III - A medio camino hacia al mar - Parte 2

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                Ari despertó de un sobresalto en medio de una noche con nubes de tormenta. Afuera, en el patio, Cuyén, administrador de las tierras de cultivo de Coventry y dueño de la posada, gritaba a todo pulmón "Habitantes de Medio Camino, enseñémosle a estos limpia mierda lo que le pasa a todo aquel que nos roba" Ari echó una mirada por la ventana, lo que vió le espantó el sueño. Se vistió con rapidez y tomó su espada antes de bajar por las escaleras, pero, al llegar a la puerta principal, se dio cuenta que estaba cerrada con llave. A través de la cristalera, observó a un grupo de aldeanos que, como asistentes a un espectáculo macabro, se habían reunido en torno a Cuyén, quien mostraba a un hombre semidesnudo, arrodillado y con las manos atadas a la espalda. Tenía por nombre Brais y era habitante de una aldea cercana.

                —¿Pensabas que podías escapar, rata asquerosa?

                 Cuyén lo agarró por el cabello, forzó su cabeza a encontrar miradas con los espectadores y, en un arrebato de ira, estrelló su cara contra el suelo. Brais aguantó la respiración en un intento vano por contener un grito, se incorporó con torpeza y mostró una máscara de carne roja donde antes tenía un rostro. Algunos aldeanos desviaron la mirada, otros hicieron gestos de aprobación con sutileza y por último, los que habían ayudado a Cuyen a traerlo, celebraron con entusiasmo.

                —Crees que soy... ¿injusto? —Preguntó Cuyén con voz áspera—. Sí, lo que voy a hacerte de seguro creerás que es injusto. Pero permíteme explicarte. Mira esta posada. Espera, déjame limpiarte el ojo bueno. —dijo cuyén, sarcástico—. Magnífico —Prosiguió—. Esta posada, esa construcción, estas casas, ese pozo, esta calle, cada maldito perro, gato, caballo, árbol e incluso toda esta gente que ves aquí, me pertenecen, lo entendiste. Esta aldea es mía y yo cuido lo que es mío. No dejaré que ninguna de estas familias se quede sin nada que comer por culpa de limpia mierdas como tu y los tuyos -dijo Cuyén en voz alta, mientras Brais seguía de rodillas entre espasmos y sollozos. La aldea se llenó de risas y aplausos. Pero no todos recibieron sus palabras con la misma aprobación. Levana estaba ahí, junto a un grupito de mujeres y hombres en un silencio expectante.

                —Ve a buscar a Sotus. Las cosas se pondrán peor de lo que pensaba —dijo Levana en voz baja a Jun, la joven que la ayudaba con el mantenimiento de la posada.

               La chica dio unos pasos hacia atrás, alejándose del tumulto y caminó hacia los establos sin llamar la atención, para luego adentrarse en la oscuridad del sendero a toda prisa. No fue necesario buscar más allá, la silueta de Sotus, bañada por la luz de la luna, se delineaba en el corazón del camino.

                —¿Qué tan grave es? -preguntó al acercarse a ella.

               —El señor Cuyén ha capturado a la persona responsable de los robos que hemos tenido durante los últimos meses. El hombre aún respira, pero tememos que el señor lo mate a golpes.

               Sotus continuó por el sendero sin mediar palabra, con una expresión imperturbable en su rostro. «Otros personajes pero siempre la misma historia» pensó, mientras se acercaba al siniestro espectáculo. Con suerte, todo terminaría pronto y podría ocuparse de las cuentas pendientes que tenía con Cuyén.

               —¿Qué significa esto? —dijo Sotus en voz alta después de abrirse camino entre los presentes-. Tomar la justicia por mano propia está penado en este reino.

              —Bienvenido señor Estelar. Es un honor contar con su presencia —sonrió Cuyén, sarcástico—. Estaba a punto de contarle a nuestro amigo de manos largas lo que planeamos hacer con él.

               —Es el deber de todo ciudadano de Merkel, cumplir con las leyes del reino. Entrega el hombre. Deja que sea la corte suprema la que se encargue de su...

CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora