Capítulo XI

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Una de las cosas que aprendí en esta última vida, es que cuando uno está a punto de vivir un suceso determinante, olvida que es un alma vieja.

Como ese momento de quietud, previo al instante exacto en que estás por besar a alguien.

Me pregunto si eso me habría ocurrido de haberme enamorado de alguien más. Alguien que no hubiera visto en mis vidas pasadas.

Por mucho tiempo, pensé que recordar mis vidas pasadas con Aylán iba a hacer que sintiera presión de enamorarme de él, y que yo mismo formaría mi cárcel a raíz de un sentimiento que estaba obligado a sentir. Después de todo, la memoria es un condicionante a la hora de vivir nuevas experiencias. Sin embargo, sentía aquel cosquilleo del que tanto hablan en los libros, olvidando a cada instante que soy un alma vieja y que no debería sentirme estremecido por esas cosas.

No importaba cuántas veces hubiera muerto, él me hacía sentir que vivía con el mismo entusiasmo de un niño.

Ese día, nos habíamos reunido en la biblioteca de la universidad, algunas horas antes de mi primera clase. Era curioso que a veces hubieran tantas personas reunidas aquí. Hoy, sin embargo, sólo se oía el murmullo de su voz cerca de mí oído, y nada más.

O quizás era yo el que sentía que el mundo había desaparecido, y que éramos nosotros dos en el universo infinito.

Mi computadora estaba frente a mis piernas, transcribiendo el último capítulo que había terminado de una de mis novelas. Era un momento de tensión romántica entre los personajes. Esa quietud previa al momento del esperado y tan deseado beso, entre dos personas que llevaban tiempo deseando estar juntas.

Quizás de ahí me había robado la metáfora.

Aylán miraba lo que escribía en la pantalla, fisgoneando sobre mi hombro. Cada tanto, él apoyaba su mentón junto a mi cabeza, y casi podía sentir que lo iba a dejar sin garganta si se me acercaba más.

Sin embargo, él encontraba la manera de estar más cerca.

— Eso. Agrégale más tensión. Que se siente pesadez en el aire. Mira su cara. Él se la quiere comer viva — me susurró mientras leía lo que yo mismo iba corrigiendo de mi escrito.

— ¿Y cómo lo sabes? ¿Hago sentir la tensión en el aire al leer? Soy increíble con las palabras ¿verdad? — retruqué como pude, sintiendo el corazón martillar mi pecho con violencia. Era eso o morirme de pánico.

— Se siente en el aire ¿no lo sentís? — su voz me hacia cosquillas en la mejilla.

Reí y moví un poco mi hombro, para molestarlo. Entonces, de inmediato él retomó su lugar, un poco más cerca de mi cara, como si mi hombro fuera una almohada.

Dejarlo sin garganta con mis huesos parecía una opción.

— Aylán, te vas a...

Ladeé el rostro un poco, para verlo. Entonces noté lo muy obvio que habían sido mis nervios al evitar mirarlo. La línea que nos separaba era milimétrica, y su aliento golpeaba mi piel como un suave tambor constante.

¿A eso se refería con la tensión en el aire? Si había intentado coquetear, debía admitir que la ocasión se prestaba en bandeja de plata.

— Ah...

Abrí la boca para decir algo. Lo que sea. Cualquier cosa.

— No, Xavier. Sos terrible con las palabras — susurró, casi inaudible.

Tomó mi mentón. El tiempo no podía sentirse más congelado ¿cómo podía el universo seguir girando en aquella lentitud? No podía ser la única persona en la tierra que sentía esa inesperada inmovilidad. Era como si el simple hecho de respirar pudiera romper aquella atmósfera, que se sentía tan incorrecta y perfecta a la vez. Lo sentí acercarse cada maldito milímetro.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2023 ⏰

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