Capitulo 6

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—Es muy atractivo —admitió con relajación—. Resulta difícil no mirarlo, así que, si te parece bien, seguiré haciéndolo. No creo que vaya a mirarme siquiera teniendo a una mujer como tú cerca.

Delta se echó a reír de nuevo.

—Parece que sí que sabes cuidarte sólita. Eres una chica lista.

Astrid se rió también.

—Sí que lo soy, sí. Y de verdad me gusta mucho tu local. ¿Cuánto tiempo hace que lo tienes?

—Dos años.

—¿Y antes de eso? Por tu acento, supongo que eres de Stavanger.

Delta ladeó la cabeza.

—Tienes buen oído.

—Es que tengo familia en Stavanger. Mi madre se crió allí.

—No conozco a ningún Hofferson. ¿Cuál era el apellido de soltera de tu madre?

—Sweeney.

—Conozco muchos Sweeney. ¿Eres familia de la señorita Adelaide?

—Es mi tía abuela.

—Una gran dama.

Astrid se echó a reír y después tomó un trago.

—Una mujer tan fría como el invierno. Mis hermanos y yo solíamos creer que era una bruja.

—Tiene mucho poder, pero sólo por su dinero y por su nombre. ¿Así que eres una Sweeney? ¿Y quién es tu madre?

—Ellen Sweeney Hofferson, la pintora.

—La señorita Ellie —Delta dejó el vaso sobre la mesa con una sonora carcajada—. La hija de la señorita Ellie en mi local. El mundo es increíble.

—¿Conoces a mi madre?

—Mi madre le limpiaba la casa a tu abuela, querida.

—¿Mazie? ¿Eres la hija de Mazie? —impulsada por ese vínculo inmediato, Astrid le agarró la mano a Delta—. Mi madre hablaba de Mazie todo el tiempo. Fuimos a visitarla una vez cuando yo era niña y nos dio unos bollitos recién hechos. Me acuerdo de que nos sentamos en el porche, bebimos limonada y mi padre le hizo un dibujo.

—Lo puso en el salón, estaba muy orgullosa de él. Yo estaba en la ciudad cuando vino tu familia. Estaba trabajando, pero mi madre estuvo semanas hablando de su visita. Siempre quiso mucho a la señorita Ellie.

—Verás cuando le diga que te he conocido. ¿Qué tal está tu madre, Delta?

—Murió el año pasado.

—Vaya —le puso también la otra mano sobre la suya—. Lo siento mucho.

—Tuvo una vida estupenda y murió mientras dormía, así que supongo que también tuvo una buena muerte. Tus padres vinieron al funeral. Vienes de una gran familia, pequeña Astrid.

—Lo sé. Tú también.

***

Hiccup no comprendía nada. Allí estaba Delta, la persona más sensata que conocía, charlando y abrazándose con esa loca como si fueran viejas amigas. Compartiendo whisky y risas y agarrándose de las manos como solían hacer las mujeres.

Durante más de una hora estuvieron cotorreando animadamente.

Astrid hablaba y gesticulaba con las manos mientras Delta soltaba una carcajada tras otra o meneaba la cabeza con incredulidad.

—Mira a esas dos, André —le dijo Hiccup al pianista.

André dejó de tocar para encenderse un cigarrillo.

—Parecen dos gallinas. Esa chica es muy guapa, amigo. Tiene chispa.

—A mí no me gusta la chispa —farfulló Hiccup. Se le habían quitado las ganas de tocar, así que guardó el saxo en su funda—. Hasta la próxima.

—Aquí estaré.

Pensó en marcharse sin más, pero le daba rabia ver a su amiga tan a gusto con esa lunática. Además, al menos sería una satisfacción que su entrometida vecina se sintiera descubierta. Pero al acercarse a la mesa, ella se limitó a levantar la mirada hacia él y sonreír.

—Hola —dijo con total normalidad—. ¿No vas a tocar más? Es una música maravillosa.

—Me has seguido.

—Lo sé. No está bien, pero la verdad es que me alegro mucho de haberlo hecho. Me ha encantado la música y si no hubiera venido, no habría conocido a Delta.

—No vuelvas a hacerlo —espetó él antes de dirigirse hacia la puerta.

—Se ha enfadado —comentó Delta riéndose—. Tiene esa mirada que le hiela los huesos a una.

—Debería disculparme —dijo Astrid al tiempo que se ponía en pie—. No quiero que se enfade contigo.

—¿Conmigo? Pero...

—Enseguida vuelvo —le dio un beso en la mejilla a Delta y fue corriendo tras él—. No te preocupes, te prometo que lo arreglaré.

Delta se quedó allí mirándola, sorprendida.

—Pequeña, no sabes en lo que te está metiendo —dijo sonriendo—. Claro que tampoco lo sabe labios de azúcar.

En la calle, Astrid llamó a gritos a su vecino mientras se lamentaba de no haberle preguntado a Delta cómo se llamaba.

Cuando por fin lo alcanzó, lo agarró por el brazo.

—Lo siento. Es todo culpa mía.

—¿Quién ha dicho que no lo sea?

—No debería haberte seguido. Fue un impulso y me cuesta mucho no dejarme llevar por los impulsos. Estaba muy enfadada con ese idiota de Frank y... bueno, eso no importa. Sólo quería... ¿podrías caminar un poco más despacio?

—No.

—Está bien. Comprendo que quieras que me atropelle un camión, pero no tienes por qué enfadarte con Delta. Nos pusimos a hablar y de pronto hemos descubierto que su madre trabajó para mi abuela. Conoce a mis padres y a muchos de mis primos...

Por fin se detuvo y la miró.

—De todos los antros de la ciudad —murmuró de un modo que la hizo reír.

—He tenido que seguirte hasta ése y hacerme amiga de tu novia. Lo siento.

—¿Mi novia?

Astrid comprobó con enorme sorpresa que era capaz de reír, un sonido que la hizo derretir.

—¿A ti te parece que Delta puede ser la novia de nadie? Dios, ¿de qué planeta eres?

—Es una manera de hablar. No me atrevía a llamarla tu amante.

Siguió mirándola con una cálida expresión en los ojos.

—Es muy halagador, pero da la casualidad de que el tipo con el que estaba tocando es su marido y mi amigo.

—¿El tipo flaco que toca el piano? ¿De verdad? —Astrid consideró la idea un segundo y le resultó increíblemente romántica—. Es genial.

Hiccup meneó la cabeza y siguió caminando.

—Lo que quiero decir es que —continuó diciendo Astrid andando junto a él—... estoy segura de que Delta se acercó para asegurarse de que no iba a acosarte ni nada parecido, pero entonces una cosa llevó a la otra y acabamos charlando. No quiero que te enfades con ella.

—No estoy enfadado con ella, sólo contigo. Lo que has hecho es demasiado.

—Lo siento mucho, pero no te preocupes que enseguida te dejo en paz porque está claro que eso es lo que quieres.

Levantó bien la cabeza y se dio media vuelta para cruzar la calle y caminar en dirección opuesta al edificio en el que vivían.

Hiccup se quedó mirándola unos segundos, después se encogió de hombros y continuó su camino, diciéndose a sí mismo que se alegraba de haberse librado de ella.

No era cosa suya que se dedicase a pasear sola en mitad de la noche; había sido ella la que había decidido seguirlo.

No iba a preocuparse por ella.

Volvió a darse media vuelta con una maldición en los labios. Sólo iba a asegurarse de que llegaba a casa sana y salva, nada más. No quería sentirse responsable si le pasaba algo. Después se olvidaría de ella para siempre.

Estaba todavía a media manzana de ella cuando ocurrió.

Un hombre salió de entre las sombras y la agarró. Ella lanzó un grito ensordecedor. Hiccup soltó el saxo y echó a correr con los puños apretados, pero se detuvo en seco al ver cómo Astrid se giraba y no sólo conseguía zafarse de su atacante, sino que le daba un rodillazo en la entrepierna con el que lo hizo caer al suelo de bruces.

—¡Sólo tengo diez malditos dólares! ¡Diez dólares, estúpido! —gritaba cuando Hiccup consiguió reaccionar y llegó a su lado—. Si necesitabas dinero, habérmelo pedido, estúpido.

—¿Estás bien?

—Sí, maldita sea. Esto es culpa tuya. No le habría pegado tan fuerte si no hubiese estado enfadada contigo.

Hiccup se fijó en que se estaba mirando los nudillos y le agarró la mano.

—Mueve los dedos.

—Déjame en paz.

—Vamos, mueve los dedos.

—¡Oye! —dijo una mujer desde una ventana—. ¿Quieres que llame a la policía?

—Sí —respondió Astrid mientras hacía lo que Hiccup le pedía—. Sí, por favor. Gracias —añadió con algo más de suavidad.

—Menuda damisela indefensa —farfulló Hiccup—. No tienes nada roto, pero deberían hacerte una radiografía.

—Muchas gracias, doctor —retiró la mano bruscamente—. Ya puedes irte, estoy perfectamente.

El atacante empezó a moverse en el suelo y Hiccup le puso el pie en el pecho.

—Creo que mejor me quedo un rato. ¿Por qué no me traes el saxo? Lo he tirado al suelo porque aún creía que el lobo feroz se comería a Caperucita.

Astrid estuvo a punto de decirle que si quería su saxo, fuera por él, pero entonces pensó que si tenía que volver a pegar al atacante, se haría daño en la mano. Así pues, comenzó a caminar con toda la dignidad que pudo, recogió el saxo y volvió con él.

—Gracias —le dijo ella.

—¿Por qué?

—Por intentar ayudarme.

—No hay de qué —respondió Hiccup.

Se retiró en cuanto llegó el coche patrulla y, al ver lo bien que se explicaba Astrid, albergó la esperanza de poder escabullirse sin más, pero justo en ese momento se dirigió a él uno de los agentes.

—¿Ha visto usted lo ocurrido?

Hiccup suspiró con resignación.

—Sí.


·La chica perfecta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora