Las indicaciones de Luzequiel habían sido claras: Antes del Alba, cuando se esté por efectuar el cambio de guardia, debía llevarle su ropa y sus armas.
¡Por los dioses! ¿En que lío me estaba metiendo?«Si me traicionas traeré los cinco infiernos a tus pies». Mientras me escabullía a mis aposentos, la voz de Luzequiel comenzó a resonar en mi mente. Tenía el antídoto en mis manos. No sabía si era acertado de mi parte hacer una alianza con el Guerrero, sin embargo, debía hacerlo si quería salvar a mi gente. No quería otra guerra.
Me paré en seco a mitad del pasillo, las rocas de los muros de Merle tenían la mala costumbre de llevar las voces por todo el castillo. Guiada por los murmullos, que poco a poco se iban elevando, retrocedí hacia el Gran Salón donde pude observar, entre las hendijas de la puerta a medio cerrar, a mis padres reunidos junto a los dignatarios del consejo; todos alrededor de la gran mesa de madera laqueada, la cual contaba con treinta metros de largo, pintada y tallada por orden de mi padre. Con el contorno que seguía a rajatabla la forma del continente y, en su interior, estaba decorada con todos los bosques, lagos, Aldeas, castillos y montañas de los Cinco Reinos.
Algo pintaba mal, lo supe al ver el rostro preocupado de mi madre y el semblante hostil de mi padre.
Alben Millsburg, Consejero de la Tesorería Real, propuso que una alianza con el Sur le daría mas beneficios al Reino. Sin embargo, Layon Roberston, Consejero de Guerra de mi padre, se opuso rotundamente soltando un bufido de risa, seguido por varias negaciones de cabeza mientras Roderick Ethierford, Consejero de Preceptos, gesticulaba nerviosamente con sus manos.
—Las montañas nevadas se interponen en nuestra ruta marítima de exportación, mi Rey —la voz gutural de Emory Lough, Consejero Naval, se unió a los incesantes debates —. Si nos aliamos con ellos, ambas rutas quedarán libres para que podamos comercializar sin vandalismos. Si son inteligentes, cederán.
—Ellos quieren una guerra contra nosotros, ¿por qué siquiera pasa por tu mente que querrán negociar? —está vez la voz de Layon Roberston se sumaba a la discusión dejando los malos gestos de lado —, Lo mejor sería aliarnos con el Norte, sus bosques serán la ruta perfecta para comercializar desde dentro de los muros de Merle.
—¿Quieres cerrar el Reino? ¿Con qué propósito? —inquirió Loach Eswarzack, Sanador en Jefe, oyendo la cólera de su propia voz.
—A Merle no le faltará comida. Al menos no a nosotros.
—Layon, ¿Estás oyendo lo que planteas? —preguntó el Consejero Naval —Sin rutas no habrá comercio, sin comercio no tendremos monedas y la comida comenzará a escasear…
—A Merle no le faltará comida. Dentro de la reluciente muralla tendremos alimentos. —replicó Layon convencido de que eso funcionaría.
—¿Qué sucederá con la Plebe…? —la voz de mi madre hizo reinar el silencio.
—Solo hasta que el Sur olvide la idea del conflicto. —La voz de Layon hizo acto de presencia logrando así que la pregunta de mi madre sea ignorada por completo.
—Quizá si abrieran la carta que fue enviada por el Rey del Sur conseguiremos más respuestas a este infortunio conflicto de intereses. —vi deslizar la mano morena de Noach por entre su túnica marrón, para luego posar sobre la mesa un sobre negro, el cual era sellado por el escudo del Reino de las montañas nevadas, el sello de vela, era de un rojo tan carmesí como la sangre.
Padre se frotó el puente de la nariz con el dedo índice, exasperado, para luego romper el sello de vela con la afilada punta de su daga.
—Oh… —Padre sonrió de manera perversa —. Aquí dice que la paz está en nuestras manos… —todos en silencio esperaron pacientemente a que padre terminase de leer la carta y dicte su veredicto —. Quieren a la Heredera de Merle. Ofrecen la mano de Lord Cassius y las tierras que se extienden desde las montañas nevadas hasta el Mar Negro, como dote.
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ARLENE
FantasíaUn continente, cinco reinos, imponentes leyes y, una sola regla: no acercarse al bosque de los susurros. Arlene, una joven valiente y decidida, se encuentra en el centro de una lucha por el trono y el control del continente. La corona de espinas, sí...