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Estoy recordando cosas. Solo eso puedo hacer ahora que ya no estás. Recordar y escribirlas para convencerme de que lo nuestro existió, que fue real. 

Como el primer beso que nos dimos. Te había invitado a cenar aquel viernes al final de mes, elegiste el restaurante de comida china que queda en el malecón y cuando llegaste, supe que era el momento.

Llevabas un vestido azul noche que caía elegantemente hasta por encima de tus rodillas, con un escote en el pecho que resaltaba tu silueta. Era la primera vez que te veía usar algo de tu talla, y me encontré admirándote. Estabas hermosa.

Cuando me acerqué a saludarte con un beso en la mejilla, el olor de tu perfume se impregnó en mí. Cerré los ojos y tragué intentando detener mi nerviosismo. Quedé frente a ti por un par de segundos y tus ojos me desarmaron. Quería decirte lo hermosa que estabas, quería gritarlo. Quería dejarte saber que me gustabas.

Tomé tu mano y empezamos a caminar. Fue extrasensorial. No me creía que estaba ahí contigo, y que me había atrevido a sostener tu mano. El contacto me hizo sentir que estaba enamorado. El amor se esparcía en mi interior, se sentía como pequeñas bombas explotando en mi pecho, estómago, manos, cabeza. Por un momento, pensé en separar mi mano de la tuya creyendo que quizás había sido invasivo, pero presionaste ligeramente el agarre. Sonreí. Una bomba explotó en mi rostro. Estaba feliz.

La cena estuvo bien. Nos reímos demasiado. No estaba pensando en lo qué debía decir o lo que tenía que hacer, y eso estaba bien. Disfruté esa cena y no me refiero a la comida. Fue tu compañía.

No expuse mis sentimientos ahí. Aunque hubiese sido lo idóneo. El sitio era bastante agradable, y la música de fondo podía darle ese toque romántico, pero no fue ahí.

Caminamos por el malecón en silencio, está vez no tomados de la mano. No me había quedado sin tema de conversación, pero ya no quería seguir hablando de otra cosa que no fuera de mis sentimientos. Quería decirte que me gustabas.

Mis pasos se detuvieron y tú hiciste lo mismo. La luna nos veía. Tu mirada se encontró con la mía, y en ese instante, el tiempo parecía haberse detenido. Había una tensión eléctrica en el aire, como si estuviéramos esperando a que algo mágico sucediera.

Tus ojos me observaban con ternura, como si supieran que llevaba un universo de palabras en mi interior. Traté de encontrar el coraje en tu mirada.

Todas las inseguridades se disiparon por un momento. Tu sonrisa cálida y tus ojos llenos de curiosidad me tranquilizaron.

Con un suspiro tembloroso, comencé a articular mis pensamientos, mis palabras tropezaron al principio, pero luego encontraron su ritmo.

Fue entonces cuando, sin previo aviso, tus labios encontraron los míos en un beso suave. El mundo se desvaneció.

Me gusta recordarte, porque así, el dolor no es tan agudo. Y de cierta forma, me sostiene saber que esos momentos fueron reales.

Ayer no llegué a casa a escribirte. Fui a la fiesta de algún compañero de la universidad con quien apenas he intercambiado un par de palabras, pero ¿a quién le importa eso? 

Fui con Andrés. Esta vez solo los dos. Y eso estuvo bien. 

La música era demasiado estridente hasta que dejó de serlo, porque en cuanto me relajé, ya estaba bailando. No sé en qué momento sucedió, pero de pronto me encontré frente a una chica de cabello claro, bastante simpática. No recuerdo su nombre, aunque estoy seguro de que lo dijo cuando se inclinó para hablarme al oído. 

Compartí con ella una pastilla en medio de un beso. No tuve tiempo de pensarlo. Hizo efecto de inmediato. Sentí mi cuerpo vibrar, la adrenalina recorriéndome como un golpe eléctrico. Mi mente se abrió y todo estuvo bien. Jodidamente bien. 

Cartas para nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora