Capitulo12

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—¿Por qué lo hiciste?

—Porque pensé que así te mantendría alejada. Porque me resultabas demasiado atrayente para mí y porque a una parte de mí le resultó divertido que quisieras ayudarme a encontrar trabajo —vio cómo ella levantó los hombros con tensión y reaccionó de inmediato—. Compréndelo, Astrid. ¿Cómo no iba a divertirme que me ofrecieras cien dólares por salir contigo? Cien dólares para no herir los sentimientos de una mujer y para llevar a cenar a un músico en paro. Era... encantador. Eso no es algo que diga muy a menudo.

—Es humillante —murmuró ella al tiempo que comenzaba a sacar las cosas de la segunda bolsa.

—No digas eso —Hiccup se arriesgó a acercarse a ella—. Es todo culpa mía; si te hubiera dicho mi nombre durante la cena, los dos nos habríamos reído de ello, pero en lugar de eso te hice llorar y lo siento muchísimo.

Astrid se quedó de espaldas a él, con la mirada perdida en la bolsa de la compra. No había esperado que se mostrara tan arrepentido, que pareciera preocuparle tanto haberle hecho daño. Pero así era y Astrid no podía fingir que no le importaba.

Así pues, respiró hondo y trató de recuperar el tono distendido y amistoso de antes.

—¿Quieres una cerveza?

La tensión que Hiccup había sentido en los hombros desapareció de golpe.

—Sí.

—Me lo imaginaba. Nunca te había oído hablar tanto —se volvió a darle el vaso y la botella de cerveza con una sonrisa en los labios—. Debes de tener mucha sed.

—Gracias.

Allí estaba el hoyito de la mejilla.

—Pero no tengo galletas.

—Siempre puedes hacer más.

—Puede ser —siguió colocando las cosas.

Hiccup, por su parte, volvió a pensar que era demasiado atrayente. Daba igual que llevase una camiseta enorme y unas zapatillas de deporte. Había estado comprando comida, así que el perfume que llevaba sin duda se lo había puesto para sí misma y no para gustar a nadie. No comprendía por qué llevaba dos aritos de oro en una oreja y un solo pendiente con un pequeño brillante en la otra.

El caso era que el conjunto resultaba sencillamente fascinante.

Cuando se giró a sacar otra cosa de la bolsa, Hiccup le agarró la muñeca.

—¿Estamos como al principio?

—Eso parece.

—Entonces debo decirte algo más —dejó la cerveza sobre la encimera—. Sueño contigo.

Ahora era ella la que tenía la boca seca.

—¿Qué?

—Que sueño contigo —repitió al tiempo que se acercaba hasta que la dejó con la espalda pegada al frigorífico. Esa vez era ella la que no podía huir—. Sueño que estoy contigo, que te acaricio —sin apartar la mirada de sus ojos, le pasó la mano por el pecho—. Y me despierto con tu sabor en los labios.

—Dios mío.

—Dijiste que habías sentido algo al besarme y que creías que yo también lo había hecho —fue bajando las manos hasta sus caderas sin apartar los ojos de los suyos—. Tenías razón.

Astrid tragó saliva y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.

—¿Sí?

—Sí. Y quiero volver a sentirlo.

Al ver que se inclinaba hacia ella, Astrid puso la espalda muy recta.

—¡Espera!

Su boca había quedado a sólo unos milímetros de la de ella.

—¿Por qué?

La mente se le había quedado en blanco.

—No lo sé.

En sus labios apareció una de esas inusuales sonrisas.

—Detenme cuando lo sepas —dijo antes de posar su boca sobre la de ella.

Y todo volvió a ser igual. Astrid estaba segura de que no sería así, era imposible volver a sentir las mismas increíbles sensaciones de la otra vez y sin embargo eso fue lo que ocurrió. Heather tenía razón, después de aquello, ningún otro beso volvería a satisfacerla.

Aquella mujer era cálida, dulce, hermosa, eso y mucho más. Todo lo que había llegado a pensar que no necesitaba estaba ahora en sus brazos. Todo lo que deseaba con una fuerza que jamás habría imaginado.

Pasó de la boca al cuello, un cuello que recorrió con sus besos.

—No —aquello era lo último que Astrid esperaba oír de sus propios labios cuando lo cierto era que las manos y los labios de Hiccup sólo estaban haciendo que deseara más y más. Y sin embargo volvió a decirlo de nuevo—. No. Espera.

Hiccup levantó la mirada.

—¿Por qué?

—Porque yo... —de su boca escapó un gemido de placer cuando él siguió acariciándola, despertando cada poro de su piel.

—Te deseo —siguió acariciándole los pechos suavemente—. Y tú me deseas a mí.

—Sí, pero —Astrid abrió las manos y lo agarró por los hombros para luchar contra ese deseo que él había adivinado bien—, hay ciertas cosas que no me permito hacer por impulso y siento mucho decirte que ésta es una de ellas.

Abrió los ojos y se encontró con él observándola desde muy cerca.

—Esto no es un juego, Hiccup.

Él enarcó una ceja al ver que había adivinado sus pensamientos.

—¿No? No —decidió de inmediato porque creía lo que ella decía—. No se te daría bien ese juego, ¿verdad?

—No lo sé, nunca lo he jugado.

Hiccup dio un paso atrás y se encogió de hombros, parecía haber recuperado el control por completo, mientras que ella seguía inmersa en un absoluto torbellino de sensaciones.

Inconscientemente, Astrid se llevó los dedos al cuello con lentitud, donde él acababa de besarla.

—Necesito tiempo antes de entregarme de ese modo. Hacer el amor con alguien es un regalo que no debería hacerse sin pensar.

Aquellas palabras le llegaron muy hondo y, por motivos que ella no podría comprender, hicieron que se sintiera más tranquilo.

—Hay mucha gente que lo hace todo el tiempo sin pensar.

—Yo no —dijo ella, negando con la cabeza.

Sintió el impulso de acariciarle la cara, por eso prefirió meterse las manos en los bolsillos. Sería mejor que no la tocara, al menos por el momento.

—¿Y se supone que con eso me retiraré satisfecho?

—Sólo pretendo que comprendas por qué te he dicho no cuando quería decir sí. Cuando los dos sabemos que podrías hacerme decir sí.

—Esa sinceridad tuya es muy peligrosa —admitió él con los ojos ardiendo de deseo.

—Necesitas saber la verdad —de hecho, Astrid tuvo la sensación de no haber conocido a nadie antes que lo necesitara más que él—. Además, no suelo mentir a los hombres con los que tengo la intención de intimar.

Volvió a dar un paso hacia ella y vio cómo le temblaban los labios. Podría hacerle decir sí... saberse poseedor de tal poder resultaba muy seductor. Pero sabía que si utilizaba dicho poder, estaría poniendo en peligro algo que ni siquiera sabía si existía.

—Necesitas tiempo —concluyó—. ¿Tienes idea de cuánto?

El deseo hizo que le temblara la voz al responder a tan difícil pregunta.

—No lo sé, pero te aseguro que serás el primero en saberlo.

—Quizá podríamos quitar un par de días a ese tiempo —murmuró al tiempo que se permitía caer en la tentación de besarle los labios suavemente.

Astrid mantuvo los ojos abiertos con la esperanza de que eso la ayudara a no dejarse llevar, pero la visión se le hizo borrosa.

—Mm, sí, seguro que podemos quitar unos días.

—Mejor una semana —dijo mientras el beso se iba haciendo más y más intenso—. ¿Qué tal quince días?

Lo último que esperaba hacer en un momento en el que se veía completamente dominado por el deseo, era reírse.

—Será mejor que dejemos esto para más adelante —dijo.

Astrid se concentró en respirar con normalidad mientras él se volvía a agarrar su cerveza.

—Tengo toda esta... —señaló a su alrededor.

—¿Comida? —añadió él, encantado con su desconcierto.

—Sí. Tengo toda esta comida, así que supongo que podría preparar...

Hiccup esperó unos segundos mientras ella se apretaba las sienes y fruncía el ceño.

—¿La cena?

—Eso es. La cena. Es curioso cómo a veces nos quedamos sin palabras. Voy a preparar la cena —respiró hondo—. ¿Te apetece quedarte a cenar?

El dio un trago de cerveza y se apoyó en la encimera.

—¿Puedo verte cocinar?

—Claro. Puedes sentarte ahí y cortar la verdura.

—Muy bien —la idea le resultó sorprendentemente atractiva, así que se sentó en un taburete—. ¿Cocinas mucho?

—Sí, bastante. Me gusta mucho cocinar. Es una especie de aventura; con todos los ingredientes, el calor, el tiempo, la mezcla de olores, texturas y sabores.

—Y... ¿alguna vez cocinas desnuda?

Astrid se detuvo en seco cuando se disponía a lavar un pimiento. Se dio media vuelta riéndose.

—Haddock, acabas de hacer una broma —dejó el pimiento y le puso la mano sobre la de él—. Estoy muy orgullosa de ti.

—No era ninguna broma. Te lo preguntaba completamente en serio.

Cuando ella se echó a reír, se inclinó y le agarró el rostro entre las manos para después darle un sonoro beso en la boca, Hiccup sonrió de tal modo que ni él mismo se habría reconocido.

—Bueno, ¿lo haces o no?

—Nunca si estoy friendo pollo, que es lo que voy a hacer ahora mismo.

—No importa. Tengo mucha imaginación.

Astrid se echó a reír de nuevo.

—Me apetece un poco de vino —dijo mirándolo a los ojos—. ¿Te apetece una copa?

—Claro.

Sacó una botella de vino blanco del frigorífico y después se volvió hacia él, que seguía observándola con ese brillo malévolo en los ojos.

—Tienes que dejar de hacer eso.

—¿El qué?

—Deja de imaginarme desnuda. Mejor ve a poner música —le ordenó señalándole el salón—. Abre una ventana porque tengo mucho calor y dame un par de minutos para que busque otra cosa de la que hablar que no tenga nada que ver con el sexo.

—A ti nunca te cuesta encontrar algo de lo que hablar.

—Supongo que eso para ti es un insulto. Para mí no. Soy una buena conversadora.

—¿Así es como se dice ahora ser una charlatana?

—Vaya, parece que esta noche rebosas ingenio y sentido del humor —y nada podría haberle gustado más a ella.

—Debe de ser por la compañía —murmuró Hiccup antes de ponerse a mirar los discos—.Tienes bastante buen gusto en cuestión de música.

—¿Acaso esperabas que no fuera así?

—Desde luego no esperaba encontrar a Aretha Franklin y B.B. King. Claro que también tienes otras cosas más animadas.

—¿Qué tienes en contra de la música animada?

Por toda respuesta, Hiccup levantó un disco de David Cassidy.

—Perdona, pero ese disco fue un regalo y resulta que es un clásico.

—¿Un clásico de qué?

—Es evidente que no aprecias el valor de la sutil crítica social que hace en I think I love you, o la desesperada motivación sexual de Doesn't somebody want to be wanted, pero estoy dispuesta a analizarlas contigo si quieres.

—No me digas que te sabes las letras.

—Por supuesto —dijo tratando de no echarse a reír—. De hecho, durante un periodo de mi vida, formé parte de un grupo de música.

—Ya —dijo mientras ponía un compacto de B.B. King.

—Era vocalista y guitarra rítmica.

—Tocas la guitarra.

—Sí, bueno, la tocaba. Estoy segura de que mi vieja Fender seguirá en casa de mis padres junto con los dibujos que hacía cuando quería ser diseñadora de moda y los libros de animales que estuve coleccionando hasta que me di cuenta de que si me hacía veterinaria, tendría que sacrificar a los animales además de jugar con ellos. Siempre estaba buscando.

Fascinante, pensó Hiccup. Esa mujer era absolutamente fascinante.

—¿Buscando?

—No conseguía decidir qué quería ser. Todo lo que probaba me resultaba muy divertido al principio, pero después era sólo trabajo. ¿Sabes cortar un pimiento?

—No. ¿Y lo que haces ahora no te parece trabajo, en cierto modo?

Astrid suspiró con resignación y comenzó a cortar el pimiento.

—Claro que lo es y no en cierto modo. Es mucho trabajo, pero sigue pareciéndome divertido. ¿Tú disfrutas escribiendo?

—Rara vez.

Eso hizo que levantara la mirada hacia él.

—¿Entonces por qué lo haces?

—No puedo hacer otra cosa. Es mi única búsqueda.

Astrid asintió.

—A mi madre le ocurre lo mismo. Nunca quiso hacer otra cosa que no fuera pintar. A veces cuando la observo mientras trabajo, me doy cuenta de lo doloroso que es para ella trasladar al lienzo lo que ve en su cabeza, lo que quiere comunicar. Pero cuando termina y está satisfecha con el trabajo, resplandece de alegría y parece que incluso se sorprendiera de lo que es capaz de hacer. Supongo que debe de pasarte algo parecido, ¿no? —al volver a mirarlo lo encontró observándola con evidente curiosidad—.No comprendo por qué te extraña tanto que entienda cosas que están más allá de lo que se ve a simple vista.

Hiccup la agarró de la mano.

—Si es así, es porque soy yo el que no te comprende a ti. Es probable que siga ofendiéndote hasta que lo consiga.

—Yo soy tremendamente fácil de comprender.

—No, eso era lo que yo creía, pero estaba equivocado; Astrid tú eres un verdadero laberinto, con infinitos recovecos y ángulos inesperados.

Al oír aquello, ella sonrió de un modo que iluminó la habitación.

—Eso es lo más bonito que me has dicho nunca.

—No soy un hombre muy amable. Lo más inteligente sería que me dieras una patada en el trasero y me echaras de tu casa.

—Como soy muy inteligente, ya me había dado cuenta de que no eres muy amable. Sin embargo... —le puso la mano en la mejilla tiernamente—. Me parece que te has convertido en mi nueva búsqueda.

—¿Hasta que deje de ser divertido y se convierta en sólo trabajo?

La miró de un modo tan serio, que Astrid se dio cuenta de que siempre se apresuraba a pensar lo peor.

—Haddock, ya eres trabajo y sin embargo sigues sentado en mi cocina —Astrid volvió a sonreír—. ¿Sabes cortar la zanahoria en bastones?

—No tengo la menor idea.

—Entonces mira y aprende porque la próxima vez te tocará a ti —comenzó a cortar y entonces volvió a sentir sus ojos clavados en ella—. ¿Sigo desnuda?

—¿Quieres estarlo?

Se echó a reír y optó por tomar un trago de vino.

Se tardaba mucho en cocinar hasta lo más sencillo con la distracción de la conversación, las miradas seductoras y las caricias.

Se tardaba mucho en comer una sencilla cena cuando una se estaba enamorando poco a poco del vecino de enfrente.

Astrid reconocía perfectamente los síntomas... el latido irregular del corazón, el hormigueo en el estómago. Todo eso unido a sonrisas y suspiros de adolescente eran señal inequívoca de que el amor estaba a la vuelta de la esquina.

Se preguntaba qué pasaría cuando llegara allí.

Se tardaba mucho en despedirse de alguien entre interminables besos en el descansillo de la escalera.

Y más aún en quedarse dormida cuando a una le dolía el cuerpo de deseo y tenía la mente llena de fantasías.

Cuando oyó la suave melodía del saxo, Astrid sonrió y dejó que la música la trasportara suavemente hacia el sueño.

·La chica perfecta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora