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¨Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás que, al final, nos disfrazamos para nosotros mismos¨~François de la Rochefoucauld


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—Chelsea intenta romper nuestras ligaduras, pero no logra encontrarlas —susurró Edward—. No nos siente aquí — traspasó a Bella con la mirada—. ¿Es cosa tuya? Le dedico una sonrisa fiera. —He terminado con todo eso. De pronto, se apartó de nuestro lado y tendió la mano hacia Carlisle. Al mismo tiempo, yo sentí una punzada muy aguda en el escudo a la altura donde protegía la luz de Carlisle. No era dolorosa, pero tampoco agradable. —¿Estás bien, Carlisle? —inquirió Edward, fuera de sí. —Sí, ¿por qué...? —Por Jane —respondió mi esposo. Una docena de ataques punzantes chocaron contra la superficie del escudo en cuanto pronunció su nombre. Doce brillos marcaron las diferentes zonas del impacto. Al parecer, la menuda vampira no había sido capaz de atravesar el blindaje. Miré a mi alrededor de inmediato: todos estaban bien. —Increíble —comentó Edward. —¿Por qué no han esperado a la decisión? —siseó Tanya. —Es el procedimiento habitual —respondió Edward con brusquedad—. Suelen incapacitar a los acusados en el juicio a fin de impedirles la escapatoria. Miré al otro lado del claro. Jane contemplaba nuestras líneas con incredulidad e ira. 


Yo estaba muy segura de que nadie había aguantado de pie ni uno de sus feroces asaltos, a excepción de Bella.

Ella entornó los ojos y sentí la presión de otra punzada, ésta lanzada directamente contra mí. Retiré los labios para enseñarle los dientes. Jane profirió un grito penetrante, sobresaltando a todos, incluso a los componentes de la disciplinada guardia; a todos, menos a los tres ancianos, quienes siguieron centrados en su conferencia. Su gemelo la aferró por el brazo para retenerla cuando se agachaba para tomar impulso y saltar. Los rumanos comenzaron a reír entre dientes como muestra de su sombría expectación. —Te dije que era nuestro turno —le recordó Vladimir a Stefan. —Tú sólo mira la cara de la bruja —le contestó el otro entre risas.


Alec palmeó con suavidad el hombro de su hermana antes de ampararla bajo el brazo. Volvió hacia nosotros su angelical rostro y nos miró con gran serenidad. Esperé alguna presión o indicio de su ataque, pero no noté nada. Él continuó con la vista clavada en nosotros sin descomponer las agraciadas facciones. ¿Nos estaba atacando? ¿Sería capaz de atravesar el escudo? ¿Era la única que aún podía verle? Apreté la mano de Jasper —¿Te encuentras bien? —inquirí con voz ahogada. —Sí —me contestó él. —¿Lo está intentando Alec? Jasper asintió. —Su don opera más despacio que el de Jane. Se desliza... Va a tardar en llegar todavía unos segundos.


Entonces, en cuanto tuve una pista de lo que debía buscar, conseguí localizarlo. Una extraña neblina igual a la mía relumbrante iba cruzando por encima del prado. Apenas era visible por culpa del blanco de la nieve. Me recordó a un espejismo: una leve distorsión de la vista, la insinuación de un resplandor débil. Bella alejo un poco la barrera de protección de Carlisle y el resto de la primera línea, temerosa de mantenerla cerca de ellos cuando se produjera el impacto de la calima deslizante. ¿Qué ocurriría si atravesaba el blindaje intangible? ¿Debíamos echar a correr? Un murmullo sordo recorrió el suelo que pisábamos y un golpe de aire alborotó la nieve del espacio intermedio existente entre nuestras fuerzas y las del enemigo. Benjamin también había visto la amenaza reptante y ahora intentaba alejar la niebla de nuestra posición. La nieve permitía ver con más facilidad cómo lanzaba un soplo de brisa tras otro contra la nube de vaho, pero ésta no se resentía en modo alguno del embate de los mismos. Parecía airecillo pasando de forma inofensiva por encima de una sombra, y la sombra era inmune a los efectos del vientecillo.

𝐑𝐨𝐣𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫  [ᴶᵃˢᵖᵉʳ ᴴᵃˡᵉ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora