CAPÍTULO 1
EL REINO DEL SILENCIO
Hubo un tiempo en que el silencio reinaba alrededor del castillo Azamor.
Ni siquiera los pavos reales, que deambulaban ociosos en los jardines del castillo, se atrevían a hacer ruido para evitar contrariar al rey. Los Emires y Sheiks de la corte procuraban no elevar la voz más de lo necesario mientras gestionaban los asuntos de aquel reino que se extendía hasta más allá de las montañas.
Si, hubo un tiempo en que reinaba el más absoluto silencio.
La consejera Ceres Fauna recorría los pasillos del palacio, desencadenando saludos de hombres y mujeres que se apresuraban a inclinar respetuosamente sus rostros al verla pasar. Ella respondía con una sonrisa cortés, saboreando el respeto que inspiraba, a pesar de ser una de las esclavas del Sultán. Ceres cautivaba no solo por su deslumbrante belleza, sino también por su perspicacia y astucia. Era una druida hermosa, con cabello verde rizado que fluía hasta más abajo de sus hombros. Un par de finas ramas se asomaban a los lados de su cabeza, testigos de la profunda conexión que los druidas tenían con los elementos de la naturaleza. Su cuerpo era un paraíso excitante que deleitaba la vista e incitaba al tacto.
Ceres caminó con elegancia a la puerta y, con cierta discreción, tocó un par de veces. Nadie respondió. Volvió a tocar un poco más fuerte, pero no encontró señales de que le fueran a abrir. La consejera del palacio negó con la cabeza y abrió la puerta de los aposentos del príncipe Sora.
El joven descansaba en un sueño profundo, con las sábanas completamente desordenadas a su alrededor. Podrían haber asaltado el castillo real con catapultas y el atractivo muchacho no habría despertado.
- Ay, príncipe Sora... ¿Qué haré contigo? - Susurró ruborizada al verlo dormido. La chica paseó sus ojos dorados por el cuerpo del príncipe, disfrutando de lo que veía. Dio un par de pasos hacia él. Luego, volteó a vigilar la puerta que había dejado entreabierta para asegurarse de que nadie la viera, y finalmente, cuando se aseguro que no habían curiosos, se atrevió a hundir sus manos en el cabello del chico para acariciarlo."
-Si el Sultan me viera...- Se dijo a sí misma recordando las consecuencias que tendría aquella osadía si la descubrían acariciándole el cabello. Ceres retrocedió los pasos que había caminado hasta situarse en los estantes personales del chico para buscar sus pergaminos "secretos" donde dibujaba.
La chica notó que al príncipe le gustaba dibujar a mujeres con los brazos en alto. También era común ver en sus dibujos manos flotantes haciéndole cosquillas a las protagonistas de su arte- Cada vez que espiaba aquellos pergaminos, la druida esperaba encontrarse retratada en esa forma de arte, como si deseara ser parte de aquellas extrañas fantasías.
Guardó los pergaminos de dibujos, se colocó nuevamente en la entrada de la puerta y empezó a gritar.
- ¡Joven Sora! ¡¡JOVEEEEN SORAAAA!! - Pero, como era costumbre, eso no fue suficiente para despertarlo. Tomó un pesado de historia de Azamor y se lo arrojó al pecho, logrando finalmente que despertara.
El príncipe se levantó de golpe y confundido. Soras vio a Ceres Fauna sonriéndole a modo de disculpa.
-Lo siento Ceres. Y-yo ayer me quedé dormido hasta tarde estudiando ... .- Dijo tartamudeando al tratar de hallar una excusa en su cabeza.
-¿Estudiando qué Joven Príncipe?- Contestó Ceres con una pregunta
-E-estudiando... LA HISTORIA DE AZAMOR ¡¡CLARO!!!- Dijo leyendo por primera vez el título del libro que le había lanzado la esclava consejera.
-¿Si? Entonces dígame... ¿En qué año el imperio de su padre conquistó el pueblo de los Druidas al que pertenezco?- Preguntó ella cruzada de brazos viéndola con severidad. Sora no supo qué contestar ante eso.
-¿No? ¿Entonces conoce el año en que el reino de la gente tiburón cayó ante nuestro imperio? - Pero Ceres sabía que el chico no iba a contestar aquella pregunta tampoco. El príncipe era un joven simple que amaba las cosas sencillas de la vida. Se notaba en la humildad con que trataba a las esclavas, a los soldados, a los mercaderes... en general a todos de quienes se rodeaba.
-No, no lo sé... pero lo que sí sé, es que esas flores se ven hermosas en tu cabello...- Se apresuró a decir el chico que tenía una gran facilidad de palabra.
La mirada de Ceres se volvía estricta y severa cuando estaba frente a él, aparentando contener el impulso de querer golpearlo. En ocasiones, le resultaba difícil mantener esa fachada de seriedad, pues habría deseado reír con él, decirle "eres un tontito" y disfrutar juntos de unas buenas risas. Sin embargo, ella ostentaba el cargo de consejera real y aquellos momentos de complicidad podían tener graves consecuencias.
-Usted es el Príncipe de Azamor. Es usted el único heredero al trono y descendiente directo de Su Majestad el Emperador, quien gobierna sobre vastas tierras en nuestro continente. Es imperativo que comprenda la magnitud de sus responsabilidades. No es apropiado que pase su tiempo escapando del castillo para entregarse a la poesía o a las artes. Todo esto que contempla, algún día será su legado. Por tanto, es crucial que actúe con la prudencia y la responsabilidad que su posición exige- Le explicó Ceres con la dureza que le exigía su cargo de consejera real y tutora del príncipe.
-Preferiría vivir en la paz y alegría que experimentan los plebeyos que residen lejos del castillo, pero eso ya lo sabes, ¿verdad, Ceres?- Preguntó con una sonrisa triste. La joven respondió, evitando abordar el tema.
-Tu..... -se corrigió de inmediato. - Usted debe dirigirse al salón del trono DE INMEDIATO. El Sultán necesita hablar con usted sobre los preparativos para las festividades de su cumpleaños mañana...-
-¡Mi cumpleaños! WUJUUUUUU- Sora repitió emocionado. Se fue al vestidor para cambiarse inmediatamente. Decidió ponerse una capa de espléndida seda escarlata y un cinto dorado. Eran colores muy alegres que lo solían distinguir de entre todos los otros miembros de la nobleza. Salió disparado corriendo a ver a su padre, haciendo ruido y riendo por la fiesta que sería preparada para él. Sora adoraba romper el silencio del castillo, adoraba tener fiestas, bullicio y algarabía. La gente lo veía con desaprobación. Los habitantes de Azamor estaban tan acostumbrados al silencio que escuchar el bullicio de Sora perturbaba a la mayoría
Si, hubo un tiempo en que reinaba el más absoluto silencio. Eso hasta que llegó el príncipe Sora, primero de su nombre: el monarca del Júbilo, señor de los reinos rientes, Monarca del eco alegre .
y fue él quien rompió el silencio del reino finalmente...
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El Harem de las cosquillas (+18)
RomanceEl joven príncipe Sora oculta una extraña pasión por las cosquillas que desea confesar a alguien, pronto tendrá a su disposición 4 bellas esclavas de entre las cuales deberá escoger a una esposa a quien poder compartir sus aficiones, pero... ¿su dec...