IX

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PERCY

Afortunadamente, Blackjack estaba de servicio.

Solté mi silbido más convincente y en pocos minutos un par de formas oscuras aparecieron en el cielo. Parecían halcones al principio, pero mientras descendían pude ver las largas patas de los pegasos galopando.

«Eh, jefe.» Blackjack aterrizó trotando, su amigo Porkpie justo tras él. «¡Los dioses del viento por poco nos mandan a Pensilvania! ¡Menos mal que he dicho que estábamos con usted!»

"Gracias por venir." le dije "Por cierto, ¿por qué los pegasos galopan cuando vuelan?"

Blackjack relinchó. 

«¿Por qué los humanos balancean los brazos cuando caminan? No lo sé, jefe. Te sale sin pensarlo. ¿Adónde?»

"Necesitamos llegar cuanto antes al puente Williamsburg."

Blackjack negó con la cabeza. 

«¡Y que lo diga, jefe! Lo hemos sobrevolado al venir para aquí y no tenía buena pinta. ¡Suban!»

Ni bien se aseguraron de que T/n y yo estábamos bien agarrados emprendieron vuelo.

***

De camino al puente se me formó un nudo en la boca del estómago. El Minotauro había sido uno de los primeros monstruos que había derrotado. Cuatro años atrás él casi había matado a mi mama en la colina Mestiza. Todavía tenía pesadillas acerca de eso. 

Había esperado que el Minotauro permaneciera muerto por al menos unos cuantos siglos, pero que mi suerte no iba a durar tanto.

Vimos la batalla desde antes de poder distinguir a los guerreros. Era plena madrugada ya, pero el puente resplandecía de luz. Arcos de fuego se extendían en ambas direcciones por las flechas ardientes y lanzas que volaban por el aire. 

Sobrevolamos a poca altura y vi a los campistas de Apolo en plena retirada. Ellos se ocultaban tras los coches y disparaban al enemigo que se aproximaba; usando flechas explosivas por el camino, construían fieras barricadas donde podían, sacaban a los conductores dormidos de sus coches para librarlos del peligro.

Pero el enemigo seguía avanzando. Una falange completa de dracaenae marchaba al frente, sus escudos colocados juntos, las puntas de lanzas asomando por encima. Una flecha ocasional conectaba con sus trompas viperinas, o un cuello, una unión en la armadura, y la desafortunada mujer-serpiente se desintegraba, pero la mayoría de las flechas de Apolo chocaban inofensivamente contra el muro de escudos. Casi cien monstruos más marchaban tras ellas.

Perros del infierno saltaban sobre la línea de vez en cuando. La mayoría eran destruidos con flechas, pero uno atrapó a un campista de Apolo y lo arrastró lejos. No vi lo que le pasó después. Prefería no saberlo.

"¡Ahí!" me gritó T/n desde el lomo de su Pegaso.

Efectivamente, en medio de la legión invasora iba el Viejo Cabezón: el Minotauro en persona. 

La última vez que vi al Minotauro no usaba nada más que un ajustado calzoncillo blanco. No sabía por qué, quizás lo habían sacado de la cama para perseguirme. Esta vez, en cambio, estaba preparado para la batalla. 

De la cintura para abajo traía una armadura griega estándar, o sea, una especie de falda de tiras de cuero y metal, piezas de bronce cubriendo sus piernas y sandalias ajustadas de cuero. Su parte superior era puro toro: pelo y musculo precediendo de una cabeza tan grande que debería haberse caído sólo por el peso de los cuernos. Se veía más alto que la última vez que lo vi. Ahora debía medir tres metros al menos. Un hacha de doble hoja estaba ceñida a su espalda, pero era demasiado impaciente para usarla. Tan pronto como me vio sobrevolando (o me olió, cosa más probable, por que su vista era bastante mala) soltó un bramido y levantó en sus brazos una limusina blanca.

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ʜᴇ́ʀᴏᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora