Tu sangre, mi veneno

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Así que ese era el modo en el que esa gente realizaba su venganza

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Así que ese era el modo en el que esa gente realizaba su venganza. Me despegué con prisa del árbol para mirar hacia arriba. Allí, junto a aquel árbol se encontraba atado el cuerpo de Daniel; tenía su cuerpo cortado a la mitad, un corte limpio que iba de su garganta hasta su abdomen. Lo estaban desangrando; las vísceras colgaban de su cuerpo. Un grito ahogado salió de mi y mi estómago se revolvió.

Salí inmediatamente de aquel lugar. Corrí con prisa y desespero, esquivando cada árbol que se cruzaba en mi camino. Mi escape se basaba simplemente en alejarme lo más posible de aquella escena; todo lo aprendido sobre reconocer el terreno quedó atrás. Llegué hacia un gran descampado y fue allí cuando me dispuse a recuperar el aire, doblé mi cuerpo, coloqué mis manos sobre mis muslos y comencé a respirar fatigosamente; mis pulmones ardían y mis piernas flaqueaban.

Me incorporé de inmediato cuando oí crujir una rama, giré violentamente para cerciorarme de que nada estuviese detrás de mí. Un silbido se oyó y se hizo eterno cuando una brisa reinó en el lugar llevando aquel sonido por todo el bosque. Mis ojos miraban hacia varias direcciones y cuando volví la vista al frente, los míos se toparon con unos ojos color rojo carmesí; era impactante verlos brillar de esa manera entre tanta oscuridad. Podía sentir su imponente poder, mi corazón se disparó cuando su voz llegó a mis oídos, el miedo me punzó estómago. Retrocedí lentamente para que una roca me hiciera trastabillar. El dueño de aquellos ojos rojizos soltó una risita ante el hecho.

-Estás muy lejos de casa -dijo con un toque de malicia.

-¿Qué haces tú aquí? -solté oyendo la cólera de mi propia voz.

En verdad no entendía que hacía aquí un vampiro de su porte. ¿Por qué había bajado de las montañas nevadas para venir hasta aquí?

-¿Te atreves a preguntar? -soltó mientras salía de la oscuridad.

La neblina en el sitio no era tanta comparada con la zona muerta, solo dejaba ver lo necesario. Y, lo necesario... me estremeció. Su andar era lento y elegante, tenía ese aire lúgubre, intimidante y tenebroso que generalmente portaban los pura sangre. El ambiente se puso extraño, era como si la naturaleza misma se posara a sus pies para rendirle respeto; la neblina se disipaba lentamente a medida que él avanzaba. Solo unos pocos metros me separaban de un monstruo.

-Solo vine a alimentarme -dijo encogiéndose de hombros -En las montañas nevadas no hay demasiada comida, todo es tan... -hizo una pausa y luego volvió a hablar -. Frío... -soltó para luego quedar frente a mi. Se movió tan rápidamente que vacilé, caí al suelo y él comenzó a reírse pero aquella sonrisa quedó atrás cuando levanté la vista violentamente para fijar mis ojos en los suyos -No me temes ¿verdad?

-No. -mentí casi temblorosa.

-Puedo oler cuando alguien tiene miedo y, a pesar de tu voz inestable y tus latidos acelerados puedo notar que no me temes -soltó para fijar sus ojos en los míos y, en verdad debería revisarse el olfato porque realmente estaba aterrada. Jamás había tenido un vampiro tan cerca. Es decir, un pura sangre. Beatrice siempre traía al castillo a sus sirvientes vampiros pero estos eran convertidos y fácilmente podrían pasar como unos simples humanos, claro que sus ojos y colmillos los delataban cuando el ansia se apoderaba de ellos. Pero, los pura sangre eran extremadamente diferentes a los convertidos: sus rasgos eran particularmente atrayentes para sus presas, hermosos por naturaleza, su voz debía ser seductora a tal punto de poder hipnotizar con tan solo una palabra. Su postura era elegante y su andar dominante. Los convertidos eran sumisos, los pura sangre los controlaban, no podían dar un paso sin pedir permiso.

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