Capítulo IX

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Curiosamente, los días que veía a Aylán me llenaban de energía, o me arrastraban al fondo del abismo, no había punto medio.

Ese día en el cementerio, no lo vi. Sin embargo, había tenido la sensación de haberme quedado sin energía, flotando en el abismo sin caer. Me quedé con la idea de que su tumba aún tenía su esencia, y aunque no fuera cierto, no podía arrancar la imagen de mi cabeza.

Sin embargo, pasaron alrededor de dos semanas antes de que volviera a verlo. Usé mi desesperación de encontrarlo para seguir escribiendo novelas como un escritor sin vida social (al fin y al cabo, eso era, de todos modos), pero sentía que en mi vida faltaba el personaje principal.

Me dolía pensar en mis vidas pasadas, que habían tenido que esperar por él durante tantos años, para luego acabar admitiendo que no podrían tenerlo nunca. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me lo encontré por primera vez? ¿Un par de meses? ¿Dos días? ¿Quinientos años con sus noches?

Ocho vidas.

No lo conocí en mi primera vida, porque su alma aún no estaba en este mundo.

La primera vez que lo vi, fue en mi segunda vida, y él aún era un alma joven, aunque ninguno de los dos tenía cómo saber esto del otro.

Ocho vidas después, yo estaba en mi último camino por este mundo, y él todavía no era un alma lo suficientemente vieja como para recordarme.

Sin embargo, me recordaría en su siguiente vida, cuando yo ya no estuviera por estos lugares. Quería dejarle un buen recuerdo, para que no sintiera que lo había abandonado sin el final que merecíamos tener.

Quizás era pedir demasiado. No tenía cómo saberlo.

— ¿Qué estás haciendo? — la voz de mi hermana me distrajo. Estaba intentando escribir, aunque en realidad, hace como media hora que estaba mirando el block de hojas, sin hacer nada más que garabatos con el portaminas.

— Ah... nada. Estaba pensando.

— ¿Me contás qué estabas escribiendo? — pidió ella.

Tenía 12 años. Me la había encontrado en tres de mis vidas anteriores, su alma era mucho más joven que la mía.

Últimamente pensaba mucho en cómo me recordarían los demás cuando yo desapareciera. Había cometido demasiados errores.

— Sobre una chica, que miraba los barcos — le conté.

— ¿Y por qué miraba los barcos?

— Porque su amado era marinero. Pero nunca regresó al puerto, y ella se quedó a esperarlo, porque él le dijo que cuando volviera, se iban a casar.

Recordaba esa sensación de vacío y de esperanza a la vez. A veces la espera duele mucho más que el olvido.

— ¿Y él volvió?

No llores, Xavier.

Negué con la cabeza.

— Ella lo esperó por quince años. Se comprometió con otro hombre. Pero el día de su boda, con su vestido de novia, se fue al mar, al último lugar donde lo había visto.

— ¿Y qué hizo ahí?

— Lo fue a buscar. Se ahogó.

Mi hermana guardó silencio, procesando la historia.

— ¿Por qué tus novelas siempre tienen finales tristes? — interrogó, y la abracé sin previo aviso. Ella correspondió a mi afecto, quizás porque entendía que yo necesitaba ese abrazo más que ella.

Efímero (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora