Capítulo VI

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Volví a casa caminando. Sentía que necesitaba distraerme, no había prestado atención a la clase, mis pensamientos estaban divagando sin permiso. 

Aylán. Aylán. Aylán. Tiene novia, estudia arquitectura, es alto, atlético, tiene pelo negro, ojos marrones y sonrisa bonita. Es amable y no recuerda a los locos que se sientan a su lado en el colectivo.

Su sonrisa es diferente a cualquiera que haya visto en sus vidas anteriores, y aún así, es un deja vú con movimiento.

Lo imaginé pronunciando mi nombre con esa sonrisa y esa voz, y sentí un chispazo de energía en la cabeza. Un dolor ahogado, una eterna serie de recuerdos que de repente me atormentaron todos a la vez.

Casi pude sentir un dolor físico apretarme el pecho sin piedad.

No pude seguir caminando, y me detuve en medio de la calle.

No era el nombre, ni la voz. Era su alma refiriéndose a mí, llamándome entre tanta gente. Mi nombre (cualquiera que fuera) siendo pronunciado por sus labios con tantos tonos de voz, tantos sentimientos, tantos significados diferentes. Había pasado del amor al odio, el rencor, la aceptación, la tristeza y la esperanza. Habíamos compartido  ocho vidas pasadas, pero se sentían como una larga eternidad que no acababa nunca.

Me pregunté si, al acabar mi última vida, me transformaría en una tormenta o un gato para seguir participando en su existencia desde la distancia. Sería algo cruel de mi parte, puesto que esa sería su última vida, y quizás tenerme ahí siendo capaz de recordar mi papel en sus vidas anteriores... fuera incómodo. Me negaba a molestarlo en su última vida.

Intenté contar hasta diez mientras trataba de calmar el tornado de pensamientos que me habían sofocado la cabeza, pero creo haber llegado al número cuatro cientos y algo sin darme cuenta. Solo entonces fui capaz de levantar la cabeza.

Lo primero que mis ojos alcanzaron a ver fue una casa, justo frente a la calle. Sentía que el mundo se encogía a mi alrededor, precionándome hasta acercarme más a ella.

La casa siempre había sido un espejismo, como si fuera parte del paisaje, pero ahora dolía, su recuerdo ardía en mi corazón y me molestaba haberlo ignorado de forma tan consciente durante tanto tiempo.

Era una construcción vieja, aunque se notaba que había sido remodelada. No sabía quién la habitaba actualmente. No estaba seguro de cuánto tiempo había transcurrido. ¿Quizás fueran mis nietos, mis hijos? ¿Quizás mi descendencia habría vendido la casa tras mi muerte, y ahora solo la habitaran desconocidos?

Pese a todo, era incapaz de saber qué cosas ocurrieron tras la muerte de mis pasados cuerpos físicos. Sólo tenía el recuerdo de haber vivido en aquella casa. Con él. Algún tiempo. Antes de que nos separaramos de nuevo, para seguir una vida diferente.

Recordaba el sonido de sus pasos, recorriendo con alegría los pasillos de aquella casa, cuando aún era nueva y la disposición del espacio era otra. Estábamos casados: esa vez, su alma pertenecía al cuerpo de una mujer.

Recuerdo haber tenido que dejarla. Su voz pronunciando mi nombre con tristeza, pidiéndome que le prometiera regresar a casa, con ella ¿Teníamos hijos? ¿Teníamos planes? Era probable. Recordaba que nos habíamos casado muy jóvenes, los tiempos eran otros. Aún así, tampoco en esta vida habíamos tenido una vida juntos, o un final feliz.

El viaje había sido dificultoso. Las cartas tardaban en llegar a donde ella estaba, y casi nunca recibía respuestas, porque ella no sabía escribir. Lo normal era que mis cartas se las leyera alguien más, y que esa persona escribiera su respuesta en su nombre.

Hasta que un día simplemente no pude seguir escribiendo. Recordaba haberme enfermado, y preguntarme en la cama si acaso mi esposa seguiría esperando por mí. Recordaba querer volver a verla, acabar con ese viaje y encontrarme con ella, aunque fuera por última vez.

Efímero (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora