Capítulo VIII

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Hay sueños de los cuales uno no quiere despertar. Y hay otros que, a pesar del tiempo, uno daría su vida por olvidar para siempre.

Teniendo un alma vieja, muchos de mis sueños son solo recuerdos de vidas anteriores. Tengo memorias bellas, que se transforman en lindos sueños de otras realidades, en las cuales quiero perderme por unas horas, sobre todo cuando la estoy pasando mal en esta vida. Recuerdo momentos con mis hijos (los que tuve en otros cuerpos), con mis antiguas familias, mis viejos e irrecuperables amigos, o incluso con el alma de Aylán, antes del siempre inevitable final.

Pero aquel recuerdo soñado no fue así, y habría deseado ser apuñalado para despertar en lugar de tener esa pesadilla.

Había pasado una semana, y mis amigos no me permitían ir a verlo. Decían que sería lo mejor, que me iba a permitir soltarlo, que debía dejarlo ir y seguir con mi vida. Pero ellos no sabían nada, y estaba cansado de dejar que ellos decidan mis acciones.

Primero mis padres, luego mis hermanos, luego ellos ¿por qué mi vida siempre parecían pertenecerle a alguien más? No quería salir adelante, no ahora, que a penas había transcurrido una semana. Quería guardar luto, ir a verlo para saber que realmente estaba ahí, llevarle algún presente (ya pensaría qué. Él odiaba las rosas, y todos le habían llevado esas malditas flores).

Ya bastante tenía con no haber podido despedirme de él. Ya sentía sobre mis hombros el peso de que su muerte... hubiera sido mi culpa.

Ojalá él se hubiera ido sabiendo que lo amaba, y que ese día me quedé esperando que viniera por mí, para escapar juntos de nuestras familias y de nuestras responsabilidades, que en realidad eran el peso que otras personas ponían sobre nuestros hombros.

Ese día estaba dispuesto a dejar todo atrás, sin detenerme a pensar en los demás. Solo seguirlo a él, hasta buscar nuestra felicidad. Él dejaría a su prometida, y yo dejaría la empresa de mi padre. Ambos íbamos a olvidar nuestras estresantes familias homofobicas para siempre.

Y sin embargo, una semana después, aún me levantaba en la madrugada llorando, recordando la voz de su hermano (el único que sabía y apoyaba nuestras relación) diciéndome que había tenido un accidente.

Fui a verlo al hospital. Su prometida lloró, me gritó, me culpó de todo, y me juró frente a toda su familia que Dios me castigaría por mis acciones, y por llevarlo a él al pecado.

Luego sabría que él le había dejado una carta antes de salir en el auto, donde le decía que la dejaría, y le pedía perdón por no poder amarla como me amaba a mí, a quien supuestamente conocían como "su amigo más cercano".

Horas después, él murió en esa cama de hospital, rodeado de médicos que hicieron lo posible por reanimarlo. Y su familia tenía en claro que yo era el único culpable, porque quería escapar conmigo.

En este mundo, todos son aliados, hasta que alguien descubre algo que no está dentro de su rango de entendimiento. Entonces, todos somos desconocidos. Fue por ello que enfrenté el duelo solo.

Fui al cementerio un mes después. Le llevé flores de "no me olvides", pidiéndole al cielo que, si había alguna forma de volver a verlo, él fuera capaz de recordarme.

Le dejé las flores. Lloré todo lo que había contenido. Le dije que lo amaba, le pedí perdón. El viento acarició mi rostro y despeinó un poco las flores. Sentí un poco de calidez, era como sentir sus manos en mi piel. Yo solo deseaba ser capaz de escuchar su voz, aunque solo me quedaron sus recuerdos.

Desperté con lágrimas en los ojos. Esa había sido una de las despedidas más duras, porque casi habíamos logrado nuestro final feliz. Sabía que escribir esa historia me costaría la mitad de mis lágrimas, y sabía que no había manera de cambiar el final.

Efímero (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora