Corrí, pasillo tras pasillo con prisa, con una mano apoyada en la pared para así poder sostenerme. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal y no, no era por los restos de sangre que Luzequiel había dejado en mi vestido de dormir cuando me aprisionó contra su cuerpo. Un hormigueo me recorrió cada centímetro de mi piel, mi respiración se agitaba con cada paso, la opresión en el pecho no se iba y el pasillo parecía cada vez más largo.
A lo lejos logré ver una figura imponente, alta y fornida, de brillante armadura y capa dorada, ni siquiera pude distinguir su rostro cuando abrió la puerta de mis aposentos y me arrojé hacia dentro de la habitación pero sabía quien era; había estado parado cada noche junto a mi puerta y a mis espaldas desde que tengo memoria.
Me dejé caer frente al pie del gran ventanal, las copas de los pinos se mecían con fuerza, las nubes negras, cargadas de lluvia, ocultaban las brillantes estrellas que solían iluminar el cielo cada noche.
Una punzada traspasó mi mente y un alarido salió de mí, haciéndome doler la garganta, la oscuridad era aplastante, las pocas velas de mi habitación no eran lo suficientemente fuertes para hacerme sentir segura.
—Arlene... —un susurro llegó hacia a mí, era una voz femenina, lejana... luego, una risita, pequeña, pero lo suficiente para hacerme estremecer.
«Necesito Aire ». Fue lo primero que pensé y aún estando en el suelo quité la traba y la ventana se abrió, dejando entrar el viento. El viento y los susurros. Me reincorporé de inmediato, dispuesta a cerrar la ventana pero me detuve frente a ella y miré hacia el jardín oscuro. La luna estaba escondida detrás de las nubes, y el viento susurraba secretos en los árboles. Estaba mirando hacia un abismo sin fondo, sin esperanza de salvación. Mis piernas se rindieron ante el pánico y nuevamente tocaron el suelo.
—Arlene...
Me arrastré en el piso, mi vestido de dormir se deslizaba sobre la alfombra como un rastro de niebla. Mis ojos estaban fijos en el espejo que se encontraba junto a mi cama, su superficie reflejando la luz de la vela como un lago oscuro.
—Arlene... —los susurros provenían de allí, una voz baja y escalofriante. Cuando fijé los ojos en mi reflejo... No. No, esa no era yo, no podía ser yo. Aquella figura que imitaba mis movimientos no era yo, no. Lo. Era. Y tal como en aquella pesadilla, nuevamente portaba una corona de espinas, pintura de guerra y sangre manchaba el frente de mi vestido. Mis ojos recorrieron dicho reflejo hasta llegar a mis manos, las cuales se encontraban teñidas de un líquido escarlata.
El reflejo del espejo sostenía la vista en mí y en el momento que sonrió, retrocedí tan violentamente que caí de espaldas al suelo. Pasé los dedos por mis mejillas y para mi sorpresa, cuando los observé, estaban llenos de sangre, sangre mezclada con pintura blanca, pintura de guerra... luego llevé las manos temblorosas hacia mi cabeza y una punta afilada se incrustó en mi dedo índice. Vi formarse lentamente una gotita de sangre.
—¡Déjame en paz! —vociferé al instante que un ventarrón hizo acto de presencia en mis aposentos y apagó las velas, dejándome en completa oscuridad, corrí hacia el pie de la ventana y me senté con las rodillas pegadas a mi pecho.
Sir Cardian, mi guardia personal, el que se quedaba toda la noche velando por mi protección, comenzó a llamar incesantemente a mi puerta.
—¡Cardian!
—¡Princesa, voy a entrar!
—¡Puedes entrar, Carajo, Cardian!
Mi mente no paraba de pasarme escenarios catastróficos del Continente en guerra: fuego por doquier, los Reinos tomados por bestias Aladas.
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ARLENE
FantasyUn continente, cinco reinos, imponentes leyes y, una sola regla: no acercarse al bosque de los susurros. Arlene, una joven valiente y decidida, se encuentra en el centro de una lucha por el trono y el control del continente. La corona de espinas, sí...