Capítulo III

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El colectivo dobló en la esquina, y sabía que rodearía la cuadra antes de regresar al camino, en donde encontraría su siguiente parada. Confiado y sin pensar, como era costumbre en mí, corrí como loco por el largo de aquella cuadra, esquivando y empujando gente mientras sacaba energía de donde no tenía.

Al final, logré llegar a la parada justo en el momento en que el colectivo se detuvo, para dar paso a una señora que quería bajar del mismo. Me subí, pagué el boleto, y busqué con la mirada a la persona que había venido siguiendo desde hace ocho vidas atrás.

Cuando lo encontré, me senté junto a él. En un colectivo vacío, donde él era el único pasajero.

No fue muy disimulado que digamos.

Me propuse no mirarlo de forma fija, pero no pude evitarlo. Quería gritarle el pasado, reclamarle el haberse muerto, abrazarlo por haberlo encontrado, y luego golpearlo por haber tardado tanto en juntarse conmigo, y más aún por haberme olvidado tantas veces antes.

Pero él no apartó la mirada de la ventana, ignorando al chico raro que se había sentado justo a su lado en un colectivo vacío.

Se me comprimió el corazón, y recordé que el universo no hacía excepciones por ningún alma vieja. Vi en mi mente un sinfín de historias del pasado, en donde su alma y la mía se encontraban, pero debían fingir que no se conocían, o no podían estar juntos, o simplemente no tenían el valor para correr uno tras del otro. Sentí frustración mientras observaba el perfil de su mandíbula mirar por la ventana y cambiar la canción que se reproducía en sus auriculares, como si el mundo exterior a aquella canción no fuera importante.

De nuevo el tiempo se detuvo. Sentía que el aire había renunciado a mis pulmones.

— Por favor ¿me das permiso? — preguntó, justamente él, mirándome por primera vez.

— ¿Ah? — sus ojos eran marrones, y el viento que entraba por la ventana lo había despeinado. Su expresión no revelaba nada, simplemente era una persona apurada hablando con un desconocido.

Él no repitió la pregunta, pero tomó su mochila y se levantó de su asiento, dando a entender que quería pasar.

Me levanté también, y le cedí el paso.

Por primera vez en años, fui consciente de que nuestra vida estaba sujeta a reglas no escritas, y que debía cumplirlas si no quería que él me considerara un sujeto sospechoso y se alejara de mí otra vez.

Lo vi marchar. Bajó del colectivo sin mirar atrás, en automático, como alguien acostumbrado a hacer ese camino. Estábamos en una universidad, al menos ahora sabía dónde estudiaba.

Por fin, luego de 24 años, tenía una idea de cómo podía volver a encontrarlo, y sabía qué cara buscar entre la gente, sin tener que imaginármelo.

Cuando el colectivo volvió a arrancar, me senté nuevamente en el mismo asiento, sonriendo con cierta paz creciendo en mi interior, pese a que ese primer encuentro había sido un soberano fracaso.

Solo entonces me di cuenta de que no sabía hacía dónde diablos estaba yendo, y que había faltado a la universidad y al parcial que tenía programado, por seguir a un alma que no tenía recuerdos.

Los problemas humanos no siempre coincidían con los de las almas.

Efímero (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora