Clemens Odinson

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Golpe, derecha

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Golpe, derecha. Golpe, izquierda. Golpe. Golpe. ¡Y golpe! Por más que intente concentrarme, solamente puedo pensar en la idiota de Vesta. Todas las putas tardes sobrecarga el proyecto que tanto me emocionó en su momento con su organización indiferente, sus reglas y normas inconscientes del verdadero propósito que el profe Iván tenía en mente.
Mi psicólogo me recomendó descargar mis sentimientos en las artes o expresiones. Y, por más que me apasione la cerámica, lo único que me calma es el ejercicio. Me verán como un típico chico popular que es el capitán de atletismo o buenísimo en fútbol o un adicto a las gym-selfies. Pero no. Solo me gusta y me calma las ansias. Es por eso que mis padres instalaron un saco de boxeo en mi pieza. Para que, cuando las cosas se complican, pudiera saborear esta terapia física. 
Un ejemplo puro y perfecto de esto es casi todas las veces que me cruzo con Vesta. Estuvo un año alejada físicamente de mí, gracias a la cuarentena. Pero con la vuelta a la presencialidad ahora me la cruzo siempre. Y como si fuera poco verla en la escuela, en la misma burbuja del salón sentada al frente de mí, ahora también la tengo que aguantar en el proyecto de Iván. Pero hay una presencia que calma mi alma: mi mejor amigo Aymar. Entró al grupo reemplazando a otro alumno del taller de dibujo, pero tanto mejor que así fuera. Aymar tiene talento, es un genio con cualquier cosa que implique arte. Eso sí, tiene fallos, no es el mejor trabajando en grupo. Ni socializando.
Las tardes que el grupo se reúne las pasamos la mayoría de las veces en la biblioteca local. Uno del grupo tiene enchufe ahí. Francisco, del taller de fotografía. Un optimista sin remedio. Me resulta tres niveles menos insoportable que Vesta. Su buen humor a veces causa más repulsión que buen ambiente. Pero tiene sus cosas buenas. Me encanta su estilo, es una especie de punk color rosita pastel. Pero su pelo, ¡wow, su pelo! Rapado en los costados, negro con mechas rubias. ¡Qué estilo carga este pibe! No me imaginaba así a un fotógrafo.
Él y la dueña Margaret hicieron una especie de acuerdo para que podamos trabajar en la última sala, al lado del depósito. La señora Margaret siempre les dice a los otros lectores que nos puso ahí para que no molestamos al resto, pero sinceramente creo que solo lo hizo para que nadie se queje. Ya demasiado deja a todo el mundo entrar sin barbijo. Encima siempre nos deja poner música y hablar fuerte. Es una buena señora, creo que entiende que la cuarentena fue muy difícil y quiere que todos nos sintamos normales. Al principio me mostré reacio a sacarme el barbijo, pero al ver que nadie se enfermaba cuando íbamos a la biblioteca, se me fue el miedo. Por supuesto que la señora ayudó a quitarnos el miedo. Nos trata bien y nos trae bocadillos que ella cocina. Yo prefiero sus sándwiches. Los prepara con todo. Están bien cargados. Creo que los empezó a hacer así porque conoce a mi mamá. Son amigas, y seguro le comentó que soy de buen comer. Disfruto la comida a grandes cantidades. No me juzguen, me criaron así. Mi familia vive toda en casas contiguas y siempre preparamos festines enormes con muchas delicias. 
Volviendo al proyecto. El profe Iván, pese a tomarse licencia, dejó instrucciones claras: investigar, recopilar información de Zerép y armar un acto para su aniversario, sobre su historia. Nada más. Solo uniendo nuestras habilidades. Yo pensaba hacer incrustaciones de cerámica (porque represento a las clases de cerámica de la estación), las que obviamente podría pintar Aymar y darle su toque. Sería un mural sobre la evolución de Zerép, que pasó de ser unas chozas con campos de todo tipo, a tener la primera estación de trenes de la provincia, a ser la ciudad que es hoy, en resumen. Pero la tarada de Vesta tiene otros planes. O eso se supone. ¡Porque no hace nada más que ordenar lo que ya investigamos! Dice que hace una recopilación cronológica, pero para mí solo quiere demostrarnos que tiene poder. Porque no representa a ningún taller artístico. ¡No hace nada en la estación! Sinceramente no sé qué hace ella en el proyecto.
Un día de abril, la Sra. Margaret pasa a vernos. Pasaron dos meses, casi tres desde que comenzamos con todo esto, y tenía curiosidad de todo lo que hacíamos. Ahora, Margaret también es extraña. Bueno, no extraña. Excéntrica. Imagino que se gana bien de bibliotecaria, porque viste cómo una reina de algún país rico. En fin, ella nos pregunta si puede leer lo que escribimos hasta ahora. Vesta se lo niega de manera muy maleducada, típico de ella. Yo le digo que sí puede, sin ningún problema, nos viene bien una opinión de una ciudadana que vivió toda su vida en Zerép. Así que Margaret se puso unos anteojos de lectura, como mi abuela, y comienza a leer el registro de Vesta. Todos la miramos con atención. Esperaba sus correcciones con ansias; después de todo, es el ensayo de Vesta. Pero no. Lo que nos dice es que le fascina nuestra dedicación. Lo festejé con Aymar y Francisco, chocando los puños. Mas Margaret tiene un comentario atascado en su garganta, como si no lo quisiera decir. Vesta le insiste, demasiado, hasta que la Sra. Margaret nos explica que hay un error en toda nuestra investigación.
'Una confusión temporal' la llama. Margaret dice que la fecha de fundación de la ciudad es el 1ro de noviembre y no el 10 de julio, como lo habíamos leído, investigado y confirmado. Intento preguntarle a qué se refiere y, para enseñarnos, la Sra. busca un libro viejo en el depósito. Uno grande y pesado. Nos dice que la Municipalidad se lo donó para corregirlo, curarlo y conservarlo. Son los registros del fundador de Zerép y Margaret los deja en la mesa donde trabajamos. ¡No pudo llegar un regalo más oportuno! ¡Justo lo que nos hacía falta! ¿Qué mejor que las palabras del propio fundador para contar el origen de nuestra ciudad? Pero Vesta tiene que meter la pata. La niñata rechaza este maravilloso presente. Toma el libro y se lo da a la Sra. Margaret. Como si no valiera de nada. ¡Como si no lo necesitáramos! Pero no. Vesta tenía que rechazarlo así. La pobre Srta. Margaret se fue con una sonrisa fingida por la vergüenza que Vesta le causó.
No me iba a quedar de brazos cruzados. Le digo sus verdades. Que es una engreída con la ilusión de poder controlarlo todo. Que debe estar agradecida con Margaret y su hospitalidad. Que tiene que dejar de creerse la reina a la que le debemos servicios y honores. Ella, por supuesto, no se lo toma de la mejor manera. Y empieza a darme un discursito sin sentido sobre cómo no podíamos confiar ¡en los registros del fundador de nuestra ciudad!
Mientras, el resto del grupo hojeaba aquel arrugado libro. Dalia es quien emprende la lectura. Ella es de las clases de música y hermana de un buen amigo mío. Siempre fue muy tímida, incluso en este proyecto apenas puede decir 'buenos días'. Apenas Vesta la ve, le arranca el libro de sus diminutas y débiles manos y lo arroja en el depósito. Yo le grito, le pego un grito impresionante, '¿¡Por qué tenés que ser así!?'. Emma me apoya, mi amiga del taller de danzas (tenemos temperamentos parecidos). Vesta exige orden sin siquiera importarle Dalia o si la hizo sentir mal.
Me callo la boca. ¿Por qué me callo? Porque sé que a Dalia no le gusta ser el centro de atención. Así que tuve que llamar a la paz, al menos por un rato.
Luego, seguimos ordenando la información. Una maldita hora haciendo como si nada hubiera pasado. Es un completo reto para mí y, por supuesto, un récord. Prácticamente no hago nada, me frustró lo de Dalia y estoy como una montaña, silencioso, grande e imponente. Juego con mi lapicera para no pensar demasiado. Mi saco de boxeo no está acá. No me puedo descargar de otra manera que no sea haciendo ruido con mi lapicera, chocándola contra mi cuaderno.
'No hay más cabida para Vesta en mi vida', es un mantra que aprendí de mi psicólogo.
Aplacado mi enojo y terminada tarde, ya puedo irme. Todos podemos irnos. ¡Pero no! Siempre hay una gota que derrama el agua del vaso. Aymar nos interrumpe en nuestro guardar de pertenencias. 'Lo que dijo la vieja es cierto. Zerép se fundó el primero de noviembre', dijo él. Le pregunto cómo lo sabe y me responde que está en Internet. A Vesta se le está por salir los ojos de la bronca que tiene. Es comprensible. La escenita que hizo hace rato no tiene fundamentos. ¡Tendrá que disculparse! Qué bello de ver será. Pero, como es costumbre, destroza mis expectativas. Vesta le pregunta de qué sitio web lo está leyendo y Aymar responde que es un artículo de la página llamada 'El lado oscuro de la verdad'. Vesta enloquece. Empieza regañarlo y maldecirlo, se cree nuestra madre. Le dice que no hizo nada en toda la hora, que no sirve de nada en el proyecto, lo llama ingenuo y descerebrado. Hasta que mi mecha se quemó por completo y exploté. ¡Golpeo la mesa con mi puño para que me escuche! ¡Le grito! ¡La insulto! ¡Le pregunto por qué tiene que estar tan desquiciada cuando lo único que hizo Aymar fue buscar un confirmante! ¡Nada más! ¡No cometió un crimen! ¡No robó ni asesinó! ¡No malgastó el tiempo! Pero claro que ella no lo entiende. ¡Le digo que no sabe cómo trabajar en equipo porque lo único que le importa es su reputación de la mejor alumna de toda la ciudad!
Todos se quedan paralizados. No saben qué hacer o decir. Pero mi rabia no me lo permite ver. Lo único que veo es el rostro de Vesta sin saber a dónde escapar de la vergüenza, mientras me hierve la sangre.
En un momento, la tranquilidad se apodera de mí. Como si alguien me hubiera inyectado una buena dosis de alivio. Mis músculos dejan de tensar, mis piernas dejan de temblar y la vena de mi cuello deja de sobresalir. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? Mi cara ya no expresa furia, ahora tengo miedo. Temo porque esto nunca me había pasado. Ninguno de mis ataques de rabia se detuvo así antes. Siempre lo hacen paulatinamente. Hoy no. Hoy se acabó en un instante, cuando termino de putear a Vesta. Algo me detiene y solo me impulsa a querer irme de la biblioteca. Tomo mis cosas y solo corro. Me escapo por las calles iluminadas por las luces naranjas de la ciudad.
Corriendo, me siento como una bomba de tiempo, tembloroso y agitado. No me importa la inseguridad, no me importa la otra gente que esté por ahí. Me pongo mis auriculares para escuchar música que me calme. La Balada del diablo y la muerte de La Renga. No pienso escuchar a Mozart o Beethoven. Esa balada me acompañó en mis mejores y peores momentos. Siempre me tranquiliza escucharla. Hoy solo me distrae de lo que realmente sucede.
Llego a mi casa. No reparo en cuanto tiempo llegué. Solo me alegra llegar a casa.
Me acerco a la entrada, levanto mi mano para llamar a la puerta y algo me detiene. Un tirón recorre todo mi brazo derecho, desde mi palma hasta el extremo de mi cuello. ¿Qué es? Eso me pregunto. La respuesta la tengo en la mano y se me estampa en la cara como si Dios me diera la espalda. No puedo ni empezar a describir mi expresión, solo sé que el miedo se apodera de mí y de lo más íntimo de mi ser. Nunca sentí lo que siento en este mismo instante. Mi mano…. La mano con la que golpeé la mesa de la biblioteca. La que llevo todo el camino apretando con mucha fuerza. Algo le pasa a mi mano…. Lastimando la punta de mis dedos, sobresalen garras negras, gruesas y largas en vez de uñas. Por tener el puño cerrado y al abrirlo lentamente, me las clavé en la carne de mi palma. No sé si tener miedo. No sé si debo sentir dolor. Creo que estoy en estado shock, porque no me doy ni cuenta de cuándo me desmayo y mi madre me entra a la casa.
¿Cómo explicar lo que sucede después? ¿Cómo poner en palabras lo que todavía ni yo puedo comprender? Mamá me habló durante toda la madrugada sobre cosas que no entiendo, tratando de explicarme cómo y porqué surgieron las garras. Pero ahora estoy acá. En la vereda de la biblioteca. En un nuevo día. Vigilado por mi familia quienes están a media cuadra de distancia en dos autos, tipo agentes especiales. ¿Cómo me metí en esto? Y lo más importante, ¿puedo decirle a Aymar? ¿Me puedo desahogar con mi mejor amigo? No. No puedo. Eso es lo peor. Que no puedo hablar con naturalidad con él. Quien, a propósito, viene por allá. Parece que tampoco tuvo una noche tranquila. Siempre tiene ojeras, pero puedo notar cuando son las de costumbre o cuando es porque tuvo un mal día. Hoy es este último caso. Lo abrazo como si mi vida dependiera de ello. Aymar no es de afecto físico, pero creo que ambos lo necesitamos. Me pregunta si puede venir a mi casa por la noche y acepto con gusto y sin dudar. Necesito una juntada normal con él. Pero antes hay que concluir lo más rápido posible esta mierda del proyecto.
No sé si voy a poder soportar a Vesta. ¿Será que mis ataques de ira aumentarán? Espero que no. Quiero terminar el proyecto para irme a jugar a la play con Aymar, él sí sabe cómo hacer récords en Dark Souls. Es un maestro.
Llega todo el grupo y, además, aparece Ryo, hermano de Dalia. Me alegra verlo. Estuvo muy ocupado con sus prácticas para el torneo de volley, es un genio en eso. A veces jugamos juntos, al volley o al básquet, que es mi deporte favorito. Pero sus clases lo apartan de cualquier posible juntada. Es una pena, porque es la alegría de la fiesta. Hoy acompaña a Dalia, supuestamente se va a quedar con nosotros hasta que terminemos. ¡Pobre de él! Tendrá que soportar a Vesta.
Aunque pensé que iba a estar más destruida, por lo de ayer, parece que amaneció con más marcha que nunca. Saca sus apuntes, computadora, lápices, libretas, marcadores, ¡todo! Dice haber terminado el orden cronológico de toda la info que encontramos y que ahora tenemos que pensar qué hacer con todo esto. ¿Qué tipo de acto haremos el 10 de julio?
Esa pregunta se ve interrumpida por un ruido extraño.

 ¿Qué tipo de acto haremos el 10 de julio?Esa pregunta se ve interrumpida por un ruido extraño

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