II - La ciudad de los vientos - Parte I

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Eodriel - Año 96 N.E (Nueva Era)

El viento del norte arrastraba el olor de la costa. Las hojas nerviosas se aferraban en vano a las ramas de los laureles que rodeaban el patio de armas, para terminar en una hojarasca que crujía bajo los pies de Ari y Sotus.
—La forma en que esquivas y atacas es un insulto para las manos que forjaron esa espada —dijo Sotus, a punto de perder la calma—. ¿Cuánto llevamos entrenando?
—Tres años —Ari bajó la cabeza y observó su espada con semblante adusto. Gotas de sudor caían en picada de su frente al suelo.
—¿Y te parece bien? Mírame cuando hablo Ari
—Soy mejor que la mayoría de los alumnos de mi edad —respondió el joven, con la mirada esquiva.
—Uno: todos los alumnos de tu edad son mediocres. Dos: ninguno de ellos tiene a un Estelar de la corona como maestro.
—Siento ser una deshonra para usted. ¿Puedo retirarme? Esta mañana ha llegado más correspondencia a mi oficina que de costumbre y no la he podido revisar.
—¿Cuánto más piensas seguir con eso? El techo de ese hueco desvencijado que tienes por taller y al cual llamas oficina está por caerte encima. En el palacio hay espacio de sobra para que puedas trabajar.
—Pero no me tiene permitido trabajar en lo que quiera. ¿Ha olvidado la razón por la que renté ese espacio en las afueras?
—Espero que todo esto sea solo un pasatiempo —dijo Sotus con voz cortante.
—Dígame, ¿los experimentos y demás artilugios que invento han interferido alguna vez con mis clases u obligaciones para con la corona? —preguntó Ari.
—¿Y te parece poco haber sido el causante de la expulsión de la ciudad de Brent? En verdad hubiera preferido que perdieras tu licencia a perder a alguien con tanto potencial como Estelar...
—¡Brent odiaba los entrenamientos! —Ari interrumpió a Sotus y alzó la mirada—. ¿Qué? ¿no lo sabía? La única razón por la que se enlistó fue porque quería ayudar a su familia.
—Si de verdad hubiera querido ayudar a su familia no habría permitido que le llenaras la cabeza de fantasías —dijo Sotus en voz alta.
—¿Fantasías? ¿Es decir que para usted obtener el título de Forjador de Maravillas es una fantasía? —replicó Ari con firmeza.
—¿Sabes cuantos Forjadores hay en el mundo, Ari? ¡siete! y cuatro de ellos están en Albiria. Eres joven, pero ya es hora que abras los ojos y te des cuenta que en la vida muchas veces tenemos que hacer lo que nos sirve, no lo que nos gusta. Y ser más agradecido.
—A diario le doy gracias a la diosa por haber sido criado en una situación privilegiada —contestó Ari de inmediato—. Pero me parece injusto que no pueda usar mi posición para ayudar a otros a cumplir sus sueños.
—No si esos sueños son ilegales. ¡Brent no tenía licencia! —dijo Sotus con fastidio—. Toda actividad científica en este reino es ilegal, así ha sido por medio siglo y si quieres que eso cambie entonces alza tu espada, entrena duro y conviértete en un estelar. Es la única manera de ser parte del consejo.
—¿Y usted porque cree que sigo entrenando? ¿Por qué me gusta? —respondió Ari, con la mirada clavada en su padre y el ceño fruncido—. Algún día cambiaré las reglas del juego y traeré de vuelta a mi mejor amigo a casa. Con su permiso.
Ari agachó la cabeza de nuevo y caminó hacia la salida del patio de armas.
—Espera, regresa la espada —dijo Sotus con voz firme.
—Hoy me la llevaré. Y no se preocupe por su sello. Soy Aribell Deodriellis, hijo del gran estelar del viento del reino de Eodriel. Ningún guardia se atreverá a detenerme por llevarla —respondió Ari con ironía y una sonrisa fingida y pesarosa.
—Que voy a hacer contigo —dijo Sotus en voz baja—. Ya retírate, y no te atrevas a cortar camino por el bosquecillo de la parte trasera. Sal por la puerta principal, como la gente normal. Además, te he dicho que entrar a un bosque es de mala suerte.
—Usted es el único en el reino que piensa eso. A la hora de la cena regresaré a tratar los temas que se encuentren en la correspondencia. Hasta entonces.
—Antes no olvides pasar por el puerto —Finalizó Sotus
Ari no le prestó atención. Envainó su espada y cruzó la gran puerta enrejada que llevaba hacia los jardines del palacio. Cansado de tener que cumplir con las espectativas de toda una ciudad solo por ser el hijo de su padre. Cansado de tener que reprimir sus deseos, limitado por las estrictas normas que lo rodeaban y con la culpa que lo seguía como su sombra a todas partes, como un recordatorio constante del ser despreciable que se consideraba.
Tomó el sendero bordeado de tulipanes y giró a la derecha hasta llegar a una fuente de agua fresca. Sumergió la cabeza en el agua y bebió un poco para tratar de refrescarse. Sacudió su cabello mojado y avanzó hasta llegar al muro que rodeaba el palacio. Ahí, recostada, tenía la escalera que conducía a la arboleda que se extendía hacia la ciudad. Desde lo alto del muro y de espaldas al Gran Molino Blanco de Eodriel, volvió a recordar aquellos días de su niñez en los que jugaba con Brent e imaginaba las miles de aventuras que tendrían en las montañas que se alzaban azuladas en la distancia.

CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora