Capitulo 7. La resaca

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No sabía que había hecho para merecer aquella resaca. O si. Pero no creía que fuera tan necesaria esa sensación de que en cualquier momento podía vomitar, o desmayarse. Y menos cuando había accedido a acompañar a Angie a Quantico. La noche anterior, aparentemente, su querida amiga había quedado para ver el sistema informático de Penélope, lo que venía siendo una excusa para volver a ver a Morgan. Si olvidaba el pequeño encontronazo con su padre, no podía negar que la noche anterior había ido todo lo bien que podía haber ido. Había bebido, se había reído y a al menos uno de sus amigos había ligado. "Eso en mi libro es una victoria". "Ay amor" sonaba a través de su auriculares, mientras miraba de reojo a Angie. Ojalá haberse puesto de acuerdo en la manera de vestir, antes de haber aceptado aquella oferta. Cuando esa mañana se habían levantado, Angie la había bombardeado con uno de sus discursos. Esta vez sobre cómo lo mucho que la quería le había ayudado a decidir que la iba a ayudar a recuperar su relación con su padre, le gustara o no. "No porque ella quiera pasar más tiempo con el equipo o algo por el estilo". Pero no lo había discutido. No después de que se quedara con ella mientras se desahogaba cantando. Y llorando. Odiaba haberse pasado años controlando sus reacciones, tanto físicas como emocionales, para que cuando se tratara de su padre, perdiera siempre los papeles. Miró hacia bajo, mirando su sudadera de la universidad de Cambridge color gris, y sus leggins negros. Angela parecía una supermodelo a su lado en ese momento. Las puertas del ascensor se abrieron, en la planta que tanto conocían, pero en un ala completamente distinta. Casualidades de la vida, el despacho de Blake estaba al otro lado del pasillo.

-¡Buenos días rayitos de sol!-Saludó Penélope, con más entusiasmo del que el cerebro de Addison podía soportar a esas horas. Hizo una mueca con la cara, mientras le signaba que bajara la voz involuntariamente. Si podía oírla por encima de sus auriculares, significaba que era demasiado alto.

-¿Mucha resaca, pequeña Hotchner?-Se burló Derek, mientras se acercaban a la mesa donde se encontraban. Aunque hubiera podido evitarlo, notó el cuerpo de Angie cambiar por completo. Pasó de estar completamente tenso en el camino hasta ahí, a relajarse, de una manera bastante más sensual de lo normal. Y comprobó cómo el hombre respondía, aunque muy sutilmente. Las pupilas ligeramente dilatadas. Las comisuras de sus labios contrayéndose lentamente. Lo de siempre.

-Más de la que merezco desde luego.-Murmuró, casi sin mirarlo. ¿Porque se había olvidado de cuanto la mataban aquellas luces blancas?.

-Ay pequeñita...Si necesitas café, tenemos en la sala redonda-Le reconfortó Penélope, frotando cariñosamente su hombro, y ella se esforzó en regalarle una pequeña sonrisa. "Necesito ese café".

-¿Sigue estando en el mismo sitio?-Preguntó. Vio como la rubia sonrió todavía más fuerte con su pregunta, y asentía. A veces se olvidaba que para ellos, ella era completamente una sorpresa. No es que no supieran que existía, es que su padre no había hecho nada para hacerles creer que ella no era más que unos 12 años mayor que Jack, y no una mujer que simplemente pasaba de él. Emprendió su viaje hasta la sala que recordaba perfectamente aunque hubiera estado allí hacía unos 8 años. Obligó a su cerebro a cancelar el sonido de la conversación animada que estaba ocurriendo a sus espaldas, y se concentró en el movimiento de su cuerpo. Hacía años que había descubierto que la autoconciencia física le ayudaba a manejar la ansiedad, y desde entonces no había vuelto atrás. Y en aquel momento sentía mucha ansiedad. La última vez que había estado en aquel área del edificio tenía 17 años, y muchas ganas de salir de allí. Respiró hondo cuando vio el café, y sintió su caja torácica expandirse. "Estoy a salvo, no en una guerra". Cogió una taza casi sin mirar, y volvió a centrar su atención en sus movimientos. La música que seguía sonando a través de sus auriculares mantenían entretenida a una parte de su cerebro, permitiéndole enfocarse en lo que ella quisiera. Que prefería que no fuera su vida emocional. Porque aquello era un laberinto que dudaba que tuviera alguna salida. Sintió las falanges de sus dedos ceder al peso del café al caer en la taza. No tenía ningún plan sobre qué hacer con su padre. Casi había llegado a la mitad de su beca. Y si seguía indagando, lo más probable es que encontrara unas 134 razones más para encerrarse en su habitación durante mínimo cinco días laborables y poder arreglarlo todo. Sintió su estómago contraerse en cuanto llegó el primer trago de café. Vio una sombra a su lado, e instintivamente saltó hacia atrás. "Mierda". Le costó un segundo registrar que la sombra a su lado era Spencer Reid, que la miraba con una expresión que variaba desde la preocupación hasta la tristeza.

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