Capitulo 9

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Volvió a casa a las tres de la mañana con la intención de golpear la puerta de Astrid y exigir que dejaran de hacer ruido, así que sintió cierta decepción al descubrir que la fiesta había terminado. Del apartamento vecino no salía ni el más mínimo ruido.

Entró en el suyo y decidió aprovechar la paz que se respiraba para sentarse a trabajar. Después de hacerse un café bien fuerte, se sentó al ordenador para adentrarse en la obra, en la mente de unos personajes que estaban destrozando sus vidas porque no podían comprender su propio corazón.

El sol había salido ya cuando se levantó de la mesa, cuando desapareció la oleada de energía que lo había invadido. Era el primer trabajo realmente sólido que conseguía hilar en casi una semana y lo celebró acostándose completamente vestido.

Y soñó con un hermoso rostro con unos ojos de color mar y con una voz que canturreaba como el agua de un arroyo.

«¿Por qué todo tiene que ser tan serio?» le preguntaba ella, riéndose mientras le echaba los brazos al cuello.

«Porque la vida es algo muy serio».

«Pero eso es sólo una de las caras de la moneda. ¿No vas a bailar conmigo?»

En realidad ya lo estaba haciendo. Estaban en Delta's y, aunque el local estaba vacío, la música sonaba llenando el aire de una sensual melodía.

«No voy a vigilarte. No puedo permitírmelo».

«Pero si ya lo estás haciendo».

Levantó la mirada hacia él y al ver el modo en que se curvaban sus labios, Hiccup sintió que se le aceleraba el pulso.

«Pero eso no es todo lo que quieres hacerme, ¿verdad?»

«No te deseo»

Otra vez esa risa, ligera como el aire, burbujeante como el champán.

«¿Por qué mentir en tu propio sueño? Puedes hacerme todo lo que desees en tus sueños».

«No te deseo», se empeñó en decir una vez más mientras la tumbaba sobre el suelo.

Se despertó sudando, enredado en las sábanas, preocupado y sorprendido.

Cuando consiguió pensar con claridad decidió que aquella mujer era un peligro, pero que lo único que era cierto de aquel erótico sueño era que no la deseaba.

Se frotó la cara y miró la hora. Eran más de las cuatro de la tarde, lo que significaba que había conseguido dormir ocho horas seguidas después de casi una semana. ¿Qué importaba que no fuera en el momento en que solía hacerlo todo el mundo?

Bajó a la cocina, apuró el café que quedaba y se comió el único bollito que tenía. Tarde o temprano tendría que salir a la calle a comprar comida.

Estuvo haciendo ejercicio una hora y se alegró de que el sudor que cubría su cuerpo no tuviera nada que ver con ninguna fantasía sexual. Después se dio una larga ducha y se afeitó por primera vez en tres o cuatro días. Una vez vestido y con la mente más despejada, salió del apartamento con actitud alegre.

Astrid dejó caer la mano que había levantado para apretar el timbre.

—Gracias a Dios que estás en casa.

La alegría se esfumó al recordar el sueño.

—¿Qué?

—Tienes que hacerme un favor.

—De eso nada.

—Es una emergencia —lo agarró del brazo antes de que pudiera pasar de largo—. Es cuestión de vida o muerte. La mía y la del sobrino de la señora Wolinsky, porque uno de los dos morirá si tengo que salir con él. Por eso le he dicho a la señora Wolinsky que tenía una cita.

—¿Qué te hace pensar que todo eso me interesa lo más mínimo?

—No te pongas antipático, Haddock. Estoy desesperada. No tuve tiempo de pensar y no sé mentir; lo hago muy poco, por eso no se me da bien. No dejaba de preguntarme con quién iba a salir y, como no se me ocurría nadie, le dije tu nombre.

Era cierto que estaba desesperada, por eso se colocó frente a él bloqueándole el camino.

—A ver, déjame que te aclare una sola cosa. Todo eso no es problema mío.

—No, ya lo sé, es sólo mío. Me habría inventado algo mejor si la señora Wolinsky no me hubiese pillado trabajando y con la cabeza en otra cosa —se pasó las manos por el pelo, dejándoselo de punta—. Va a estar mirando y sabrá si salimos juntos o no.

Se dio media vuelta, apretándose las sienes con las manos como si así pudiera estimular a su mente para idear algo.

—Mira, lo único que tienes que hacer es salir de aquí conmigo como si tuviéramos una cita; algo relajado. Nos tomaremos un café o algo así y después de un par de horas volveremos juntos, porque si no lo hacemos, se enterará. La señora Wolinsky se entera de todo. Te daré cien dólares.

Eso último lo dejó atónito. Lo absurdo de la idea hizo que se quedara inmóvil antes de comenzar a bajar la escalera.

—¿Vas a pagarme para que salga contigo?

—No es eso exactamente, pero más o menos. Sé que te vendrá bien el dinero y me parece justo compensarte de algún modo por tu tiempo. Cien dólares por un par de horas, Haddock, y yo pagaré el café.

Hiccup se apoyó en la pared, observándola. La situación era tan ridícula, que despertó en él un sentido del absurdo que creía haber olvidado hacía mucho tiempo.

—¿Sólo café? ¿Sin tarta?

Ella se echó a reír con alivio.

—¿Quieres tarta? Eso está hecho.

—¿Dónde está el dinero?

—Enseguida.

Entró corriendo a su apartamento. La oyó subir las escaleras.

—Deja que me arregle un poco —gritó desde dentro.

—El cronómetro está en marcha, niña.

—Está bien. ¿Dónde demonios está mi...? ¡ahí Dos minutos, sólo dos minutos. No quiero que me diga que podría conservar a algún hombre si me pusiera un poco de pintalabios.

Efectivamente fueron dos minutos, después apareció subida a otros de esos zapatos de tacón de aguja, los labios pintados de rosa oscuro y unos pendientes largos. Otra vez eran diferentes, se fijó Ross al tiempo que ella le daba un billete de cien dólares.

—Te lo agradezco mucho. Sé que debe de parecerte una estupidez, pero es que no quería ofenderla.

—Si para no ofenderla estás dispuesta a pagar cien dólares, es asunto tuyo —se metió el billete en el bolsillo sin dejar de mirarla con curiosidad—. Vamos, tengo hambre.

—¿Quieres cenar? Podemos ir a cenar. Aquí cerca hay un lugar en el que sirven buena pasta. Bueno, vámonos. Finge que no sabes que nos está observando —le susurró cuando se acercaban a la puerta del edificio—. Actúa con naturalidad. ¿Podrías agarrarme de la mano?

—¿Por qué?

—Por el amor de Dios —protestó tomándole la mano con firmeza—. Es nuestra primera cita, intenta hacer como si estuvieras pasándolo bien.

—Sólo me has dado cien dólares —le recordó y se sorprendió cuando ella se echó a reír.

—Eres un tipo difícil. Realmente difícil. Vamos a cenar, a ver si eso te pone de mejor humor.

Y así fue. Nadie habría podido resistirse a un enorme plato de espagueti ni a la alegría de Astrid.

—Está riquísimo, ¿verdad? —Lo vio comer con verdadero placer y pensó que seguramente no habría comido nada consistente desde hacía semanas—. Siempre que vengo aquí acabo comiendo más de la cuenta, luego me llevo lo que queda a casa y al día siguiente vuelvo a comer más de lo debido. Podrías salvarme de ponerme como un tonel, llevándotelo tú.

—De acuerdo —dijo él al tiempo que llenaba de chianti sus copas.

—¿Sabes? Estoy segura de que hay un montón de clubes de jazz que estarían encantados de contratarte.

—¿Qué?

Astrid sonrió de un modo que lo obligó a mirarla a la boca, esa boca tan sensual que cuando se curvaba hacía que le saliera un hoyito en la mejilla.

—Eres muy bueno con el saxo. Seguro que encuentras un empleo estable enseguida.

Hiccup levantó su copa, divertido por la situación. Astrid creía que era un músico sin trabajo. Bueno, ¿por qué no?

—Los trabajos van y vienen.

—¿Sueles trabajar en fiestas privadas? —se inclinó sobre la mesa con entusiasmo—. Yo conozco mucha gente, siempre hay alguien preparando una fiesta.

—No lo dudo.

—Podría darles tu nombre si quieres. ¿Te importa viajar?

—¿Adónde?

—Algunos parientes míos tienen hoteles. Atlantic City no está lejos. Supongo que no tendrás coche.

Tenía un Porsche casi nuevo guardado en un garaje del centro de la ciudad.

—Aquí no.

Astrid se echó a reír.

—Bueno, no es difícil llegar a Atlantic City desde Oslo.

A pesar de lo divertido que resultara, lo mejor era no permitir que se entusiasmara más de la cuenta.

—Astrid, no necesito que nadie me organice la vida.

—Lo siento, es una mala costumbre que tengo —se disculpó sin ofenderse—. Me meto en la vida de los demás y luego me molesta cuando otros lo hacen conmigo. Como la señora Wolinsky, la actual presidenta del club que parece haberse formado para buscarme un buen hombre. Me vuelve loca.

—Porque tú no quieres un buen hombre.

—Supongo que en algún momento lo querré. Vengo de una gran familia y eso me predispone a querer formar algún día la mía, pero aún tengo mucho tiempo. Me gusta vivir en la ciudad y hacer lo que quiero cuando quiero. No me gustan los horarios, por eso nunca había encajado bien en ningún empleo hasta lo de los comics. Y no es que no sea un trabajo que no requiera disciplina, pero yo dispongo mi trabajo y mi tiempo. Supongo que a ti te pasa algo parecido con la música.

—Supongo —el trabajo para él rara vez era un placer y sin embargo para ella sí parecía serlo. La música también lo era para él.

—Haddock—comenzó a decirle con una sonrisa—. ¿Con qué frecuencia participas en una conversación con más de tres oraciones completas?

—Me gusta noviembre. En noviembre suelo hablar mucho. Es un mes de transición en el que me pongo filosófico.

—Parece que tienes cierto sentido del humor escondido en algún lugar —se recostó sobre el respaldo de la silla y suspiró con satisfacción—. ¿Postre?

—Desde luego.

—Muy bien, pero no pidas tiramisú porque entonces tendré que suplicarte que me des un poco, luego otro poco y acabaré en coma.

Sin apartar los ojos de ella, levantó la mano para llamar al camarero con la autoridad de un hombre que estuviera acostumbrado a dar órdenes. Astrid frunció el ceño.

—Tiramisú —le dijo al camarero—. Con dos tenedores—. Quiero ver si un coma podría hacerte callar.

Astrid tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de reírse.

—No creo, hablo incluso en sueños. Mi hermana siempre me amenazaba con ponerme una almohada en la cara.

—Creo que me gustaría esa hermana tuya.

—Vanessa es guapísima... probablemente sea tu tipo. Elegante, sofisticada y muy inteligente. Tiene una galería de arte en Portsmith.

Hiccup repartió las últimas gotas de vino entre las dos copas. Seguramente eso explicaba por qué se sentía más relajado de lo que se había sentido desde hacía semanas, o meses. Quizá incluso años.

—¿Vas a emparejarme con ella?

—Puede que le gustaras —consideró Astrid observándolo detenidamente por encima del borde de la copa—. Eres bastante guapo a pesar de tu estilo arrogante y hosco. Tocas música, lo que seguramente resultara muy atractivo para alguien que aprecia tanto el arte. Y eres demasiado desagradable como para tratarla como si fuera de la realeza, como hacen muchos hombres.

—¿De verdad?

—Es tan guapa, que no pueden evitarlo. Lo peor es que a ella le molesta que se queden atontados por su aspecto y acaba dejándolos. Seguramente te rompería el corazón —añadió con un movimiento de la mano—. Claro que quizá eso te viniera bien.

—Yo no tengo corazón —dijo él cuando el camarero les llevó el postre—. Pensé que ya te habrías dado cuenta.

—Claro que lo tienes —con un gesto de rendición, Astrid aceptó uno de los tenedores y probó el tiramisú, lo que la hizo suspirar de placer—. Lo que ocurre es que lo tienes encerrado bajo una gruesa armadura para que nadie pueda volver a hacerte daño. Dios, ¿no te parece que está delicioso? Por favor, no me dejes que coma más, sólo este último bocado.

Pero Hiccup la miraba fijamente, sorprendido de que aquella pequeña lunática lo hubiese analizado de manera tan certera cuando otros que decían amarlo no habían conseguido ni aproximarse.

—¿Por qué dices eso?

—¿El qué? ¿No te he dicho que no me dejes comer más? ¿Es que eres un sádico?

—Olvídalo —decidió dejar el tema y retiró el plato del tiramisú para dejarlo fuera de su alcance—. Es mío —y se dispuso a comer lo que quedaba.

Sólo tuvo que amenazarla una vez con el tenedor para que no volviera a intentar comer.

—Lo he pasado muy bien —dijo Astrid cuando volvían caminando hacia el edificio. Se había agarrado a su brazo—. Ha sido mucho más divertido que pasarse la noche entera tratando de que Parker no me meta la mano bajo la falda.

Por algún motivo, la idea le resultó tremendamente irritante.

—No llevas falda.

—Claro, porque no estaba segura de poder escapar de la cita con Parker y decidí poner en marcha un sistema de defensa.

Lo cierto era que los pantalones anchos de color azafrán que llevaba resultaban mucho más sexys que defensivos.

—¿Y por qué no tumbas a Parker igual que hiciste la otra noche con el atracador?

—Porque la señora Wolinsky lo adora y no podría decirle que su adorado sobrino es como un pulpo.

—Me parece que te dejas mangonear con mucha facilidad.

—No es cierto.

—¿No? —preguntó Hiccup espontáneamente, antes de darse cuenta de que se estaba metiendo de lleno en su juego—. ¿Entonces por qué dejas que tu amiga Amalie...

—Heather.

—Bueno... Heather te mete en la encerrona de tener que salir con su primo, la señora de abajo con su sobrino y Dios sabe cuántos amigos más tendrás con parientes insoportables. Y tú te dejas llevar porque eres incapaz de negarte.

—Lo hacen con buena intención.

—Se están entrometiendo en tu vida, da igual con qué intención lo hagan.

—No sé —dijo con un suspiro y se quedó pensativa unos segundos—. Mira mi abuelo, por ejemplo. Bueno, en realidad no es mi abuelo, es el suegro de la hermana de mi padre, Shelby. Y mi madre es prima de las respectivas parejas de sus dos hijos. Es un poco complicado.

—Sí que lo es.

—Lo sé, pero ésa es la relación que hay entre Daniel y Anna Cloud y mis padres. Mi tía Shelby se casó con su hijo, Alan Cloud, a lo mejor has oído hablar de él. Solía vivir en la Casa Blanca.

—El nombre me suena.

—Y mi madre, Ellen Hofferson es prima de Justin y Diana Blade, los dos hermanos que se casaron con Serena y Caine, los otros dos hijos de Daniel y Anna. Por eso Daniel y Anna son como mis abuelos. ¿Me sigues?

—Perfectamente, pero ya se me ha olvidado por qué has empezado a contarme todo eso.

—A mí también —dijo riéndose y, al hacerlo, se tambaleó un poco y tuvo que agarrarse a él con más fuerza—. Creo que he bebido demasiado vino —explicó—. A ver... ¡Ya me acuerdo! Estábamos hablando de entrometerse en las vidas de otros, un ejercicio en el que mi abuelo, Daniel Cloud, es el verdadero rey. Como casamentero no tiene rival. Te lo prometo, Haddock, ese hombre es una especie de mago. Tengo... —hizo una pausa para contar con los dedos—. Creo que ya son siete los primos a los que ha conseguido casar. Es increíble.

—¿Cómo que los ha casado?

—No me preguntes cómo lo hace, pero siempre encuentra la persona perfecta, después deja que la naturaleza actúe y, antes de que se den cuenta, empiezan a sonar campanas de boda. Acabo de enterarme de que mi primo Ian y su esposa están esperando su primer hijo. Se casaron el otoño pasado.

—¿Y nadie le dice que se meta en sus asuntos?

—Claro que se lo dicen, constantemente. Pero él no hace ni caso. Supongo que pronto se encargará de Vanessa o de mi hermano Calum.

—¿Y de ti?

—Creo que soy demasiado hábil para él. Conozco todos sus trucos y no tengo intención de enamorarme. ¿Y tú? ¿Has pasado por eso alguna vez?

—¿Si he pasado por qué?

—Por el amor, haddock, no seas obtuso.

—No creo que me interese.

—Pero seguro que lo habrá algún día —vaticinó con gesto pensativo.

De pronto se detuvo en seco.

—Maldita sea —protestó—. Es el coche de Parker. Parece que ha venido de Nueva Jersey. Maldita sea. Bueno, tengo un plan —se volvió a mirarlo y cerró los ojos un segundo—. No debería haberme tomado la última copa.

—Eso parece, niña.

—Haz el favor de no llamarme «niña» para sentirte superior y guardar las distancias. Bueno, no importa. Lo que vamos a hacer es seguir caminando un poco más hasta que estemos justo enfrente de la ventana de la señora Wolinsky. Con mucha naturalidad, ¿de acuerdo?

—Es difícil, pero intentaré hacerlo.

—Me encanta ese sarcasmo tuyo. Escucha, cuando estemos delante de su ventana, nos detendremos porque seguro que estará mirando y enseguida se moverán las cortinas. Tú me avisas.

La idea le parecía inofensiva y lo cierto era que empezaba a gustarle que Astrid se agarrase a su brazo. Se volvió a mirar hacia la ventana con disimulo.

—Ahí está.

—Ahora tienes que besarme.

—Ah, ¿sí?

—Y vas a tener que hacerlo bien para que la señora Wolinsky se dé cuenta de que Parker no tiene nada que hacer. Te pagaré otros cincuenta dólares.

Hiccup se pasó la lengua por los labios. Astrid tenía la mirada lánguida y estaba tan hermosa como un capullo de rosa.

—Vas a darme cincuenta dólares por besarte.

—Es un extra. Quizá así consiga que Parker vuelva a Nueva Jersey para siempre. Piensa que estás encima de un escenario. No significa nada. ¿Sigue mirando?

—Sí —pero ni siquiera se giró a comprobarlo.

—Estupendo. Hazlo bien. Que parezca romántico. Rodéame con tus brazos y luego inclínate hacia...

—Astrid , sé cómo besar a una mujer.

—Claro. No pretendía ofenderte. Sólo quiero que salga bien para que...

Hiccup decidió que la mejor manera de hacerla callar era hacerlo de una vez por todas. No la rodeó con los brazos, la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí con fuerza. Vio cómo sus enormes ojos azules se abrían de la sorpresa antes de que sus bocas se unieran y las palabras se secaran en su garganta.

Tenía razón, pensó Astrid. Sabía muy bien cómo besar a una mujer. Vaya si lo sabía.

Tuvo que agarrarse a sus hombros y ponerse de puntillas.

No pudo evitar soltar un leve gemido.

La cabeza le daba vueltas y el corazón se le subió a la garganta. De pronto se sintió indefensa, perdida y temblorosa. El calor invadió su cuerpo.

Su beso era tan apasionado, tan ardiente, que sólo pudo dejarse llevar.

Era como en el sueño, pensó Hiccup. Pero mejor, mucho mejor. El sabor de sus labios era único, en sus sueños no la había sentido temblar de ese modo y no había sumergido las manos en su cabello de ese modo mientras gemía de placer.

La apartó sólo un poco para ver si se le habían sonrojado las mejillas como le había pasado a él. Ella lo miró sin decir nada, pero sin soltarse de él.

—Éste corre de mi cuenta —murmuró antes de besarla de nuevo.

Se oyó la bocina de un coche, alguien maldijo y se oyó también una ventana cerrarse después de que un coche pasara junto a ellos, pero Astrid no se enteró de nada de eso. Era como si estuvieran en una isla desierta con el mar mojándoles los pies.

Cuando la apartó por segunda vez, lo hizo muy despacio, movió las manos de un modo que casi pareció una caricia. Eso le dio tiempo a Astrid para hacer que la cabeza dejara de darle vueltas.

Hiccup habría deseado seguir besándola, devorarla. Deseaba sentir esa energía suya debajo de su cuerpo, abriéndose a él. Pero tenía la completa certeza de que después ambos se sentirían mal.

Así que la agarró por los hombros y la miró.

—Creo que con eso será suficiente.

—¿Suficiente? —repitió ella.

—Para convencer a la señora Wolinsky.

—¿La señora Wolinsky? —meneó la cabeza para recuperar la claridad mental—. Ah, sí, sí —respiró hondo y esperó poder actuar con normalidad en las próximas horas—. Si no se convence con esto, no se convencerá con nada. Besas de maravilla, Haddock.

En sus labios apareció una sonrisa que no pudo controlar. Esa mujer era prácticamente irresistible.

—Tú tampoco lo haces nada mal, niña.

·La chica perfecta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora