Jaula de oro

12 0 10
                                    

Lo único que sentía durante el largo viaje por el bosque era el trote constante de los caballos que tiraban del carruaje, pero luego sentí el frío subir por mis pies descalzos, mis zapatos habían quedado en algún oscuro rincón del bosque. El sonido del viento se colaba por las rendijas, trayendo consigo el olor a pino y a tierra húmeda.

De vez en cuando, el carruaje pasaba por un tramo de bosque, y podía oír el crujido de las ramas bajo la nieve, el susurro de las hojas movidas por el viento. El ambiente era sombrío, y la oscuridad parecía envolverlo todo, incluso a través de la arpillera que cubría mi cabeza.

El frío despiadado del Sur entraba por los lugares del carruaje que los lobos habían destrozado, envolviéndome en un manto helado que me calaba hasta los huesos. Cada respiración era un recordatorio del gélido aire que me rodeaba, llenando mis pulmones con una frialdad cortante.

El ambiente dentro del carruaje me asfixiaba. El leve aroma metálico de la sangre seca tomó mis fosas nasales. El sonido de los cascos de los caballos resonaba rítmicamente, acompañado por el crujido de la nieve bajo las ruedas.

El carruaje se balanceaba y traqueteaba sobre el camino nevado, cada bache y piedra se sentía como un golpe en mi cuerpo inmovilizado. El viento ululaba afuera, y de vez en cuando, mi mente confundía el sonido de la brisa intensa pasar por los árboles con el aullido de un lobo, enviando un escalofrío adicional por mi columna.

«Concéntrate, Arlene». Me enfoqué en sentir el movimiento del carruaje, un vaivén constante que podían mantenerme en estado de alerta. Sin embargo, cada giro y cada frenazo eran una nueva tortura, recordándome que me acercaba cada vez más al castillo de Lord Cassius, un lugar del que pocos regresaban.

El frío se volvía más intenso, eso quería decir que nos adentrábamos aun más en el territorio de los demonios. Mis dedos, entumecidos por las ataduras, apenas podían moverse, y el roce de la cuerda contra mi piel era una constante agonía.

«Cuando seas mía, porque lo serás…» cerré con fuerza los ojos al recordar las palabras de Lord Cassius.

Intenté nuevamente concentrarme en los sonidos a mi alrededor, tratando de callar aquella horripilante voz. El aullido de los Esuriens, criaturas despiadadas que habitaban las tierras nevadas, se hacía más frecuente, y el eco de sus voces resonaba en la distancia. Sabía que cada minuto que pasaba me acercaba más al castillo, un lugar envuelto en leyendas de terror y oscuridad.

«No me quedaré aquí» fue lo primero que se me vino a la mente cuando el carruaje finalmente se detuvo, y el silencio que siguió fue escalofriante.

Comencé a oír mi propio corazón latiendo con fuerza, el sonido de mi respiración acelerada. La puerta del carruaje se abrió con un chirrido, y una ráfaga de aire helado me golpeó los sentidos, haciéndome estremecer. Sabía que había llegado el momento de enfrentarlo todo. Debía intentarlo, tenía que escapar, aunque las bestias heladas me devoren, todo era mejor que vivir allí y convertirme en una bolsa de sangre.

Sentí un par de manos frías que me sujetaron por los brazos y me arrastraron fuera del carruaje. Mis pies descalzos tocaron la nieve, y un dolor agudo subió por mis piernas debido al frío intenso. Cuando me quitaron el costal de arpillera, la luz tenue del día nublado me cegó momentáneamente.

Frente a mí, un castillo se alzaba imponente, con sus rejas negras y una fuente congelada en el centro del jardín. Deslicé la vista hacia las plantas, aunque verdes, parecían sombrías bajo el clima de nieve y lluvia constante. Las hojas en algunos lugares estaban cubiertas de escarcha, y el suelo era un mosaico de barro y nieve. Luego mi vista llegó hacia Lord Cassius, quien me observaba con una sonrisa burlona.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 06 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

ARLENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora