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¨La tortura de una mala conciencia es el infierno de un alma viviente¨

~John Calvin


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  —Quizá convendría redefinir nuestra terminología —le interrumpió el anciano—, ahora que parece haber nuevas clasificaciones. Por supuesto, con «niños inmortales» te refieres a una chiquillos humanos transformados en vampiro tras ser mordidos. —Sí, a eso me refiero. —¿Y qué más has observado en ellos? —Las mismas cosas que seguramente habrás apreciado tú en la mente de Edward. La pequeña es hija biológica suya. Crece. Aprende. Al igual que el otro niño —Sí, sí —repuso Aro con una nota de impaciencia en la voz por otra parte amistosa—, pero en las pocas semanas de estancia aquí, ¿qué has visto? —Crece muy... deprisa —replicó Amun con el ceño fruncido. Aro sonrió. —¿Crees que debería permitírsele vivir? Se me escapó un siseo, y no fui la única. La mitad de los vampiros de nuestro grupo se hizo eco de la protesta y los testigos Vulturis hicieron otro tanto al otro lado del prado. El rumor flotó en el aire como un tenue chisporroteo. Jasper echó un paso atrás y me rodeó la cintura con una mano a fin de contenerme. El runrún no hizo darse la vuelta al Vulturis, pero Amun miró a su alrededor con manifiesta incomodidad. —No he acudido para emitir juicios —arguyó, saliéndose por la tangente. Aro soltó una risilla. —Dame sólo una opinión. El testigo alzó el mentón. —No veo peligro alguno en los niños. Aprenden más deprisa de lo que crecen. El líder Vulturis asintió, como si sopesara la cuestión, y echó a andar, pero el vampiro egipcio le llamó.


—¿Aro? —Dime, amigo mío. —He dado mi testimonio y nada más me retiene aquí. A mi compañera y a mí nos gustaría marcharnos ahora mismo. Aro le dedicó la más amable de las sonrisas.  —Por supuesto. Me alegra haber tenido la ocasión de conversar contigo, aunque sea sólo un poco, y estoy seguro de que volveremos a vernos pronto. Amun frunció los labios con fuerza hasta formar una línea mientras digería la amenaza apenas disimulada de esas palabras. Tocó el brazo de Kebi y luego ambos echaron a correr por el confín meridional de la pradera y desaparecieron entre los árboles. Estaba segura de que no iban a dejar de correr durante mucho, mucho tiempo. Aro se deslizó a lo largo de nuestra línea en dirección este, rodeado por unos guardaespaldas muy nerviosos. Se detuvo a la altura de la enorme silueta de Siobhan.


—Hola, Siobhan, estás tan hermosa como de costumbre —la vampira hizo una inclinación de cabeza y permaneció a la espera—. Dime, ¿respondes a mis preguntas en el mismo sentido que Amun? —Sí, pero tal vez añadiría algo —replicó ella—. Renesmee y Baltazar comprenden los límites y no pone en peligro a los humanos. Es una mezcla de más calidad que nosotros, y no supone amenaza alguna para nuestra cobertura. —¿No se te ocurre ninguna? —inquirió Aro, sombríamente. Edward gruñó, un bajo y desgarrado sonido que surgió de lo más hondo de su garganta. Los velados ojos carmesíes de Cayo refulgieron. Renata tendió los brazos hacia su señor en ademán protector. Garrett soltó a Kate para dar un paso hacia delante, ignorando la mano de ésta, que ahora pretendía refrenarle a él. —Creo que no te sigo —contestó Siobhan con lentitud. Aro se deslizó hacia atrás como si tal cosa, pero acabó más cerca de la guardia y con Renata, Felix y Demetri pegados a su sombra. —No se ha quebrantado ley alguna —dijo Aro con tono conciliador, pero todos los asistentes intuimos que la salvedad estaba al caer. Necesité hacer un gran esfuerzo para contener la rabia que estaba a punto de subir por mi garganta y salir para gritar un desafío. Apliqué esa ira a mi escudo, haciéndolo más grueso, y me aseguré de que todos estuvieran protegidos—. No se ha quebrantado ley alguna —repitió—. Ahora bien, ¿podemos deducir de eso la ausencia de peligro? No —sacudió la cabeza con suavidad—. Son asuntos diferentes.


No hubo más reacción que una mayor tirantez en unos nervios ya tensos de por sí. Maggie, ubicada en los límites de nuestro grupo de luchadores, meneó la cabeza para sacarse la rabia de encima. Aro anduvo con ademanes pensativos. Parecía levitar sobre la nieve más que pisarla. Cada paso le acercaba más y más a su guardia, bien que me di cuenta. —Los niños son únicos, singularmente únicos. Sería un despilfarro acabar con unas criaturas tan adorables, sobre todo cuando podríamos aprender tanto de ellos... —suspiró, simulando una gran renuencia a continuar—. Pero existe un peligro imposible de ignorar, así de simple. Nadie respondió a esta afirmación. Reinó un silencio sepulcral hasta que decidió retomar el monólogo. Daba la impresión de estar hablando para sí mismo.

—Resulta irónico que cuanto mayores son los logros técnicos del ser humano y más afianzan su dominio del planeta, más lejos estamos de ser descubiertos. Nos hemos convertido en criaturas más desinhibidas gracias a su incredulidad ante lo sobrenatural, pero la tecnología ha eforzado a los hombres hasta el punto de que serían capaces de amenazarnos y destruir a algunos de nosotros en caso de proponérselo.


»El secreto ha sido durante miles y miles de años una cuestión de conveniencia y comodidad más que de verdadera seguridad. Este último siglo tan belicoso ha alumbrado armas de tal potencia que ponen en peligro incluso a los inmortales. Ahora, nuestra condición de simples mitos nos protege de verdad de las criaturas que cazamos. »Intuimos el potencial de esta criatura tan... sorprendente —alzó la mano para luego bajar la palma como si la apoyara sobre el hombro de Renesmee, aunque él se hallaba a cuarenta metros en ese momento, casi en el seno de la formación Vulturis de nuevo—. Ellos saben con absoluta certeza que siempre va a poder permanecer oculta tras el velo de oscuridad que nos protege, pero nosotros nada sabemos sobre qué clase de criatura van a ser ellos en su edad adulta. Hasta sus propios padres están llenos de dudas. No hay forma de conocer cuál será su naturaleza al crecer —hizo una pausa para mirar primero a nuestros testigos y luego, y de un modo muy elocuente, a los suyos. Imitaba muy bien el tono de voz de quien está desgarrado por el contenido de su discurso. Sin apartar los ojos de su auditorio, prosiguió—: Únicamente lo conocido es seguro y aceptable. Lo desconocido es... vulnerabilidad. La sonrisa de Cayo se ensanchó de forma maliciosa. —Ahora estás mostrando tu juego, Aro —dijo Carlisle con voz sombría. —Haya paz, amigo. No nos precipitemos —una sonrisa cruzó el rostro de Aro, tan amable como siempre—.

Contemplemos el problema desde todos los ángulos.


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CHICOS, CHICAS PERDON POR DESAPARECER EN EL MEJOR MOMENTO DE LA HISTORIA PIDO DISCULPAS EN SERIO NISIQUIERA SE PORQUE DESAPARECI PERO LO VOY A COMPENSAR LO MÁS SEGURO ES QUE HOY TERMINE LA HISTORIA!

BESOS, BRI <3

𝐑𝐨𝐣𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫  [ᴶᵃˢᵖᵉʳ ᴴᵃˡᵉ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora