntó Heather con un resoplido de incomprensión—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que no tenéis nada que ver el uno con el otro?

El tremendo cariño que sentía por Heather hizo que Astrid no le dijera que la señora Wolinsky no se daba cuenta de ello por el mismo motivo por el que ella no veía los defectos de su querido primo Frank.

—Ella lo adora. El caso es que anoche me había preparado otra cita con él y a mí no me apetecía nada. Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, sobre todo a la señora Wolinsky.

—A Patrick, sí.

—Los maridos quedan excluidos del voto de silencio, al menos en este caso. Bueno, le dije que ya tenía otra cita... con Haddock.

—¿Tenías una cita con 3B?

—No, sólo se lo dije porque me pilló desprevenida y ya sabes que cuando miento me pongo a tartamudear.

—Deberías practicar más —opinó antes de darle un mordisco a uno de los bollitos que había subido con el café.

—Puede ser. Bueno, después de decírselo me di cuenta de que estaría mirando por la ventana para vernos salir juntos. Tenía que hacer un trato con Haddock, así que le ofrecí cien dólares y le invité a cenar.

—Le pagaste —dijo heather con los ojos abiertos de par en par—. Es genial. Jamás se me ocurrió pagar a un hombre para que saliera conmigo, ni siquiera en ese periodo de sequía que sufrí en el segundo año de universidad. ¿Y por qué cien dólares? ¿Acaso es la tarifa habitual?

—No lo sé, simplemente me pareció que estaba bien. haddock no tiene trabajo estable, así que pensé que le vendría bien el dinero y una cena caliente gratis. La verdad es que lo pasamos bien —en sus labios se dibujó una sonrisa—. Muy bien. Sólo comimos y charlamos... bueno, sobre todo hablé yo porque Haddock no dice mucho.

—Haddock—repitió Heather—. Sigue sonando muy misterioso. ¿No sabes su nombre?

—No se me ocurrió preguntárselo. Pero calla, que aún queda lo mejor. Veníamos caminando hacia casa y él parecía mucho más relajado, cuando vi el coche de Parker Wolinsky y me entró el pánico. Pensé que la señora Wolinsky no iba a dejar de intentar encasquetármelo a menos que creyera que estaba con otro, así que le ofrecí otro trato a Haddock; cincuenta dólares más a cambio de un beso.

Heather apretó los labios unos segundos.

—Pensé que eso habría estado incluido en el precio inicial.

—No, ya habíamos detallado las condiciones y además no había tiempo para negociar. La señora Wolinsky estaba mirando por la ventana, así que Haddock me besó allí mismo, en la calle.

—¡Vaya! —Heather había dejado de comer y la miraba sin parpadear—. ¿Cómo fue? ¿Cómo te agarró?

—Más bien tiró de mí hacia sí.

—Dios. Me encanta cuando hacen eso.

—Me quedé pegada a él y de puntillas porque es muy alto.

—Sí que lo es —murmuró como si estuviera imaginando la escena—. Y muy fuerte.

—No puedes hacerte a la idea, Heather. Ese hombre es como una roca.

—Dios mío —dijo cerrando los ojos—. Bueno, estabas pegada a él, ¿y luego?

—Luego se inclinó sobre mí.

—Así fue como Patrick y yo acabamos en mi apartamento en nuestra sexta cita. Ningún tío puede dejar de besarte cuando hace eso.

—Pues Haddock lo hizo. Se detuvo y me miró fijamente.

—Madre mía.

—Y luego volvió a besarme otra vez.

—¿Te besó dos veces? —parecía a punto de echarse a llorar de la emoción.

—Fue... ¡increíble! —confesó Astrid dejando que su amiga le agarrara la mano—. No sabes cómo besa.

—Dios, creo que voy a abrir la ventana porque empiezo a tener calor —se levantó a abrir—. Pero sigue.

—Fue como si me devorara. No sé qué me pasó... —ni sabía cómo describirlo—. La cabeza me daba vueltas.

—Explícate mejor, Astrid, porque me tienes en ascuas —le pidió con impaciencia—. A ver, en una escala del uno al diez, ¿qué puntuación le darías?

—No, Heather, se sale de la escala.

Su amiga la miró fijamente.

—Eso es un mito.

—Te prometo que existe —aseguró Astrid con total seriedad—. Tengo pruebas irrefutables.

—Por el amor de Dios. Tengo que sentarme — lo hizo sin apartar la mirada de ella—. Un beso que se sale de la escala. Yo te creo, Astrid . Muchas no lo harían, pero yo sí.

—Sabía que podía contar contigo.

—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Ahora no te valdrá nada, ni siquiera un beso digno de un diez. Siempre buscarás otro que se salga de la escala.

—Ya lo había pensado —afirmó Astrid con gesto pensativo—. Creo que se puede vivir perfectamente con besos de siete a diez, incluso después de una experiencia como ésta. Una puede ir a la luna, Heather, y visitar brevemente otros mundos, pero después tiene que volver a la tierra y seguir viviendo.

—Tienes razón —murmuró Heather, visiblemente emocionada—. Y eres muy valiente.

—Gracias. Claro que —comenzó a decir con una malévola sonrisa en los labios—... tampoco tiene nada de malo llamar de vez en cuando a su puerta.

·La chica perfecta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora